
Pon tu delicia en el SEÑOR,
Y Él te dará las peticiones de tu corazón (Sal 37:4).
Los deseos del corazón
¿No suena fantástico? ¡Todo lo que quiera y será mío! Hasta que lo piense un poco más.
Supongamos que en mi corazón deseo que mi jefe enferme o muera, deseo obtener —mediante algún engaño— el crédito por algo que no hice o deseo a la bella esposa de mi vecino. ¿Dios me dará esas cosas?
Por supuesto que no, porque violan tres de los diez mandamientos y Él no me dará cosas que sean moralmente incorrectas. Pero ¿qué pasa con las cosas moralmente neutrales?
Supongamos que realmente quiero un trabajo en particular, porque es bueno, vale la pena y siento que estoy preparado para él. ¿Dios me lo dará? Ahora, supongamos que deseo salir con una persona en particular; es creyente, espero casarme con ella y no veo ninguna razón por la que debería evitar hacerlo. ¿Dios me lo concederá? Finalmente, supongamos que anhelo ser sanado de alguna enfermedad o que mi cónyuge y yo esperamos tener hijos. ¿Dios nos concedería estas peticiones?
La respuesta a todas esas preguntas es tal vez. Puede que lo haga o puede que no. Pero, alguien podría objetar, «este versículo me dice que Dios me dará los deseos de mi corazón. ¿No puedo reclamar esto como una promesa? ¿Por qué no?».
