Nota del editor:
El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su podcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta. Para más recursos y reflexiones sobre la guerra espiritual, te invitamos a explorar nuestra biblioteca digital sobre el tema.
¿Debemos alguna vez hablar directamente al diablo? Algunos cristianos lo hacen. Muchos no. ¿Quién tiene razón? Esta es la pregunta de Frederic, un oyente de Alemania:
Pastor John, ¡hola! Un episodio del programa realmente impulsó mi vida de oración. Gracias por ello. Aunque me sentí realmente bendecido, también me preocupó algo que hiciste en ese episodio. Mientras hablabas de las razones por las que al diablo le encanta que nuestra vida de oración sea débil, incluso te dirigiste al diablo directamente, diciéndole que se quitara de en medio. Aunque entendí el punto, me quedé preocupado.
¿Debemos alguna vez hablar o dirigirnos directamente al diablo mientras oramos a Dios? Sé que es una práctica común en muchas iglesias dirigirse directamente al diablo, para reprenderlo, en las oraciones corporativas, por ejemplo. Considero que estas prácticas son falsas ya que no veo ninguna razón bíblica para hacerlo. Incluso leemos en Judas: «Pero cuando el arcángel Miguel luchaba contra el diablo y discutía acerca del cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: “El Señor te reprenda”» (Jud v. 9). Parece que algunas personas dedican mucho tiempo a hablar directamente al diablo mientras oran a Dios. Pero ¿deberíamos hacerlo nosotros?
Bueno, que el Señor nos dé sabiduría para no enfatizar demasiado la presencia y el peligro del diablo y de los demonios, y tampoco subestimarlos. Eso es lo que voy a tratar de hacer: lograr ese equilibrio en este espacio que tenemos juntos. Quiero lograr un equilibrio bíblico, y puedes caerte de ambos lados aquí.
Permanece anclado
Estos son tres breves consejos preliminares para preparar el terreno.
En primer lugar, el diablo no es nuestro principal problema. El pecado es nuestro principal problema; nosotros somos nuestro principal problema. Por lo tanto, debemos enfocar la mayor parte de nuestra guerra espiritual, no contra Satanás ni contra otras personas, sino contra el pecado en nuestro propio corazón y en nuestra propia vida. Si tienes éxito en eso, derrotas al diablo, y derrotas a tu adversario. En lo que Dios se deleita es en tu santidad, y si la alcanzas haciendo morir tu propio pecado a través del poder del Espíritu, triunfas sobre Satanás y sobre el mundo. A Satanás no le importa mucho ser visto. Lo que le importa es destruir a las personas atrapándolas y reteniéndolas en el pecado. Entonces, el pecado es el problema principal. Esa es la primera observación preliminar.
El diablo no es nuestro principal problema. El pecado es nuestro principal problema; nosotros somos nuestro principal problema
En segundo lugar, no olvides nunca —predícate a ti mismo muchas, muchas veces— que «mayor es Aquel que está en ustedes que el que está en el mundo» (1 Jn 4:4). Cristo, con Su muerte y resurrección, propinó un golpe decisivo y vencedor a Satanás. Él no puede destruirte, excepto por medio de tentarte a desconfiar de Jesús y a caminar en pecado. Cree en el triunfo que ya tienes —el anticipo dado por el Espíritu en tu vida— y camina en esta victoria.
Lo tercero es dar prioridad al método de liberación demoníaca que Pablo presenta en 2 Timoteo 2:24-26. Él le dice a Timoteo que «no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe reprender tiernamente a los que se oponen». Luego agrega: «por si acaso Dios» así que, al hacer eso, esto es lo que Dios puede hacer, «por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad». Esa es la manera constante y normal de derrotar el poder del diablo en el ministerio cristiano.
Hay un tipo de posesión demoníaca que puede requerir un encuentro de poder extraordinario y un exorcismo real. Yo he sido parte de uno de esos en mi vida. Pero la forma ordinaria de liberación es la forma de enseñar la verdad que Satanás no puede soportar y, por lo tanto, se va porque la verdad comienza a afianzarse por la gracia de Dios en la vida de las personas.
Cómo no hablar con el diablo
Ahora, teniendo en cuenta estos tres consejos, esto es lo que yo diría sobre hablar directamente al diablo.
Primero, nunca negocies con el diablo. Es malvado hasta la médula. Es demasiado sutil y engañoso, y es experto en tender trampas a las personas. Nunca negocies con el diablo. Jesús se negó a hacerlo en el desierto. Nosotros deberíamos negarnos a hacerlo en todas partes.
En segundo lugar, nunca hables al diablo con aprobación. En Juan 8, Jesús dijo que es un mentiroso desde el principio, y detrás de sus artimañas hay una intención asesina. Incluso cuando habla con medias verdades, harías bien en no aprobar ninguna de ellas, porque su intención es atrapar y engañar.
Tercero, nunca le dirijas a Satanás una reprimenda autosuficiente o autodependiente. Ahora, nota esas palabras: «reprensión autosuficiente y autodependiente a Satanás». Cualquier poder que tengamos sobre Satanás no reside en nosotros por naturaleza. Es el poder de Jesucristo. No tenemos autoridad en nosotros mismos separados de Él. No tenemos sabiduría en nosotros mismos que sea suficiente para oponernos o descifrar los planes del diablo. Es todo de Cristo.
¿En la autoridad de quién?
Ahora, aquí es donde el versículo 9 de Judas parece ser malinterpretado, incluso por Frederic, quien nos hizo esta pregunta. Frederic, en su pregunta, parecía usar este texto para decir: «Ni siquiera el ángel Miguel habló al diablo». De hecho, el texto dice lo contrario. «Cuando el arcángel Miguel luchaba contra el diablo y discutía acerca del cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: “El Señor te reprenda”». Está hablando al diablo. La palabra te significa que estaba hablando al diablo. Pero lo que él no se atrevió a hacer, y nosotros no deberíamos atrevernos a hacer, es hablarle al diablo a título personal o en su propia autoridad. Por eso dice: «El Señor te reprenda».
Sabemos que Jesús tenía autoridad sobre los demonios y que les hablaba: «¡Cállate y sal de él!» (Mr 1:25). Sabemos que dio esta autoridad a Sus discípulos: «Jesús llamó a los doce… dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos» (Mr 6:7). También sabemos que cuando los setenta y dos discípulos regresaron, no solo los doce, para informar sobre su ministerio, dijeron: «Hasta los demonios se nos sujetan en Tu nombre» (Lc 10:17). Las palabras «en Tu nombre» significan que así expulsaron a los demonios. Jesús los echó en Su propia autoridad; los discípulos los expulsaron en el nombre de Jesús. «Sal en el nombre de Jesús» es probablemente lo que dijeron.
Así que, cuando 1 Pedro 5:9 y Santiago 4:7 dicen que debemos «resistir al diablo», creo que esos mandatos incluyen aquellas ocasiones en las que el asalto demoníaco contra ti o tu ser querido es tan claro y tan descarado que deberías decir algo como: «No, no, en el nombre de Jesús, déjame en paz» o «Deja en paz a mi hijo en el nombre de Jesús. Vete, Satanás, sal de esta casa». Entonces acudimos a Cristo. Oh sí, nos volvemos a Cristo. Este es el paso que probablemente se descuida. En ese momento, nos volvemos a Cristo, nos volvemos a las promesas de Jesús:
- «Nunca te dejaré».
- «Nunca te abandonaré».
- «Siempre estaré contigo».
- «Te he comprado, eres mío».
- «Nadie puede arrebatarte de mi mano».
- «Te ayudaré».
- «Seré tu escudo».
- «Levanta el escudo de la fe. Cree en mis promesas. Yo te protegeré. Nunca serás menos que un superconquistador mientras confíes en mí».