Lectura de Hoy

09-11-2023

Devocional

Devocional: Joel 1

La profecía de Joel es anómala por varias razones. Las profecías veterotestamentarias más canónicas están presentadas por profetas que identifican el periodo de su ministerio haciendo alusión al reinado de los reyes (p. ej. Oseas 1:1). Joel no hace nada así. Tampoco tenemos idea de quién es su padre Petuel. Se estima que la fecha de composición del libro puede variar desde el siglo IV al siglo II a.C. Queda claro que el templo está funcionando (p. ej., 1:13), pero no hay seguridad en cuanto a que sea el primero (edificado durante el reinado de Salomón) o el que se reconstruyó después del exilio.

En cierto modo, esta flexibilidad es una ventaja. Aunque perdemos la particularidad que caracteriza gran parte de los escritos proféticos del Antiguo Testamento, ganamos en una especie de sensación sin tiempo que, tal vez, facilite la aplicación. Casi con toda seguridad, lo que precipitó la crisis fue una plaga de langostas (aunque algunos piensan en estas como símbolo de un ejército poderoso). Esta experiencia se ha convertido en la plantilla con la que el profeta suele llamar al pueblo al arrepentimiento a la luz del juicio, tanto pasado como presagiado. Es, asimismo, el antecedente de algunas de las profecías más estimulantes del futuro, que se cumplieron con la llegada del evangelio y que se encuentran en todo canon del Antiguo Testamento (véase en particular la meditación para mañana).

La plaga de langostas descrita en Joel 1 es un fenómeno bien conocido en algunas partes del mundo hoy día. Una vez que se han reunido en enjambre, es prácticamente imposible detenerlas. En realidad, las terribles plagas de langostas se reconocían como lo que eran: el juicio de Dios. Por esta razón, en su oración de dedicación del templo, Salomón incluye la posibilidad de que Dios castigue a su pueblo con langostas y prescribe qué hacer al respecto (1 Reyes 8:37). Joel lo está haciendo. Invita a los sacerdotes, en especial (“ministros del altar”, 1:13), a que vistan cilicio, lamenten y declaren ayuno santo, que convoquen una asamblea solemne, que reúnan a los ancianos en el templo para que clamen al Señor (1:13-14). Joel mismo acaba el capítulo con un grito: “A ti clamo, Señor” (1:19).

Este es un buen lugar para reflexionar durante un momento en cómo tendríamos que pensar con respecto a los desastres. No deberíamos adoptar una postura fatalista. Si podemos detener hoy a las langostas (los satélites pueden a veces detectar enjambres incipientes que después se detienen con camiones de pesticidas), hemos de hacerlo, exactamente de la misma manera como habríamos de intentar detener la guerra, una plaga, el sida, el hambre y otros desastres. Pero, en un mundo teísta, en el que Dios es soberano, también debemos prestar oído al juicio de Dios que convoca a todos los portadores de su imagen y les pide que renuncien al egoísmo del pecado y que clamen a él pidiendo misericordia.


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Publicaciones Andamio, 2016. Usado con permiso.

Devocional: 2 Reyes 22

El último intento serio de reformar moral y teológicamente al reino de Judá se expone en 2 Reyes 22. Después de eso, sólo resta el deslizamiento final hacia el exilio.

Al rey Ezequías, cuyo reinado tuvo un efecto tan bueno en términos generales, le sucedió su hijo Manasés. Reinó muchísimo tiempo, cincuenta y cinco años, pero su reinado fue notorio porque “hizo lo que ofende ante los ojos del Señor, pues practicaba las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado delante de los israelitas” (21:2). No había forma alguna de idolatría de su época que él no adoptara. Según 2 Crónicas 33, Manasés se arrepintió al final de su vida, pero el daño religioso e institucional no podía deshacerse fácilmente. Fue sucedido por su hijo malvado, Amón, quien duró sólo dos años antes de ser asesinado (21:19-26).

Luego vino Josías, un niño que tenía ocho años cuando empezó a reinar (22:1), haciéndolo durante treinta y un años, lo cual obviamente significa que murió de forma prematura a la edad de treinta y nueve. Inicialmente, estuvo bajo la dirección y control de otros. Pero, en el año dieciocho de su reinado, Josías, quien ya tendría veintitantos años, inició la limpieza y reparación del templo, y se redescubrió el “Libro de la Ley”. Probablemente, esto se refiere al libro de Deuteronomio. (Algunos académicos de los siglos XIX y XX, con tendencia escéptica, argumentan que fue justo en esta época cuando se escribió Deuteronomio y otras secciones del Pentateuco, así que este relato de “redescubrir” la ley se inventó para justificar estos nuevos acontecimientos. Esta teoría se ha ido rechazando cada vez más; su fundamento no es más que pura especulación.)

Las reformas que Josías instituyó alcanzaron una amplitud extraordinaria. En todos los aspectos, dondequiera que pudiera efectuar un cambio, Josías puso a la nación en armonía con la Ley de Dios. Reconoció plenamente la terrible amenaza de ira que cubría al pueblo del pacto y decidió hacer lo correcto y dejarle el resultado a Dios. Si no era posible eliminar el día del juicio, al menos podría retrasarlo.

De las lecciones importantes que podemos aprender aquí, me voy a concentrar en una. A alguna gente, le cuesta creer que la nación pudiera descender tan rápidamente hacia una ignorancia bíblica absoluta. Después de todo, Ezequías era el bisabuelo de Josías: la reforma que él efectuó no había ocurrido tanto tiempo antes. Es cierto, pero fue lo suficiente. Los tres cuartos de siglo que median entre ellos habían comenzado con el largo y vil reinado de Manasés. La historia del siglo XX testifica sobre cuán rápidamente la gente puede volverse ignorante de las Escrituras, a pesar de que vivimos después de la invención de la imprenta y, más aún, con Internet. La iglesia nunca está a mayor distancia de una generación o dos de la apostasía y el olvido. Sólo la gracia es un baluarte adecuado.

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Publicaciones Andamio, 2013. Usado con permiso.

2 Reyes 22

Reinado de Josías

22 Josías tenía ocho años cuando comenzó a reinar, y reinó treinta y un años en Jerusalén. El nombre de su madre era Jedida, hija de Adaía, de Boscat. Hizo lo recto ante los ojos del SEÑOR y anduvo en todo el camino de su padre David; no se apartó ni a la derecha ni a la izquierda.

Y en el año dieciocho del rey Josías, el rey envió al escriba Safán, hijo de Azalía, de Mesulam, a la casa del SEÑOR, diciéndole: «Ve al sumo sacerdote Hilcías para que cuente el dinero traído a la casa del SEÑOR, que los guardianes del umbral han recogido del pueblo, y que lo pongan en mano de los obreros encargados de supervisar la casa del SEÑOR, y que ellos lo den a los obreros que están asignados en la casa del SEÑOR para reparar los daños de la casa, a los carpinteros, a los constructores y a los albañiles, y para comprar maderas y piedra de cantería para reparar la casa. Pero no se les pedirá cuenta del dinero entregado en sus manos porque obran con fidelidad».

Hallazgo del libro de la ley

Entonces el sumo sacerdote Hilcías dijo al escriba Safán: «He hallado el libro de la ley en la casa del SEÑOR». E Hilcías dio el libro a Safán, y este lo leyó. Y el escriba Safán vino al rey, y trajo palabra al rey, diciendo: «Sus siervos han tomado el dinero que se halló en la casa, y lo han puesto en mano de los obreros encargados de supervisar la casa del SEÑOR». 10 El escriba Safán informó también al rey: «El sacerdote Hilcías me ha dado un libro». Y Safán lo leyó en la presencia del rey.

11 Cuando el rey oyó las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos. 12 Entonces el rey ordenó al sacerdote Hilcías, a Ahicam, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Micaías, al escriba Safán y a Asaías, siervo del rey: 13 «Vayan, consulten al SEÑOR por mí, por el pueblo y por todo Judá acerca de las palabras de este libro que se ha encontrado, porque grande es la ira del SEÑOR que se ha encendido contra nosotros, por cuanto nuestros padres no han escuchado las palabras de este libro, haciendo conforme a todo lo que está escrito de nosotros».

14 Entonces el sacerdote Hilcías, y Ahicam, Acbor, Safán y Asaías fueron a la profetisa Hulda, mujer de Salum, hijo de Ticva, hijo de Harhas, encargado del vestuario. Ella habitaba en Jerusalén en el segundo sector, y hablaron con ella. 15 Y ella les dijo: «Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: “Digan al hombre que los ha enviado a mí: 16 Así dice el SEÑOR: ‘Voy a traer mal sobre este lugar y sobre sus habitantes, según todas las palabras del libro que ha leído el rey de Judá. 17 Por cuanto me han abandonado y han quemado incienso a otros dioses para provocarme a ira con toda la obra de sus manos, por tanto Mi ira arde contra este lugar y no se apagará’”. 18 Pero al rey de Judá que los envió a consultar al SEÑOR, así le dirán: “Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: ‘En cuanto a las palabras que has oído, 19 porque se enterneció tu corazón y te humillaste delante del SEÑOR cuando oíste lo que hablé contra este lugar y contra sus habitantes, que vendrían a ser desolación y maldición, y has rasgado tus vestidos y has llorado delante de Mí, ciertamente te he oído’, declara el SEÑOR. 20 ‘Por tanto, te reuniré con tus padres y serás recogido en tu sepultura en paz, y tus ojos no verán todo el mal que Yo voy a traer sobre este lugar’”». Y llevaron la respuesta al rey.

Hebreos 4

Reposo de Dios y del creyente

4 Por tanto, temamos, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en Su reposo, alguno de ustedes parezca no haberlo alcanzado. Porque en verdad, a nosotros se nos ha anunciado las buenas nuevas, como también a ellos. Pero la palabra que ellos oyeron no les aprovechó por no ir acompañada por la fe en los que la oyeron. Porque los que hemos creído entramos en ese reposo, tal como Él ha dicho:

«COMO JURÉ EN MI IRA: “NO ENTRARÁN EN MI REPOSO”»,

aunque las obras de Él estaban acabadas desde la fundación del mundo.

Porque así ha dicho en cierto lugar acerca del séptimo día: «Y DIOS REPOSÓ EN EL SÉPTIMO DÍA DE TODAS SUS OBRAS»; y otra vez en este pasaje: «NO ENTRARÁN EN MI REPOSO». Por tanto, puesto que todavía falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes antes se les anunció las buenas nuevas no entraron por causa de su desobediencia,

Dios otra vez fija un día: Hoy. Diciendo por medio de David después de mucho tiempo, como se ha dicho antes:

«SI USTEDES OYEN HOY SU VOZ, NO ENDUREZCAN SUS CORAZONES».

Porque si Josué les hubiera dado reposo, Dios no habría hablado de otro día después de ese. Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios.

10 Pues el que ha entrado a Su reposo, él mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las Suyas. 11 Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo, no sea que alguien caiga siguiendo el mismo ejemplo de desobediencia.

Poder de la palabra de Dios

12 Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. 13 No hay cosa creada oculta a Su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta.

Jesús, el gran Sumo Sacerdote

14 Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe. 15 Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotrospero sin pecado. 16 Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna.

Joel 1

La plaga de langostas

1 Palabra del SEÑOR que vino a Joel, hijo de Petuel.

Oigan esto, ancianos, Y presten oído, habitantes todos de la tierra. ¿Ha acontecido cosa semejante en sus días, O en los días de sus padres? Cuéntenselo a los hijos de ustedes, Y sus hijos a los suyos, Y sus hijos a la siguiente generación.

Lo que dejó la oruga, lo comió la langosta; Lo que dejó la langosta, lo comió el pulgón; Y lo que dejó el pulgón, lo comió el saltón. Despierten, borrachos, y lloren, Y giman todos los que beben vino, A causa del vino dulce Que les quitan de la boca. Porque una nación ha subido contra mi tierra, Poderosa e innumerable; Sus dientes son dientes de león, Y tiene colmillos de leona. Ha hecho de mi vid una desolación, Y astillas de mi higuera. Del todo las ha descortezado y derribado; Sus ramas se han vuelto blancas.

Laméntate como virgen ceñida de cilicio Por el esposo de su juventud. Han sido cortadas la ofrenda de cereal y la libación De la casa del SEÑOR. Están de duelo los sacerdotes, Los ministros del SEÑOR. 10 El campo está asolado, La tierra está de duelo, Porque el grano está arruinado, El vino nuevo se seca, Y el aceite virgen se pierde. 11 Avergüéncense, labradores, Giman, viñadores, Por el trigo y la cebada, Porque la cosecha del campo se ha perdido. 12 La vid se seca, Y se marchita la higuera; También el granado, la palmera y el manzano, Todos los árboles del campo se secan. Ciertamente se seca la alegría De los hijos de los hombres.

13 Cíñanse de cilicio, Y laméntense, sacerdotes; Giman, ministros del altar. Vengan, pasen la noche ceñidos de cilicio, Ministros de mi Dios, Porque sin ofrenda de cereal y sin libación Ha quedado la casa de su Dios. 14 Promulguen ayuno, Convoquen asamblea; Congreguen a los ancianos Y a todos los habitantes de la tierra En la casa del SEÑOR su Dios, Y clamen al SEÑOR. 15 ¡Ay de ese día! Porque está cerca el día del SEÑOR, Y vendrá como destrucción del Todopoderoso. 16 ¿No ha sido suprimido el alimento de delante de nuestros ojos, Y la alegría y el regocijo de la casa de nuestro Dios? 17 Las semillas se han secado bajo los terrones; Los almacenes han sido asolados, Los graneros derribados Porque se secó el grano. 18 ¡Cómo muge el ganado! Andan vagando las manadas de vacas Porque no hay pasto para ellas; Hasta los rebaños de ovejas sufren. 19 A Ti clamo, oh SEÑOR, Porque el fuego ha devorado los pastos del desierto, Y la llama ha consumido todos los árboles del campo. 20 Aun las bestias del campo braman por Ti, Porque se han secado los arroyos de agua, Y el fuego ha devorado los pastos del desierto.

Salmos 140–141

Plegaria pidiendo protección

Para el director del coro. Salmo de David.

140 Líbrame , oh SEÑOR, de los hombres malignos; Guárdame de los hombres violentos, Que traman maldades en su corazón; Que cada día provocan guerras. Aguzan su lengua como serpiente; Veneno de víbora hay bajo sus labios. (Selah)

Guárdame, SEÑOR, de las manos del impío; Protégeme de los hombres violentos, Que se han propuesto hacerme tropezar. Los soberbios han ocultado trampa y cuerdas para mí; Han tendido red al borde del sendero; Me han puesto lazos. (Selah)

Dije al SEÑOR: «Tú eres mi Dios; Escucha, oh SEÑOR, la voz de mis súplicas. Oh DIOS, Señor, poder de mi salvación, Tú cubriste mi cabeza en el día de la batalla. No concedas, SEÑOR, los deseos del impío; No hagas prosperar sus malos designios, para que no se exalten. (Selah)

»En cuanto a los que me rodean, Que la malicia de sus labios los cubra. 10 Caigan sobre ellos carbones encendidos; Sean arrojados en el fuego, En abismos profundos de donde no se puedan levantar. 11 Que el hombre de mala lengua no permanezca en la tierra; Que al hombre violento lo persiga el mal implacablemente».

12 Yo sé que el SEÑOR sostendrá la causa del afligido, Y el derecho de los pobres. 13 Ciertamente los justos darán gracias a Tu nombre, Y los rectos morarán en Tu presencia.

Oración vespertina suplicando santificación y protección

Salmo de David.

141 Oh SEÑOR, a Ti clamo, apresúrate a venir a mí. Escucha mi voz cuando te invoco. Sea puesta mi oración delante de Ti como incienso, El alzar de mis manos como la ofrenda de la tarde. SEÑOR, pon guarda a mi boca; Vigila la puerta de mis labios. No dejes que mi corazón se incline a nada malo, Para practicar obras impías Con los hombres que hacen iniquidad, Y no me dejes comer de sus manjares.

Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; Es aceite sobre la cabeza; No lo rechace mi cabeza, Pues todavía mi oración es contra sus obras malas. Sus jueces son lanzados contra los costados de la peña, Y oyen mis palabras, que son agradables. Como cuando se ara y se rompe la tierra, Nuestros huesos han sido esparcidos a la boca del Seol.

Porque mis ojos miran hacia Ti, oh DIOS, Señor; En Ti me refugio, no me desampares. Guárdame de las garras de la trampa que me han tendido, Y de los lazos de los que hacen iniquidad. 10 Caigan los impíos en sus propias redes, Mientras yo paso a salvo.

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