La frase «los diez mandamientos» no aparece en el Nuevo Testamento. Ni una sola vez. Lo cual puede sorprender a los creyentes gentiles de hoy que se han empapado de una herencia judeocristiana y han llegado a adoptar una forma de pensar distintivamente judeocristiana.
Recorre todas las preciosas palabras y enseñanzas que tenemos en el Nuevo Testamento —a través de los Evangelios, los Hechos y las Epístolas, abordando tal variedad de circunstancias y necesidades— y Jesús y Sus portavoces inspirados nunca hacen el llamado que se ha vuelto instintivo para algunos cristianos de hoy: guarda los diez mandamientos. Si «obedecer los diez» fuera esencial para la moral cristiana, o incluso un componente expresamente importante de ella, entonces Jesús y Sus hombres parecen habernos perjudicado. Imaginemos lo diferente que se leería todo el Nuevo Testamento, empezando por el Sermón del monte, si los diez mandamientos, tal como aparecen en Éxodo 20 (o Deuteronomio 5), se adoptaran tal cual en la vida de los cristianos del nuevo pacto.
Además, la expresión «diez mandamientos» (o «diez palabras») aparece solo tres veces en el Antiguo Testamento (Éx 34:28; Dt 4:13; 10:4), lo que podría darnos una pista de que los diez han asumido un lugar en la mente de algunos que no solo es ajeno al aspecto cristiano de nuestra herencia, sino también a la parte judía.
Diez perfecto
En las Escrituras hebreas encontramos algunas referencias más a las dos «tablas» en las que se escribieron los diez mandamientos, pero no mucho más, y no al nivel de prominencia hermenéutica que podríamos suponer. Cuando pasamos al Nuevo Testamento, encontramos a Pablo afirmando, en términos muy claros, que los cristianos, como cristianos, no viven por estas tablas, talladas en letras sobre piedra, sino por el Espíritu (2 Co 3:3, 6-7; también Ro 2:27-29). Difícilmente podría hablar más claro de lo que lo hace en Romanos 7:6: «Hemos quedado libres de ley… de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra».
En esos pasajes, el contraste entre lo viejo y lo nuevo parece tan marcado que podríamos preguntarnos: ¿Cómo pudo ocurrir un cambio tan dramático de Moisés y la letra, a Cristo y el Espíritu? La respuesta corta es que llegó el clímax de la historia. El Mesías mismo, no solo el hijo de David, sino el Hijo divino, vino entre nosotros en carne y sangre plenamente humanas, enseñó, discipuló, murió y resucitó.
Jesús vino a cumplir lo que «lo antiguo» anticipaba y a marcar el comienzo de un nuevo pacto y de una era fundamentalmente nueva de la historia. Sus seguidores no estarían bajo la administración anterior que había custodiado al pueblo de Dios desde Moisés. Jesús mismo dice que no vino a destruir la ley y los profetas, sino a hacer algo aún más sorprendente: cumplirlos (Mt 5:17). Es decir, cumplir como profecía. No simplemente mantener los diez mandamientos en su lugar, o permanecer bajo ellos, o dejarlos intactos, sino cumplirlos, primero en Su propia persona, y luego por Su Espíritu en Su iglesia. No vino a desechar a Moisés, sino a dar cumplimiento a Jeremías, y al hacerlo, logró lo que es aún más radical: establecerse a Sí mismo como la autoridad suprema, poniendo la ley de Dios dentro de Su pueblo (en vez de en tablas), escribiéndola en sus corazones (en vez de en piedra), y haciendo que todo Su pueblo le conociera (Jr 31:31-34).
Dado que Jesús vivió y enseñó en el momento culminante de la historia, en esta transición única de lo antiguo a lo nuevo, de la era de Israel a la era de la iglesia, tenemos que observar con cuidado las diferencias frescas y a veces sutiles de énfasis en Su ministerio y enseñanza, y confirmar nuestras lecturas en las enseñanzas de Sus apóstoles.
Como parte de este panorama más amplio, vamos a centrarnos en la forma en que Jesús trata los diez mandamientos. Es cierto que no se refiere a ellos como un paquete llamado «los diez mandamientos», pero en varios momentos clave de Su enseñanza se refiere a mandamientos individuales de los diez, y así podemos hacernos una idea de Su orientación más amplia a través de la ponderación de Sus diversos planteamientos.
1. “Pero Yo les digo” (Mandamientos 6, 7 y 9)
Pasemos primero al Sermón del monte y a las llamadas «seis antítesis» de Mateo 5:21-48. Se trata de la enseñanza más planeada de Jesús relacionada con los mandamientos contenidos en los diez, en el amplio contexto de «la ley y los profetas».
Sin duda, los primeros oyentes de Jesús percibieron los vientos de cambio en Su mensaje, pues enseñaba «como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7:28-29). Por eso, en Su sermón más célebre, Jesús aclara que no ha venido a destruir lo antiguo ni a desechar los mandamientos en sí. Más bien, ha venido a cumplir lo que la ley y los profetas habían anticipado durante mucho tiempo, y ese cumplimiento en Sí mismo (como veremos) traerá una maduración y culminación histórica-salvífica, no una involución.
De hecho, el pueblo del nuevo pacto de Jesús llegará a vivir con la ayuda de tal poder espiritual que todos ellos superarán a los que eran considerados las élites de la época anterior: «Les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt 5:20). Jesús hace eco de este desarrollo de épocas en la afirmación final de las antítesis: «Por tanto, sean ustedes perfectos [completos, teleioi] como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5:48). La época anterior encarnaba una expresión real, pero modulada de las normas de Dios; la nueva, en cierto sentido, elevará las normas (Mt 5:31-32; 19:7-9; Mr 10:4-9; Lc 16:18) y proporcionará una Ayuda mucho mayor (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7).
De las seis antítesis que siguen, las cuatro primeras están vinculadas a uno de los diez mandamientos. El primero es el sexto mandamiento: «No matarás» (Mt 5:21). La nota que pone Jesús no es la continuidad, sino la consumación: «Pero Yo les digo [el Yo es enfático en el griego] que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte» (Mt 5:22, énfasis añadido). Aquí, uno podría decir que Jesús intensifica, profundiza o extrae del mandato negativo («no lo harás») una obligación moral atemporal que el propio carácter de Dios impone a Sus criaturas. Anteriormente, Dios había expresado de forma más atenuada las implicaciones morales de Su carácter; ahora, con la venida de Cristo, las normas de justicia, anticipadas por la ley, florecen plenamente. Además, Jesús no extrae Su enseñanza apelando a la Escritura anterior, sino que la declara sobre Su propia autoridad: «Yo les digo».
Del mismo modo, la segunda antítesis comienza con el séptimo mandamiento: «No cometerás adulterio». De nuevo, Jesús dice: «Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5:28, énfasis añadido). En este punto puede parecer que Jesús simplemente está «profundizando» la ley, pero las antítesis restantes no encajan tan fácilmente en este esquema. En la tercera, expone la ley: «También se dijo: “Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé carta de divorcio”. Pero Yo les digo…» (Mt 5:31-32, énfasis añadido).
Tanto «profundizar» como «exponer» son descripciones inadecuadas de la cuarta antítesis, que resume varios textos del Antiguo Testamento que amplían el noveno mandamiento. De nuevo dice: «Pero yo les digo…», y al hacerlo, «simplemente barre todo el sistema de votos y juramentos que se describía y regulaba en el Antiguo Testamento» (Douglas Moo, The Law of Christ as the Fulfillment of the Law of Moses [La ley de Cristo como cumplimiento de la ley de Moises], p. 349). Las antítesis quinta y sexta amplían aún más la red, mostrando que Jesús está preparado para hablar con autoridad por encima de una mezcla de la ley del antiguo pacto y la interpretación popular que se hacía en ese tiempo.
Lo que emerge, pues, no es un principio común de lo que Jesús hacía con los mandamientos del antiguo pacto para someter a Sus seguidores a ellos, sino la autoridad radical que reclama para Sí tanto sobre las tradiciones humanas como sobre los mandamientos del antiguo pacto. Al fin y al cabo, esto es lo que Mateo relata (y nos enseña) al final del Sermón:
Cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes se admiraban de Su enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas (Mt 7:28-29).
Los escribas apelan a la autoridad de las Escrituras, pero Jesús, osadamente, afirma una y otra vez Su propia autoridad. La afirmación clave es «Yo les digo». El efecto que prevalece es la nueva supremacía de Jesús sobre todos los demás mandamientos («Ustedes han oído que se dijo a los antepasados»), ya sean las máximas aparentemente autorizadas de la época o incluso los mandamientos de Dios genuinamente autorizados, tal como se expresaban en la era anterior.
Con la venida de Cristo, Este supera a Moisés y se convierte en el canal personal de la autoridad moral de Dios para Su pueblo en una nueva era y un nuevo pacto
De ninguna manera el surgimiento de la autoridad de Jesús significa la destrucción de lo antiguo, de tal manera que los seguidores de Jesús queden ahora libres para asesinar, cometer adulterio y dar falso testimonio. Más bien, ahora, con la venida de Cristo, Este supera a Moisés y se convierte en el canal personal de la autoridad moral de Dios para Su pueblo en una nueva era y un nuevo pacto. Esto lo declarará de forma culminante en la gran comisión, sobre la base de que tiene «toda autoridad» y de que la norma para hacer discípulos en todo el mundo es «todo lo que Yo [¡no Moisés!] les he mandado» (Mt 28:18-20, énfasis añadido).
2. Del corazón (Mandamientos 8 y 10)
En Marcos 7, Jesús hace referencia de paso al octavo y décimo mandamientos (junto con el sexto, séptimo y noveno). En los versículos 1-13, responde al desafío de los escribas acerca de que Sus discípulos comían sin lavarse las manos y, por tanto, no vivían «conforme a la tradición de los ancianos» (v. 5). Luego de reprenderles porque «Astutamente violan el mandamiento de Dios para guardar su tradición» (v. 9), reúne a un público más amplio para hablar con Su autoridad de un tema relacionado:
Escuchen todos lo que les digo y entiendan: no hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo; sino que lo que sale de adentro del hombre es lo que contamina al hombre (Mr 7:14-15).
En relación con los diez, se trata de un arma de doble filo. En primer lugar, como comenta Marcos, Jesús «declaró así limpios todos los alimentos» (v. 19), otra asombrosa revelación de Su autoridad, que, como la del Dios-hombre, sobrepasa incluso los mandatos divinos emitidos en la era anterior. En segundo lugar, Jesús aclara: «Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias [es decir, los mandamientos 6, 7, 8 y 10], maldades, engaños [mandamiento 9], sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez» (vv. 21-22). La desobediencia a los mandamientos del sexto al décimo —y a otros ocho pecados más— revela el corazón oculto, que Jesús viene a abordar, darle convicción y transformar.
La venida de Cristo, con Su autoridad suprema, pone fin a las peculiares leyes alimentarias de Israel, pero no deshace las normas atemporales de la moralidad basadas en el carácter de Dios. De hecho, ahora la persona interior, «el corazón del hombre», aparece más claramente como la fuente de la plena obediencia a los mandamientos del sexto al décimo, así como en áreas no abordadas por los diez. Todo ello con Cristo mismo en la posición de Legislador supremo, no como mero maestro de Moisés.
3. El primero y un segundo (Mandamientos 1 y 2)
En vano buscaremos con precisión los mandamientos 1 y 2 (Éxodo 20:3-6) en el ministerio de Jesús; sin embargo, lo encontramos mencionando un «gran y primer mandamiento» y un «segundo». Sin embargo, sorprendentemente, Jesús se sale de los diez cuando hace esas afirmaciones superlativas.
Durante la semana de Su Pasión, cuando un intérprete de la ley de entre los fariseos le pregunta: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?», Jesús no responde con Éxodo 20, sino con Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18:
Y Él le contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas» (Mt 22:37-40).
En relación con nuestro enfoque, Jesús no eleva los diez mandamientos por encima de la Torá más amplia, sino que, en realidad, ¡eleva otras partes de la Torá por encima de los diez! Jesús se atreve a emitir el juicio interpretativo de que Deuteronomio 6:5 representa la primera y más importante exigencia de Dios a Su pueblo, incluso mejor que el primero de los diez mandamientos. Luego, sobre Su propia autoridad, nombra el segundo en un oscuro Levítico 19:18, lo que realmente debería hacernos sacudir la cabeza. Jesús demuestra así (1) una integridad en Su enfoque de la Torá, que no eleva los diez mandamientos por encima del resto de las Escrituras, sino que en realidad (2) identifica las realidades determinantes mejor expresadas en otros lugares, y todo ello (3) sobre la base de Su propia autoridad, no de un argumento exegético basado en la autoridad de Moisés.
4. Larga vida en la tierra (Mandamiento 5)
Ahora llegamos al primero de los tres mandamientos individuales que quedan: el quinto mandamiento, «honra a tu padre y a tu madre», que no solo viene acompañado de una promesa, sino también de un contexto específico: «para que tus días sean prolongados en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da» (Éx 20:12, énfasis añadido).
Esto nos brinda la oportunidad de reconocer hasta qué punto los diez mandamientos están claramente inscritos en un momento histórico y una generación concretos: «Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre» (Éx 20:2, énfasis añadido). Luego, los diez mandamientos mencionan a los siervos y a las siervas, al ganado, a los extranjeros, a las puertas de las ciudades y al buey o al asno de tu prójimo. El quinto mandamiento se refiere a «la tierra» a la que se dirigen estos esclavos recién liberados en el desierto: Canaán. Sin duda, las aplicaciones a periodos posteriores de la historia son bastante intuitivas (como demuestra Pablo en Efesios 6:1-3), pero aun así observamos que Éxodo 20 está incrustado sin reparos en un momento determinado y no pretende ser de otro modo.
El quinto mandamiento también nos brinda la oportunidad de volver a escuchar el diálogo de Jesús con uno de Sus interlocutores más famosos: el joven rico. Se acerca a Jesús y le pregunta: «Maestro, ¿qué cosa buena haré para obtener la vida eterna?» (Mt 19:16). Esperamos que Jesús corrija rápidamente el error obvio: ¡un ser humano pecador no puede asegurarse la vida eterna con ninguna buena acción! Sin embargo, como en la antítesis de Mateo 5, Jesús gira el encuentro magistralmente hacia Su persona. Primero, explícitamente: «¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno?». Luego, implícitamente: «Solo Uno es bueno» (v. 17, énfasis añadido).
Luego, Jesús aborda el error del hombre a través de los mandamientos 6, 7, 8, 9 y 5, y a través de Levítico 19:18 (vv. 18-19). Con sorprendente presunción, y tal vez entrañable honestidad, el hombre responde: «Todo esto lo he guardado; ¿qué me falta todavía?» (v. 20). Ahora Jesús vuelve al punto de partida y a la lección principal del Sermón del monte: Yo. «Si quieres ser perfecto [completo, teleios, igual que en Mateo 5:48], ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sé Mi discípulo» (v. 21, énfasis añadido). Jesús es la primera y última respuesta a la pregunta del hombre, y para abrir la mano y aferrarse a Jesús, el joven rico debe soltar sus muchas posesiones.
Aquí Jesús muestra la incapacidad de los mandamientos para salvar. El hombre afirma haber guardado todos los mandamientos, pero eso no es suficiente. Le falta una cosa: Jesús mismo.
5. Santificado sea Su nombre (Mandamiento 3)
Encontrar el tercer mandamiento («No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano», Éx 20:7) en la enseñanza de Jesús parece difícil al principio. No aparece ninguna cita exacta, aunque podríamos ver una conexión con la cuarta antítesis. Sin embargo, cuando ampliamos nuestra mirada al interés de Jesús por «el nombre del Señor», descubrimos que las asociaciones están muy presentes. Es difícil encontrar palabras más repetidas en boca de Jesús que nombre. La más memorable de todas es la petición inicial de la oración modelo de Jesús: «Padre nuestro que estás en los cielos, / Santificado sea Tu nombre» (Mt 6:9).
Jesús claramente reverencia el nombre divino, en Su vida y ministerio no solo «toma el nombre del Señor» sin vanidad, sino que incluso lo llena completamente en Su persona. En Jesús, «el nombre» no se recibe como un cascarón vacío, sino que se llena con toda la plenitud de la deidad en plena humanidad. Él es el primero en asumir el nombre sin vanidad ni carencia alguna, y así, notablemente, no solo habla del nombre de Su Padre, sino también, inimitablemente, e incluso con más frecuencia, del Suyo propio. Advierte a Sus discípulos que dejarán «casas o hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o tierras, por mi nombre» (19:29, énfasis añadido) y «serán odiados de todos por causa de Mi nombre» (Mt 10:22; 24:9, énfasis añadido). «Y el que reciba a un niño como este en Mi nombre, me recibe a Mí» (Mt 18:5, énfasis añadido), y «donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mt 18:20, énfasis añadido). Se podrían multiplicar los ejemplos en los evangelios, especialmente en el Evangelio de Juan.
Lo más provocativo es que Jesús se pone a Sí mismo, como Hijo, junto a Su Padre y al Espíritu, compartiendo el nombre divino singular en Su gran comisión: «Hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28:19, énfasis añadido).
6. Señor del día de reposo (Mandamiento 4)
Por último, y el más escandaloso, es el cuarto mandamiento: «Acuérdate del día de reposo para santificarlo» (Éx 20:8, incluidos los versículos 9-11). De los diez, este es el más notable en el tenor de su manejo en el Nuevo Testamento, incluso en el ministerio de Jesús, así como en la lucha de la iglesia durante veinte siglos. Esencialmente, no encontrarás argumentos cristianos razonables y cuidadosos en tal tensión con ninguno de los otros diez en su empuje moral central. Muchos de nosotros estamos dispuestos a afirmar un principio de seis días y uno de reposo en la creación, aunque el cuarto mandamiento, en su expresión mosaica, no sea vinculante para el creyente del nuevo pacto.
Aquí no necesitamos abordar la pregunta «¿Deben los cristianos guardar el día de reposo?», abordada hábilmente en otros lugares. En cambio, hacemos énfasis en la forma asombrosa en que Jesús aborda el cuarto mandamiento y, al igual que en las antítesis y la gran comisión, declara con frescura Su supremacía sobre todo lo anterior, y en los términos más enérgicos de todos.
Acabando de formular la amada invitación: «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados» (Mt 11:28), Mateo informa: «Por aquel tiempo Jesús pasó por entre los sembrados en el día de reposo…» (12:1, énfasis añadido). Como observa Scott Hubbard, «El séptimo día marca el escenario de tantos enfrentamientos entre Jesús y los fariseos que cuando leemos algo como: “Y era día de reposo…” (Jn 9:14), esperamos problemas». Y así comienza.
Los discípulos, hambrientos, arrancan y comen algunas espigas y, como no podía ser de otra manera, los fariseos, que de alguna manera guardaban el día de reposo, están allí mismo para manifestar su desaprobación: «Mira, Tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo» (Mt 12:2). Jesús responde magníficamente a múltiples niveles. Los hombres de David estaban exentos por estar con el ungido de Dios. Así también, en la ley misma (Nm 28:9-10), «¿O no han leído en la ley, que en los días de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo [realizando un holocausto cada día de reposo] y están sin culpa?» (Mt 12:5).
Jesús hace entonces lo que ya podíamos esperar: no se inclina ante la ley, ni la quema, sino que llama la atención sobre Sí mismo como autoridad superior. Lo hace dos veces. Ambas son expresiones parcialmente veladas en el momento, y audazmente evidentes en retrospectiva. Versículo 6: «Pues les digo [nota de nuevo ese lenguaje] que algo mayor que el templo está aquí» (énfasis añadido). Versículo 8: «El Hijo del Hombre es Señor del día de reposo».
Jesús es el Señor del templo, el Señor de los diez mandamientos, y el Señor de todo lo que vino antes, y de todo lo que vendrá después
Lejos de ser el siervo del día de reposo, o Su saboteador, Jesús es Su Señor. Él es el Señor del templo, el Señor de los diez mandamientos, y el Señor de todo lo que vino antes (ya sean mandamientos divinos o tradiciones humanas) y de todo lo que vendrá después. Así, vemos cómo Su invitación en Mateo 11:28-30 conduce sin problemas a este episodio «por aquel tiempo» (Mt 12:1):
Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar (énfasis añadido).