Reflexiones
CUANDO PARECE QUE YA NO HAY MÁS ESPERANZA
El apóstol Pablo, junto a otros prisioneros y la tripulación de la embarcación, enfrentó una tormenta violenta que duró varios días. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se describe este impresionante momento de desesperación:
“Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos. (Hechos 27:20)”
La oscuridad se había apoderado del cielo y, con ella, el corazón de los hombres a bordo. Habían perdido de vista las estrellas que guiaba el camino de la embarcación y, más grave aún, habían perdido toda esperanza de sobrevivir. ¿Cuántas veces en la vida nos encontramos en situaciones similares, donde parece que no hay más luz y nos desesperamos?
Las tormentas pueden tomar muchas formas: enfermedades, problemas financieros, relaciones rotas o pérdidas irreparables, entre muchas más. En esos momentos, sentimos que no hay más esperanza, que hemos llegado al final del camino y que no podremos retornar al punto de partida. Sin embargo, el naufragio del apóstol Pablo no fue el final para él, ya que, en medio de la oscuridad y el caos, nuestro Dios seguía presente. El Apóstol relata cómo un ángel del Señor lo asistió y le dijo:
“Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, y diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. (Hechos 27:23-24)”
A pesar de lo desesperado de la situación, nuestro Dios tenía un propósito y una promesa: Pablo llegaría a su destino. Este relato nos enseña que, aunque no podamos ver el sol o las estrellas, nuestro Dios nunca deja de guiarnos. Aun cuando todo parece perdido, Su Presencia es constante y no nos abandona. El rey David, al escribir el hermoso Salmo 34 ratifica esta verdad. (VER Salmos 34:18)
En esos momentos de profunda angustia, nuestro Dios está más cerca de lo que podemos imaginar. Él nos acoge en nuestras debilidades, nos fortalece en medio de nuestras luchas y, cuando parece que la esperanza se ha ido, Él nos muestra que hay un propósito más grande que la tormenta que podamos estar enfrentando. El apóstol Pablo y la tripulación finalmente llegaron a salvo a la isla de Malta, aunque lo hicieron como náufragos. Nuestro Dios había cumplido con Su promesa. En ocasiones, no logramos llegar a nuestro destino como lo imaginábamos, pero debemos tener la seguridad que siempre llegamos bajo el cuidado de nuestro Señor. La clave está en no perder nuestra fe en medio de las tormentas.
El apóstol Pablo, en la carta que le escribe a los hermanos de Roma, nos deja una oración que refleja la esperanza que nunca muere.
“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. (Romanos 15:13)”