¿Quieres cambiar el mundo? Practica la adoración en familia

Estoy al­mor­zan­do rá­pi­do por­que me sien­to muy ata­rea­do como para co­mer con tran­qui­li­dad. ¡Ten­go tan­tas co­sas ur­gen­tes por aten­der hoy! En­ton­ces me le­van­to de la mesa de­jan­do a mi es­po­sa y a mi hijo para ir rá­pi­do a mi ofi­ci­na, cuan­do mi hijo de dos años me mira y dice: «Papá: es­cu­char, orar y can­tar».

Me asom­bra cómo el há­bi­to se for­ma en él y an­he­la «es­cu­char, orar y can­tar». Así des­cri­bi­mos nues­tro tiem­po dia­rio de cul­to fa­mi­liar jus­to lue­go del al­muer­zo: lee­mos y es­cu­cha­mos la Bi­blia (un par de ver­sícu­los to­ma­dos de mi lec­tu­ra pri­va­da más tem­prano), y com­par­to una re­fle­xión cor­ta so­bre el tex­to; lue­go ora­mos en res­pues­ta a lo que es­cu­cha­mos y en­ton­ces can­ta­mos al­gu­na can­ción de las que en­to­na­mos el do­min­go pa­sa­do en la igle­sia. Como mi hijo es pe­que­ño, ha­ce­mos esto en me­nos de cin­co mi­nu­tos.

Nues­tro ho­gar es el pri­mer lu­gar don­de de­be­mos bus­car vi­vir a diario lo que es­cu­cha­mos los do­min­gos en la igle­sia

Pero hoy las co­sas ur­gen­tes tie­nen para mí un peso más in­media­to, ade­más de que aten­der­las brin­da un fru­to vi­si­ble con más ra­pi­dez. En­ton­ces se des­en­ca­de­na una ba­ta­lla de pen­sa­mien­tos en mí, mien­tras debo de­ci­dir: ¿tendremos el tiem­po de­vo­cio­nal fa­mi­liar aho­ra o lo de­ja­ré para más tarde?

Días como este evi­den­cian que ne­ce­si­to re­cor­dar­me una y otra vez la importancia eter­na del tiem­po de ado­ra­ción en fa­mi­lia. Ya sea que tam­bién lo prac­ti­ques en tu ho­gar o no, o que ten­gas apo­yo de tu cón­yu­ge o no, quie­ro alen­tar­te (¡y alen­tar­me!) a prio­ri­zar esta dis­ci­pli­na fa­mi­liar, por­que es un lla­ma­do di­vino so­bre nues­tras vi­das con un im­pac­to ma­yor del que ima­gi­na­mos.

Un llamado divino sobre tu vida 

Des­de el inicio de la his­to­ria de redención es cla­ro que Dios desea y or­de­na que Su pue­blo ins­tru­ya la ver­dad a sus hi­jos en el ho­gar. Por ejem­plo, Abraham fue escogido por Dios para que enseñara a su descendencia a guardar «el camino de Jehová» (Gn 18:19, RV60). Más ade­lan­te, Dios or­de­na algo similar a Is­rael por me­dio de Moi­sés:

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes… (Dt 6:4-7, RV60).

Este tex­to tie­ne re­le­van­cia para los cre­yen­tes hoy. El pa­sa­je com­ple­to nos ha­bla sobre el va­lor de enseñar a nues­tros hi­jos de ma­ne­ra cons­tan­te quién es Dios y lo que Él ha he­cho por no­so­tros (Dt 6:20-25). Si esto era vi­tal para el pue­blo de Is­rael, ¿cuán­to más de­be­ría­mos los cre­yen­tes ha­blar a nues­tros hi­jos so­bre Dios y Su obra re­den­to­ra, cons­cien­tes de la sal­va­ción tan gran­de que te­ne­mos en Cris­to?

Mu­cho des­pués, en el Nue­vo Tes­ta­men­to, so­mos lla­ma­dos a per­se­ve­rar en la lectura de la Es­cri­tu­ra: en la ado­ra­ción corporativa en la igle­sia y de ma­ne­ra in­di­vi­dual (Col 3:162 Ti 3:14-17). Esto tie­ne im­pli­ca­cio­nes para la vida ma­tri­mo­nial y la crian­za. No hay for­ma de amar y ser­vir a nues­tro cón­yu­ge como Dios quie­re que lo ha­ga­mos (Ef 5:22-33) y criar a nues­tros hi­jos «en disciplina y amonestación del Señor» (6:4, RV60), si la Bi­blia no tie­ne un lu­gar cen­tral en el ho­gar y si no mo­de­la­mos la ado­ra­ción a Dios como res­pues­ta co­rrec­ta a Su Pa­la­bra.

Es­tos pa­sa­jes bí­bli­cos y mu­chos otros nos apun­tan a un lla­ma­do di­vino, dado por el Dios del uni­ver­so y Se­ñor so­bre nues­tras vi­das, a po­ner la Bi­blia en el cen­tro de la vida fa­mi­liar. Aho­ra bien, esto im­pli­ca ser dis­ci­pli­na­dos en esta tarea, pues ¿cómo lo haríamos de ma­ne­ra es­pe­cí­fi­ca, cons­tan­te y prác­ti­ca, sin al menos apar­tar mo­men­tos re­gu­la­res para la lec­tu­ra bí­bli­ca y la ado­ra­ción en fa­mi­lia?

Un impacto mayor del que imaginas 

Al mis­mo tiem­po, es en el ho­gar que la pie­dad de nues­tras fa­mi­lias es más fortalecida o so­ca­va­da. Nues­tro ho­gar es el pri­mer lu­gar don­de de­be­mos bus­car vi­vir a diario lo que es­cu­cha­mos los do­min­gos en la igle­sia. Es el lu­gar prin­ci­pal don­de nos recordamos la Pa­la­bra de Dios y nos alen­ta­mos a la fe como fa­mi­lia.

Tam­bién es don­de sem­bra­mos se­mi­llas de la Pa­la­bra en el co­ra­zón de nues­tros hijos con la es­pe­ran­za de que Dios pro­duz­ca fru­to en ellos y sean par­te de una generación que glo­ri­fi­que a Dios y alum­bre en la so­cie­dad.

El ca­mino más di­rec­to para cambiar el mun­do em­pie­za de ma­ne­ra tan sen­ci­lla como escuchar, orar y cantar la Biblia en familia.

¿Has pen­sa­do en por qué Sa­ta­nás aten­ta sin ce­sar con­tra la fa­mi­lia en nues­tros días? Lo hace no solo por­que es una ins­ti­tu­ción crea­da por Dios y don­de de­be­mos ate­so­rar la Es­cri­tu­ra, sino tam­bién por­que es el ma­yor lu­gar de in­fluen­cia ver­da­de­ra que cada cre­yen­te tie­ne, tanto en su cón­yu­ge como en su des­cen­den­cia. Si es­ta­mos ca­sa­dos o con hi­jos, nues­tro ho­gar es el lu­gar don­de más so­mos in­fluen­cers para la eternidad.

Así como la ma­dre y la abue­la de Ti­mo­teo tie­nen en la his­to­ria de la igle­sia y del mun­do un im­pac­to ma­yor del que pu­die­ron ima­gi­nar, de­bi­do a que en­se­ña­ron la Escritura a Ti­mo­teo (2 Ti 1:53:14-15), re­fle­xio­na en lo que Dios pue­de obrar en el futuro cuan­do Su Pa­la­bra está en el cen­tro de nues­tros ho­ga­res hoy.

No es de ex­tra­ñar que Matt­hew Henry, el gran pu­ri­tano y co­men­ta­ris­ta de la Bi­blia, di­je­ra que es en el ho­gar que la Re­for­ma debe co­men­zar.1

Escuchar, orar y cantar

Por la gra­cia de Dios, la ma­yo­ría de los días en que estoy muy ocupado lo­gro re­cor­dar que lo ur­gen­te (la ta­rea más in­me­dia­ta en mi lis­ta de co­sas por ha­cer) no debe distraerme de lo más im­por­tan­te (como ado­rar a Dios jun­to a mi fa­mi­lia). Pero también con­fie­so que a ve­ces cedo ante la pre­sión de lo ur­gen­te… una vez más.

La bue­na no­ti­cia es que si he­mos fa­lla­do en ser in­ten­cio­na­les con la ado­ra­ción en fa­mi­lia, en Cris­to te­ne­mos el per­dón que ne­ce­si­ta­mos y la gra­cia para per­se­ve­rar con gozo. Por tan­to, ore­mos que Dios nos con­ce­da re­cor­dar a dia­rio el va­lor de este lla­ma­do y su im­pac­to. Que po­da­mos en­ten­der que el ca­mino más di­rec­to para cambiar el mun­do em­pie­za de ma­ne­ra tan sen­ci­lla como «es­cu­char, orar y can­tar».


1 Ci­ta­do en: Joel Bee­ke y Mark Jo­nes, A Pu­ri­tan Theo­logy: Doc­tri­ne For Life (Re­for­ma­tion He­ri­ta­ge Books, 2012), loc. 32349.

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