Vida Cristiana

De una mamá a otra: Cuando te duele el pecado de tus hijos

Podía ver la vergüenza que tratabas de ocultar, cuando escuchabas en la oficina del director sobre la mala conducta de tu pequeño hijo. Quise abrazarte.

Te vi salir caminando deprisa, con tus hombros encogidos, tu rostro hundido y con la mano en tu pecho, como conteniendo a fuerza un suspiro que estaba a punto de estallar. Una vez más, quise abrazarte.

Alcancé a ver cuando te subiste al auto y contemplé las lágrimas que brotaban de tu corazón desbordado, como una catarata que golpea con violencia contra las rocas y luego intenta encontrar la paz que durante la caída y la embestida había perdido.

Quise y quiero ayudarte, porque… te entiendo.

Entiendo la forma en que logras ocultar lo que sientes mientras tu diafragma se contrae. Entiendo la vergüenza que la exposición de los pecados de tus hijos puede causar a tu rol y desempeño como mamá. Entiendo la tristeza que ocasiona ver una y otra vez que los problemas de tus hijos parecen nunca terminar.

La realidad de nuestros hijos

Nuestros hijos tienen un corazón como el de cualquier otro ser humano; es decir, un corazón con la capacidad de pecar, engañar y elegir hacer lo malo (Jr 17:9). Un corazón que buscará su propio bienestar, cumplir con sus deseos y hacer su voluntad caída. Un corazón que necesita un Redentor con urgencia, aún si es un niño pequeño, porque nadie nace con el corazón puro. Todos nacemos con un corazón engañoso e inclinado a hacer el mal (Sal 51:5).

Nuestra labor como mamás es acompañar a nuestros hijos en los conflictos que enfrentan, para dirigirlos a Cristo y ayudarlos a que atesoren Su evangelio

 

Es difícil aceptar que esa es la condición en la que nacen nuestros hijos, pues solemos verlos como incapaces de hacer el mal en sus primeros meses de vida. No obstante, desde la rebelión de nuestros primeros padres en el Edén (Gn 3), nuestro corazón ha sido engendrado con la capacidad de pecar desde pequeños.

Aún así, nuestra labor como mamás es acompañar a nuestros hijos en los conflictos que enfrentan, para dirigirlos a Cristo, recordándoles y mostrándoles el evangelio, para ayudarlos a que lo atesoren en sus corazones (Sal 119:11) de modo que actúen en respuesta a lo que conozcan del evangelio.

El evangelio nos da esperanza

Aquella tarde que te vi llorar en tu auto, me vi a mí también. Pude entenderte porque he sido la mamá que llora al volante después de recibir un reporte certero de la pecaminosidad de mis hijos. Sin embargo, aunque esos minutos parecen interminables, aunque todo parezca desolador y hieda a vergüenza y tristeza, aún hay esperanza. Hay esperanza para todas las mamás que tienen hijos con pecados que parecen nunca terminar, porque el evangelio lo cambia todo.

Cada experiencia problemática con nuestros hijos es una ocasión más para acercarnos al Padre en oración

 

Entender que el Padre nos amó de tal forma que envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados (Jn 3:16) cambia nuestra forma de ver la vida. Si vemos todo —incluso los pecados de nuestros hijos— a través del evangelio, traeremos esperanza a nuestros corazones, pues consideramos la vida de Cristo, Su muerte, resurrección y que un día volverá. Tenemos esperanza al saber que el dominio del pecado terminará y todo será como debía haber sido.

Pero también hay esperanza para nuestra estadía en este lado de la eternidad, porque podemos recordar que lo que vivimos en respuesta a las luchas de nuestros hijos —como la vergüenza o la tristeza— apunta a nuestra necesidad urgente de Cristo.

Sentir vergüenza o tristeza por conocer el corazón pecaminoso de nuestros hijos no es malo, ni llorar por sus luchas y pecados en medio del dolor. En cambio, vemos nuestra fragilidad y nuestra necesidad del evangelio en cada situación. La vergüenza y la tristeza nos pueden hacer pensar que hay algo malo con nosotras y nuestra crianza, cuando no necesariamente es así. Pero aunque tengamos fallas en nuestra crianza, seguimos recibiendo todos los días la gracia y la misericordia de Dios, así como Su ayuda y consuelo (2 Co 1:3-4).

Jesús nos entiende y recibe

Podemos recordar que Cristo fue avergonzado y experimentó tristeza por los pecados del mundo; Él nos entiende. Cuando los problemas de nuestros hijos parecen no tener fin, podemos ir a los pies de la cruz, llorar y orar por sus luchas, por sus pecados, pero también por nuestra necesidad de Cristo. Podemos orar pidiendo Su consuelo y que nos permita recordar que tenemos un lugar en la mesa del Padre que no nos será quitado jamás. Cada experiencia problemática con nuestros hijos es una ocasión más para acercarnos al Padre en oración.

Los conflictos de nuestros hijos, la vergüenza que podamos sentir y la tristeza que podamos experimentar no nos define como personas ni define nuestra maternidad. Podemos descansar en la verdad de que somos hijas del Padre eterno, quienes también presentamos dificultades y Él nos acompaña en cada una de ellas. Por eso podemos acompañar a nuestros hijos día a día anhelando que dependan, por Cristo, de nuestro Padre eterno. Hay esperanza; un día todo será diferente y, mientras llega el momento en que reine la justicia de Dios, podemos descansar en que Cristo está con nosotras todos los días y hasta el fin del mundo (Mt 28:20). Algún día todo será como debe ser (Ap 21). ¡Gloria a Dios por Su bondad!


Karla de Fernández está casada con Jorge Carlos y es madre de tres niños. Con su esposo radican en Querétaro, México, donde son miembros de iglesia SOMA. Es autora de Hogar bajo Su graciaEl azul es para los niños, El temor y nuestra sed de aprobación y Una mujer elegida. Puedes encontrarla en YouTubeInstagramFacebook y Twitter.

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