Lectura de Hoy

04-12-2023

Devocional

Devocional: Lucas 18

Hoy reflexionaré sobre Lucas 18:31-43Estos versículos están divididos en dos secciones.

La primera (18:31-34) constituye una predicción de la pasión de Cristo. Recoge una de las varias veces en que Jesús intentó advertir a sus discípulos de lo que ocurriría cuando subiera por última vez a Jerusalén. A pesar de lo explícito de su lenguaje, los “discípulos no entendieron nada de esto. Les era incomprensible, pues no captaban el sentido de lo que les hablaba” (18:34). Desde nuestra perspectiva, este lado de la cruz, podríamos preguntarnos cómo podían ser tan torpes. Sufrían de un estrecho enfoque de visión equivalente a tener anteojeras. Su concepto del Mesías era el de un triunfador. Ciertamente, Jesús tenía el poder. El tipo de persona que podía sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, calmar las tempestades y caminar sobre el agua, podía, desde luego, enfrentarse a unas cuantas legiones romanas e indudablemente era capaz de echar a los oficiales corruptos e imponer la justicia en el país. Además, ¿podía entenderse todas las expresiones de Jesús de un modo distinto a la forma en que los cristianos las comprenden hoy? En el Antiguo Testamento (los discípulos debían haber recordado), el título “Hijo del Hombre” rara vez es mesiánico: ¿de quién, pues, está hablando Jesús? Tal vez la entrega de este “Hijo del Hombre” a los gentiles sea algo anterior a su espectacular rescate en la lucha final, es decir, que “resucitará” (18:33).

En términos teológicos más amplios, los discípulos no habían aceptado que el rey prometido del linaje de David también sería el siervo sufriente. Sus expectativas estaban desviadas; solo podían ver lo que esperaban ver. En el horizonte más amplio, es uno de los efectos del poder corrosivo y cegador del pecado: embota nuestra visión y desorienta nuestra perspectiva de tal manera que cierra los componentes fundamentales de la evidencia para impedirnos ver la verdad, la grandeza y la gloria de la revelación de Dios.

La segunda sección trata la curación del ciego sentado junto al camino de Jericó (18:35-43). A diferencia de los discípulos en el versículo anterior, que, sin duda, pensaron que habían entendido algo de lo que se había dicho, aunque no era así, este hombre sabe que está ciego. Otros intentan acallarlo; no quiere guardar silencio, sino que clama con más energía: “Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!” (18:39). Jesús lo sana; el hombre ve. Y esto es lo que siempre se necesita: que hombres y mujeres admitan su ceguera y clamen al único que puede dar la vista. De otro modo, independientemente de las palabras que se pronuncien, su sentido permanecerá oculto.

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Publicaciones Andamio, 2016. Usado con permiso.

Devocional: 1 Juan 3

“¡Fijaos qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!” (1 Juan 3:1). Todos, en algún momento, pertenecimos al mundo; para usar el lenguaje de Pablo, todos “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3). El amor del Padre que ha efectuado la transformación es espléndido precisamente porque es inmerecido. Más aún:

(1) “¡Y lo somos!” Esta exclamación enfática fue generada probablemente porque los que habían abandonado la iglesia (2:19) eran expertos en manipular a los creyentes. Insistían en que sólo ellos tenían una conexión directa con Dios, que sólo ellos comprendían realmente el verdadero conocimiento (gnosis), que sólo ellos tenían la verdadera unción. Esto tenía el efecto de denigrar a los creyentes. Juan afirma que sus lectores han recibido la verdadera unción (2:27), que su conducta correcta demuestra que han nacido de Dios (2:29), que el amor de Dios ha sido derramado sobre ellos y que, por ello, se han convertido en hijos de Dios: “¡Y lo somos!” Es necesario hacer la misma aclaración a los creyentes de todas las generaciones que se sienten amenazados por las alegaciones extravagantes, pero equivocadas, de los grupos “súper espirituales” que ejercen una manipulación penosa, creando una especie de competencia del más espiritual. “Somos hijos de Dios.” Esto afirman los cristianos tranquilamente, y esto es suficiente. Si otros no reconocen ese hecho, puede ser la evidencia de que ellos mismos no conocen a Dios (3:1b).

(2) Aunque ya somos hijos de Dios, “todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser” (3:2). Por un lado, no debemos denigrar ni minimizar todo lo que hemos recibido: “ahora somos hijos de Dios”. Por otro, esperamos la consumación y nuestra propia transformación final (3:2).

(3) De hecho, todo hijo de Dios que vive con esta proclama por delante, “que tiene esta esperanza en él [es decir, en Cristo o en Dios, pues se refiere al objeto de la esperanza y no meramente a quien alberga la esperanza] se purifica a sí mismo, así como él es puro” (3:3). El cristiano ve lo que será en la consumación y ya quiere ser de esa manera. Recibimos el amor del Padre; sabemos que un día seremos puros; así que desde ahora procuramos volvernos puros. Esto está en perfecta conformidad con el final del capítulo 2: “Si reconocéis que Jesucristo es justo, reconoced también que todo el que practica la justicia ha nacido de él” (2:29).

2 Crónicas 3–4

Salomón edifica el templo

3 Entonces Salomón comenzó a edificar la casa del SEÑOR en Jerusalén en el monte Moriah, donde el SEÑOR se había aparecido a su padre David, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo. Y comenzó a edificar en el segundo día del segundo mes, del año cuarto de su reinado. Estos son los cimientos que Salomón puso para la edificación de la casa de Dios: la longitud en codos (un codo: 45 centímetros), conforme a la medida antigua, era de 60 codos (27 metros), y la anchura de 20 codos (9 metros). Y el pórtico que estaba al frente del templo tenía la misma longitud que la anchura de la casa, 20 codos (9 metros), y la altura, 120; y lo revistió por dentro de oro puro. Recubrió el salón principal de madera de ciprés, la revistió de oro fino y la adornó con palmas y cadenillas. Adornó además la casa con piedras preciosas; y el oro era oro de Parvaim. También revistió de oro la casa: las vigas, los umbrales, sus paredes y sus puertas; y esculpió querubines en las paredes.

Hizo asimismo la habitación del Lugar Santísimo; su longitud, correspondiente a la anchura de la casa, era de 20 codos (9 metros), y su anchura era de 20 codos; la revistió de oro fino, que ascendía a 600 talentos (20.4 toneladas). El peso de los clavos era de 50 siclos (570 gramos) de oro. También revistió de oro los aposentos altos.

10 Entonces hizo dos querubines de obra tallada en la habitación del Lugar Santísimo y los revistió de oro. 11 Y las alas de los dos querubines medían 20 codos (9 metros); el ala de uno, de 5 codos (2.25 metros), tocaba la pared de la casa, y su otra ala, de 5 codos, tocaba el ala del otro querubín. 12 Y el ala del otro querubín, de 5 codos (2.25 metros), tocaba la pared de la casa; y su otra ala, de 5 codos (2.25 metros), se unía al ala del primer querubín. 13 Las alas de estos querubines se extendían 20 codos (9 metros); estaban de pie, con sus rostros vueltos hacia el salón principal14 Hizo después el velo de violeta, púrpura, carmesí y lino fino, e hizo bordar querubines en él.

15 Hizo también dos columnas para el frente de la casa, de 35 codos (15.75 metros) de alto, y el capitel encima de cada una era de 5 codos (2.25 metros). 16 Hizo asimismo cadenillas en el santuario interior, y las puso encima de las columnas; e hizo 100 granadas y las puso en las cadenillas. 17 Y erigió las columnas delante del templo, una a la derecha y otra a la izquierda, y llamó a la de la derecha Jaquín y a la de la izquierda Boaz.

Mobiliario del templo

4 Entonces hizo un altar de bronce de 20 codos (9 metros) de largo, de 20 codos de ancho y de 10 codos de alto. Hizo también el mar de metal fundido, de 10 codos (4.5 metros) de borde a borde, en forma circular; su altura era de 5 codos (2.25 metros) y su circunferencia de 30 codos (13.5 metros). había figuras como de bueyes debajo de él y todo alrededor, diez por cada codo (45 centímetros), rodeando por completo el mar. Los bueyes estaban en dos hileras, fundidos en una sola pieza. El mar descansaba sobre doce bueyes; tres mirando al norte, tres mirando al occidente, tres mirando al sur y tres mirando al oriente; el mar descansaba sobre ellos y todas sus ancas estaban hacia adentro. Su grueso era de un palmo, y su borde estaba hecho como el borde de un cáliz, como una flor de lirio; tenía capacidad para 3,000 batos (66,000 litros). Hizo también diez pilas para lavar, y puso cinco a la derecha y cinco a la izquierda para lavar las cosas para el holocausto; pero el mar era para que los sacerdotes se lavaran en él.

Entonces hizo los diez candelabros de oro según su diseño y los puso en el templo, cinco a la derecha y cinco a la izquierda. Hizo además diez mesas y las colocó en el templo, cinco a la derecha y cinco a la izquierda. Hizo también 100 tazones de oro. Después hizo el atrio de los sacerdotes, el gran atrio y las puertas para el atrio, y revistió las puertas de bronce. 10 Y puso el mar al lado derecho de la casa, hacia el sureste.

11 Hiram hizo también los calderos, las palas y los tazones. Así terminó Hiram la obra que hizo para el rey Salomón en la casa de Dios: 12 las dos columnas, los tazones y los capiteles en lo alto de las dos columnas, y las dos mallas para cubrir los dos tazones de los capiteles que estaban encima de las columnas, 13 y las 400 granadas para las dos mallas, dos hileras de granadas para cada malla, para cubrir los dos tazones de los capiteles que estaban sobre las columnas. 14 Hizo también las basas, e hizo las pilas sobre las basas, 15 y el mar con los doce bueyes debajo de él. 16 Los calderos, las palas, los garfios y todos sus utensilios los hizo de bronce pulido Hiram Abí para el rey Salomón, para la casa del SEÑOR. 17 El rey los fundió en la llanura del Jordán, en la tierra arcillosa entre Sucot y Seredata. 18 Salomón hizo todos estos utensilios en gran cantidad, de tal manera que el peso del bronce no se pudo determinar.

19 Salomón hizo también todas las cosas que estaban en la casa de Dios: el altar de oro, las mesas con el pan de la Presencia sobre ellas, 20 los candelabros con sus lámparas de oro puro, para que ardieran frente al santuario interior en la manera designada; 21 las flores, las lámparas y las tenazas de oro, de oro purísimo; 22 y las despabiladeras, los tazones, las cucharas y los incensarios de oro puro. La entrada de la casa, sus puertas interiores para el Lugar Santísimo y las puertas de la casa para la nave eran también de oro.

1 Juan 3

Los hijos de Dios

3 Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.

Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. Ustedes saben que Cristo se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado. Todo el que permanece en Él, no peca. Todo el que peca, ni lo ha visto ni lo ha conocido. Hijos míos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como Él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo.

Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. No puede pecar, porque es nacido de Dios. 10 En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano. 11 Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. 12 No como Caín que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.

Amemos de hecho, no de palabra

13 Hermanos, no se maravillen si el mundo los odia. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte. 15 Todo el que aborrece a su hermano es un asesino, y ustedes saben que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él. 16 En esto conocemos el amor: en que Él puso Su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.

17 Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? 18 Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. 19 En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él 20 en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene. Porque Dios es mayor que nuestro corazón y Él sabe todas las cosas. 21 Amados, si nuestro corazón no nos condena, confianza tenemos delante de Dios. 22 Y todo lo que pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos Sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de Él.

23 Y este es Su mandamiento: que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como Él nos ha mandado. 24 El que guarda Sus mandamientos permanece en Él y Dios en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

Nahúm 2

Ataque contra Nínive

2 El destructor ha subido contra ti. Monta guardia en la fortaleza, Vigila el camino; Fortalece tus lomos, Refuerza más tu poder. Porque el SEÑOR restaurará la gloria de Jacob Como la gloria de Israel, Aunque devastadores los han devastado Y destruido sus sarmientos.

El escudo de los valientes es rojo, Los guerreros están vestidos de escarlata, Y de acero centelleante los carros Cuando están en formación, Y se blanden las lanzas de ciprés. Por las calles corren furiosos los carros, Se precipitan por las plazas, Su aspecto es semejante a antorchas, Como relámpagos se lanzan. Se acuerda él de sus nobles Que tropiezan en su marcha, Se apresuran a su muralla, Y es preparada la defensa. Las compuertas de los ríos se abren, Y el palacio se llena de terror. Está decretado: La reina es despojada y deportada, Y sus sirvientas gimen como palomas, Golpeándose el pecho.

Aunque Nínive era como estanque de aguas desde la antigüedad; Ahora ellos huyen. «¡Deténganse! ¡Deténganse!», Pero nadie se vuelve. ¡Saqueen la plata! ¡Saqueen el oro! No hay límite a los tesoros, A las riquezas de toda clase de objetos codiciables. 10 ¡Vacía está! Sí, desolada y desierta. Los corazones se derriten y las rodillas tiemblan; Hay también angustia en todo el cuerpo, Y los rostros de todos han palidecido. 11 ¿Dónde está la guarida de los leones Y el lugar donde comen los leoncillos, Donde andaban el león, la leona y su cachorro, Sin que nada los asustara? 12 El león desgarraba lo suficiente para sus cachorros, Mataba para sus leonas, Llenaba de presa sus cuevas Y de carne desgarrada sus guaridas.

13 «Aquí estoy contra ti», declara el SEÑOR de los ejércitos. «Quemaré y reduciré a humo tus carros, la espada devorará tus leoncillos, arrancaré de la tierra tu presa, y no se oirá más la voz de tus mensajeros».

Lucas 18

Parábola de la viuda y el juez injusto

18 Jesús les contó una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer: «Había en cierta ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre alguno. También había en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él constantemente, diciendo: “Hágame usted justicia de mi adversario”. Por algún tiempo el juez no quiso, pero después dijo para sí: “Aunque ni temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continuamente me agote la paciencia”».

El Señor dijo: «Escuchen lo que dijo* el juez injusto. ¿Y no hará Dios justicia a Sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles? Les digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?».

Parábola del fariseo y el publicano

Dijo también Jesús esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. 11 El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. 12 Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano”. 13 Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador”.

14 »Les digo que este descendió a su casa justificado pero aquel no; porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que se humilla será engrandecido».

Jesús y los niños

15 Y traían a Jesús aun a los niños muy pequeños para que los tocara. Al ver esto los discípulos, los reprendían. 16 Pero Jesús, llamándolos a su lado, dijo: «Dejen que los niños vengan a Mí, y no se lo impidan, porque de los que son como estos es el reino de Dios. 17 En verdad les digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él».

El joven rico

18 Cierto hombre prominente le preguntó a Jesús: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

19 Jesús le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios. 20 Tú sabes los mandamientos: “NO COMETAS ADULTERIO, NO MATES, NO HURTES, NO DES FALSO TESTIMONIO, HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE”». 21 «Todo esto lo he guardado desde mi juventud», dijo el hombre.

22 Cuando Jesús oyó esto, le dijo: «Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme». 23 Pero al oír esto, se puso muy triste, pues era sumamente rico.

24 Mirándolo Jesús, dijo: «¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas! 25 Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios». 26 Los que oyeron esto, dijeron: «¿Y quién podrá salvarse?». 27 «Lo imposible para los hombres es posible para Dios», respondió Jesús.

28 Y Pedro dijo: «Nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». 29 Entonces Él les contestó: «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por la causa del reino de Dios, 30 que no reciba muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero, la vida eterna».

Jesús anuncia Su muerte por tercera vez

31 Tomando aparte a los doce discípulos, Jesús les dijo: «Miren, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que están escritas por medio de los profetas acerca del Hijo del Hombre. 32 Pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burla, afrentado y escupido; 33 y lo azotarán, y después lo matarán, y al tercer día resucitará». 34 Pero ellos no comprendieron nada de esto. Este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía.

Curación de un ciego

35 Aconteció que al acercarse Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando. 36 Al oír que pasaba una multitud, preguntaba qué era aquello. 37 Y le informaron que pasaba Jesús de Nazaret. 38 Entonces gritó: «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!».

39 Y los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten misericordia de mí!». 40 Jesús se detuvo y ordenó que lo trajeran; y cuando estuvo cerca, le preguntó: 41 «¿Qué deseas que haga por ti?». «Señor, que recobre la vista», contestó el ciego. 42 Jesús entonces le dijo: «Recibe la vista, tu fe te ha sanado».

43 Al instante recobró la vista y lo seguía glorificando a Dios. Cuando toda la gente vio aquello, dieron gloria a Dios.

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