MinisterioMinisterio de JóvenesMinisterio de Niño
Predica a Cristo, encarna a Cristo: Cómo ser ejemplo en amor
No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en… amor (1 Ti 4:12).
Ser ejemplo es una parte poderosa y esencial del liderazgo pastoral. Un razonamiento sólido en la predicación, incluso un argumento bíblico sólido, puede fracasar a la hora de persuadir. Pero un ejemplo personal de semejanza a Cristo, especialmente lo que Francis Schaeffer llamó «la belleza de las relaciones humanas», es irrefutable (Two Contents, Two Realities [Dos contenidos, dos realidades], p. 141). La belleza puede ser martirizada, pero no puede ser negada, y después se levantará de nuevo.
Un pastor joven puede y debe decidirse profundamente a amar a todos en su iglesia y fuera de ella con un amor semejante al de Cristo. Puede y debe dar ejemplo a los creyentes con su amor misericordioso, paciente, amable, perdonador y tolerante con el dolor. Pero sin la belleza del amor, cualquier pastor, por muy ortodoxo que sea, se convierte en una negación viviente de Cristo. Citando de nuevo a Schaeffer: «No hay nada más feo que una ortodoxia sin comprensión o sin compasión» (The God Who Is There [El Dios que está presente], p. 34). Schaeffer fue aún más tajante: «Te diré algo más, la ortodoxia sin compasión es un olor horrible para Dios» (Death in the City [Muerte en la ciudad], 1968, p. 123).
Sin la belleza del amor, cualquier pastor, por muy ortodoxo que sea, se convierte en una negación viviente de Cristo
El ministerio pastoral no es una carrera, ni un trabajo, ni una actividad. Es un llamado sagrado desde lo alto. Y el llamado pastoral es básicamente doble: predicar a Cristo y encarnar a Cristo. Lo primero consiste en declarar la verdad; lo segundo, en demostrar la verdad. ¿Cómo declarar la verdad sin demostrarla? Si los pastores no somos ejemplo de amor, contradecimos con nuestra vida lo que decimos con nuestra doctrina. Ese antiejemplo traiciona el evangelio. Y esa horrible traición no es una posibilidad ni remotamente hipotética, sino algo común.
Los pastores no tenemos que ser perfectos. Todos tenemos muchos defectos. Pero aun así, siguiendo el llamado de Dios, los pastores debemos aceptar, aceptar profundamente, que nos hemos comprometido a sacrificarnos. Es así como damos ejemplo de amor.
Nuestro llamado sagrado
El apóstol Juan dice: «En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él» (1 Jn 4:9). Jesús murió para que nosotros viviéramos. Así piensa el amor, así se comporta el amor: pagando un precio, para que otros puedan entrar en la vida que es vida verdadera. Así pues, Bonhoeffer tenía razón: «Cuando Cristo llama a un hombre, lo llama a venir y morir» (The Cost of Discipleship [El costo del discipulado], p. 89).
Hace poco conversaba con un amigo que trabaja en una red de plantación de iglesias. Me dijo que una de las preguntas que oye, cuando los hombres consideran ese llamado, es si podrían tener que superar una semana laboral de cuarenta horas. Me quedé asombrado, al igual que mi amigo. ¿Limitarnos a una semana de cuarenta horas? El amor no piensa así. El amor hace lo que sea necesario para que los demás vivan. ¿Debe un pastor atender también a su familia en casa? Por supuesto que sí. Pero un minimalismo autoprotector no es amor.
Cuando el apóstol Pablo describe el gran corazón de Dios para con nosotros, tiene que hacer un esfuerzo lingüístico para decirlo. Habla, por ejemplo, de «las riquezas de Su gracia que ha hecho abundar para con nosotros» (Ef 1:7-8, énfasis añadido). Si Dios nos ama tan rica y abundantemente, entonces Sus pastores no pueden amar con un corazón reservado que se contiene. Los pastores tenemos el privilegio de lanzarnos, por la fe en Dios, a las profundidades de Su amor por las personas. Luego descubrimos por el camino lo que nos va a costar. Y estamos bien con eso, porque también veremos cuán maravillosamente las personas vuelven a la vida —incluso a través de nosotros, defectuosos como somos.
La belleza a través del sacrificio
Recuerdo mi último domingo como pastor de la Iglesia Emanuel de Nashville en 2019. Jani y yo estábamos sentados en la primera fila, esperando a que comenzara el servicio. El grupo de alabanza estaba tocando una canción antes del servicio. Olvidé qué música era, pero era algo bluesero y rockero, para gloria de Cristo y totalmente encantador. Entonces mi visión periférica notó movimiento a mi izquierda. Miré. Y allí, a unos quince metros, había una joven madre en la iglesia, que ya no estaba sentada, sino de pie, moviéndose e incluso bailando. No estaba dando ningún espectáculo. No había ningún indicio de exhibicionismo. Solo estaba demasiado contenta para quedarse quieta. Jani y yo conocíamos a esa querida señora. Sabíamos que no vivía una vida afortunada. Pero allí estaba ella, su corazón conmovido por la música y levantado hacia el Señor, bailando.
Si Dios nos ama rica y abundantemente, entonces Sus pastores no pueden amar con un corazón reservado que se contenga