Lectura de Hoy

21-01-2024

Devocional

Devocional: Génesis 22

La fuerza dramática que se concentra en el relato de la prueba de la fe de Abraham cuando Dios le mandó sacrificar a su hijo Isaac (Génesis 22) es muy conocida. El carácter escueto de la narrativa nos conmueve profundamente. Cuando dice a su siervo: “El muchacho y yo seguiremos adelante para adorar a Dios, y luego regresaremos junto a vosotros.”, ¿acaso creía Abraham que Dios resucitaría a su hijo de la muerte? ¿Esperaba que Dios interviniera de algún otro modo imprevisible? ¿Qué explicación le podría dar a Isaac al atarlo y estirarlo en el altar preparado para el sacrificio?

Un poco antes, cuando Isaac le pidió explicaciones por la falta de víctima, Abraham le supo contestar de manera magistral: “El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios” (22:8). No es legítimo deducir que aquí Abraham entreviese la cruz de Cristo. A juzgar por su disposición a llevar a cabo el sacrificio, incluso es dudoso que esperase que Dios proveyese un animal. Incluso podríamos pensar que se trata de una respuesta piadosa para su hijo hasta el momento en que la terrible verdad ya no pudiese esconderse. No obstante, en el marco de esta historia, Abraham dijo más de lo que él mismo pudiese saber al respecto. Dios sí proveyó un cordero, un sustituto para Isaac (22:13-14). De hecho, igual que algunas otras figuras bíblicas, Abraham dijo mucho más de lo que sabía: Dios suministraría no sólo un animal que sirviese de sustituto en este caso, sino que proveería el sustituto definitivo, el Cordero de Dios, quien, solo, llevaría sobre sí mismo nuestro pecado y haría que se cumplieran todos los magníficos propósitos de Dios para la redención y el juicio (Apocalipsis 4-5; 21:22).

El Señor provee” (22:14): hasta aquí Abraham lo podía comprender. Uno se puede imaginar cómo esta misma realidad habrá quedado muy grabada también en la mente de Isaac, y en la de sus herederos. Dios enlaza este episodio con la promesa de la alianza: la fe de Abraham le abre la puerta a una obediencia a Dios tan radical, que ni siquiera eleva a su propio hijo amado a una posición que pudiese estar comprometida. Luego, Dios le reitera la alianza: “que te bendeciré en gran manera, y que multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena del mar. Además, tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos. Puesto que me has obedecido, todas las naciones del mundo serán bendecidas por medio de tu descendencia” (22:17-18). En esta ocasión, Dios jura por sí mismo (22:16), no porque fuese posible que mintiese, sino porque no hay nadie más grande cuyo nombre pudiese invocar, y porque el juramento serviría de ancla estabilizadora para la fe de Abraham y para la de todos aquellos que hubiesen de venir después de él (ver Hebreos 6:13-20).


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.

Devocional: Hechos 21

En Hechos 21, encontramos a Pablo y a la iglesia de Jerusalén tratando de ser todo lo condescendientes que pueden, pero no servirá de nada. Pablo es arrestado, cumpliéndose las profecías que anunciaban su arresto y sus ataduras (21:4, 11). Nótese lo siguiente:

(1) Este es uno de los pasajes de Hechos narrados en primera persona del plural (21:1, 17). Por tanto, el autor, Lucas, está viajando en ese momento junto con Pablo y es testigo de los acontecimientos descritos. Merece la pena destacarlo, ya que muchos críticos sostienen que estos son totalmente increíbles.

(2) La iglesia y sus líderes reciben calurosamente a Pablo y sus informes acerca del gran fruto producido por el Evangelio entre los gentiles, lo cual concuerda totalmente con su satisfacción anterior, cuando Pablo les comunicó de las muchas conversiones de gentiles que estaban teniendo lugar (por ejemplo, Hechos 15). En otras palabras, las experiencias en Samaria (Hechos 8) y la visita de Pedro a Cornelio y su casa (Hechos 10— 11) han preparado a la iglesia para deleitarse en el progreso manifiesto del Evangelio entre los gentiles.

(3) Sin embargo, los líderes son tristemente conscientes de que muchos judíos conservadores están tratando de capturar a Pablo porque han escuchado que está aconsejando a “todos” los judíos de la dispersión no circuncidar a sus hijos ni obedecer la ley de Moisés (21:21). Así pues, conciben un plan para ayudarle a recuperar su reputación de observar las costumbres judías (21:23-24): “Así todos sabrán que no son ciertos esos informes acerca de ti, sino que tú también vives en obediencia a la ley” (21:24).

Este pasaje es especialmente controvertido, porque ¿no dice el propio Pablo que es flexible en esos asuntos (1 Co. 9:19-23Gálatas 2:11-21)? Sin embargo, antes de desautorizar a los ancianos de Jerusalén y al propio Pablo por esta enorme contradicción, o a Lucas por inventar historias, observemos: (a) La acusación inicial es que Pablo exhorta a todos los judíos en la dispersión a abandonar la circuncisión y la ley de Moisés. No es cierto. Se niega a permitir que estos aspectos se conviertan en una prueba de espiritualidad, pero no aboga por un abandono universal de la ley. Él mismo circuncidó a Timoteo para contribuir al avance de la comunicación del Evangelio. (b) Sospechamos que el mayor temor de algunos judíos conservadores era que Pablo profanase el templo (21:27-29). De ahí que los ancianos quisiesen demostrar durante su estancia en Jerusalén que Pablo era un judío que observaba cuidadosamente la ley, pagando incluso por los rituales de purificación de otros. Después de todo, ni Pablo ni los líderes de Jerusalén impusieron la observancia total a los creyentes cristianos (21:25; cf. Hechos 15; véase la meditación del 28 de julio en el volumen 1).

Así pues, en la providencia de Dios, Pablo es arrestado, llegando por primera vez a Roma, con lo que el Evangelio se oye en los atrios del César.


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.

Génesis 22

Dios prueba a Abraham

22 Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: «¡Abraham!». Y él respondió: «Aquí estoy». Dios dijo: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te diré». Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus criados y a su hijo Isaac. También partió leña para el holocausto, y se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho.

Al tercer día alzó Abraham los ojos y vio el lugar de lejos. Entonces Abraham dijo a sus criados: «Quédense aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a ustedes». Tomó Abraham la leña del holocausto y la puso sobre Isaac su hijo, y tomó en su mano el fuego y el cuchillo. Y los dos iban juntos.

Isaac habló a su padre Abraham: «Padre mío». Y él respondió: «Aquí estoy, hijo mío». «Aquí están el fuego y la leña», dijo Isaac, «pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Y Abraham respondió: «Dios proveerá para Sí el cordero para el holocausto, hijo mío». Y los dos iban juntos.

Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el altar, arregló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar sobre la leña. 10 Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo. 11 Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y dijo: «¡Abraham, Abraham!». Y él respondió: «Aquí estoy». 12 el ángel dijo: «No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada. Porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único».

13 Entonces Abraham alzó los ojos y miró, y vio un carnero detrás de él trabado por los cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Y Abraham llamó aquel lugar con el nombre de El Señor Proveerá, como se dice hasta hoy: «En el monte del Señor se proveerá».

15 El ángel del Señor llamó a Abraham por segunda vez desde el cielo, 16 y le dijo: «Por Mí mismo he jurado», declara el Señor, «que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, 17 de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. 18 En tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido Mi voz».

19 Entonces Abraham volvió a sus criados, y se levantaron y fueron juntos a Beerseba. Y habitó Abraham en Beerseba.

La familia de Rebeca

20 Después de estas cosas, le dieron noticia a Abraham, diciendo: «Milca también le ha dado hijos a tu hermano Nacor: 21 Uz su primogénito, Buz su hermano, y Kemuel, padre de Aram, 22 Quesed, Hazo, Pildas, Jidlaf y Betuel». 23 Y Betuel fue el padre de Rebeca. Estos ocho hijos dio a luz Milca a Nacor, hermano de Abraham. 24 También su concubina, de nombre Reúma, dio a luz a Teba, a Gaham, a Tahas y a Maaca.

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Mateo 21

La entrada triunfal

21 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús entonces envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan a la aldea que está enfrente de ustedes, y enseguida encontrarán un asna atada y un pollino con ella; desátenla y tráiganlos a Mí. Y si alguien les dice algo, digan: “El Señor los necesita”; y enseguida los enviará».

Esto sucedió para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta, cuando dijo:

«Digan a la hija de Sión:
“Mira, tu Rey viene a ti,
Humilde y montado en un asna,
Y en un pollino, hijo de bestia de carga”».

Entonces fueron los discípulos e hicieron tal como Jesús les había mandado, y trajeron el asna y el pollino. Pusieron sobre ellos sus mantos y Jesús se sentó encima. La mayoría de la multitud tendió sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y las multitudes que iban delante de Él y las que iban detrás, gritaban:

«¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito Aquel que viene en el nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!».

10 Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se agitó, y decían: «¿Quién es Este?». 11 Y las multitudes contestaban: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

Jesús echa a los mercaderes del templo

12 Jesús entró en el templo y echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo. También volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas. 13 Y les dijo*: «Escrito está, “Mi casa será llamada casa de oración”, pero ustedes la están haciendo cueva de ladrones».

14 En el templo se acercaron a Él los ciegos y los cojos, y los sanó. 15 Pero cuando los principales sacerdotes y los escribas vieron las maravillas que había hecho, y a los muchachos que gritaban en el templo y decían: «¡Hosanna al Hijo de David!», se indignaron. 16 Y le dijeron: «¿Oyes lo que estos dicen?». Y Jesús les respondió*: «Sí, ¿nunca han leído: “De la boca de los pequeños y de los niños de pecho te has preparado alabanza?”». 17 Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, y se hospedó allí.

La higuera estéril

18 Por la mañana, cuando regresaba a la ciudad, Jesús tuvo hambre. 19 Y al ver una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no halló nada en ella sino solo hojas, y le dijo*: «Nunca jamás brote fruto de ti». Y al instante se secó la higuera. 20 Los discípulos se maravillaron al ver esto, y decían: «¿Cómo es que la higuera se secó al instante?».

21 Jesús les respondió: «En verdad les digo que si tienen fe y no dudan, no solo harán lo de la higuera, sino que aun si dicen a este monte: “Quítate y échate al mar”, así sucederá. 22 Y todo lo que pidan en oración, creyendo, lo recibirán».

La autoridad de Jesús puesta en duda

23 Cuando Jesús llegó al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a Él mientras enseñaba, diciendo: «¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio esta autoridad?».

24 Y Jesús les respondió: «Yo también les haré una pregunta, que si me la contestan, Yo también les diré con qué autoridad hago estas cosas. 25 ¿De dónde era el bautismo de Juan, del cielo o de los hombres?». Y ellos discutían entre sí, diciendo: «Si decimos: “Del cielo”, Él nos dirá: “Entonces, ¿por qué no le creyeron?”. 26 Y si decimos: “De los hombres”, tememos a la multitud; porque todos tienen a Juan por profeta».

27 Y respondieron a Jesús: «No lo sabemos». Él a su vez les dijo: «Tampoco Yo les diré con qué autoridad hago estas cosas.

28 »Pero, ¿qué les parece? Un hombre tenía dos hijos, y llegándose al primero, le dijo: “Hijo, ve, trabaja hoy en la viña”. 29 Y él respondió: “No quiero”; pero después, arrepentido, fue. 30 Llegándose al otro, le dijo lo mismo; y este respondió: “Yo iré, señor”; pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». «El primero», respondieron* ellos. Jesús les dijo*: «En verdad les digo que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que ustedes. 32 Porque Juan vino a ustedes en camino de justicia y no le creyeron, pero los recaudadores de impuestos y las rameras le creyeron; y ustedes, viendo esto, ni siquiera se arrepintieron después para creerle.

Parábola de los labradores malvados

33 »Escuchen otra parábola. Había una vez un hacendado que plantó una viña y la cercó con un muro, y cavó en ella un lagar y edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se fue de viaje. 34 Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. 35 Pero los labradores, tomando a los siervos, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. 36 Volvió a mandar otro grupo de siervos, mayor que el primero; y les hicieron lo mismo.

37 »Finalmente les envió a su hijo, diciendo: “Respetarán a mi hijo”. 38 Pero cuando los labradores vieron al hijo, dijeron entre sí: “Este es el heredero; vengan, matémoslo y apoderémonos de su heredad”. 39 Y echándole mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará a esos labradores?».

41 Ellos respondieron*: «Llevará a esos miserables a un fin lamentable, y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo». 42 Jesús les dijo*: «¿Nunca leyeron en las Escrituras:

“La piedra que desecharon los constructores,
Esa, en piedra angular se ha convertido;
Esto fue hecho de parte del Señor,
Y es maravilloso a nuestros ojos”?

43 Por eso les digo que el reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca los frutos del reino. 44 Y el que caiga sobre esta piedra será hecho pedazos; pero sobre quien ella caiga, lo esparcirá como polvo».

45 Al oír las parábolas de Jesús los principales sacerdotes y los fariseos, comprendieron que Él hablaba de ellos. 46 Y cuando procuraron prender a Jesús, tuvieron miedo de la multitud, porque ellos lo tenían por profeta.


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Nehemías 11

Los habitantes de Jerusalén

11 Los jefes del pueblo habitaron en Jerusalén, pero el resto del pueblo echó suertes a fin de traer uno de cada diez para que habitara en Jerusalén, la ciudad santa, mientras los otros nueve se quedarían en las otras ciudades. Y el pueblo bendijo a todos los hombres que se ofrecieron para habitar en Jerusalén.

Estos son los jefes de la provincia que habitaron en Jerusalén (en las ciudades de Judá cada cual habitó en su propiedad, en sus ciudades; los israelitas, los sacerdotes, los levitas, los sirvientes del templo, los descendientes de los siervos de Salomón.

Algunos de los hijos de Judá y algunos de los hijos de Benjamín habitaron en Jerusalén): De los hijos de Judá: Ataías, hijo de Uzías, hijo de Zacarías, hijo de Amarías, hijo de Sefatías, hijo de Mahalaleel, de los hijos de Fares, y Maasías, hijo de Baruc, hijo de Col Hoze, hijo de Hazaías, hijo de Adaías, hijo de Joiarib, hijo de Zacarías, hijo de Siloni. Todos los hijos de Fares que habitaron en Jerusalén fueron 468 hombres fuertes.

Estos son los hijos de Benjamín: Salú, hijo de Mesulam, hijo de Joed, hijo de Pedaías, hijo de Colaías, hijo de Maasías, hijo de Itiel, hijo de Jesaías; y después de él, Gabai y Salai, 928. Joel, hijo de Zicri, era su superintendente, y Judá, hijo de Senúa, era segundo en el mando de la ciudad.

10 De los sacerdotes: Jedaías, hijo de Joiarib, Jaquín, 11 Seraías, hijo de Hilcías, hijo de Mesulam, hijo de Sadoc, hijo de Meraiot, hijo de Ahitob, jefe de la casa de Dios, 12 y sus parientes que hacían la obra del templo, 822; y Adaías, hijo de Jeroham, hijo de Pelalías, hijo de Amsi, hijo de Zacarías, hijo de Pasur, hijo de Malquías, 13 y sus parientes, jefes de casas paternas, 242; y Amasai, hijo de Azareel, hijo de Azai, hijo de Mesilemot, hijo de Imer, 14 y sus parientes, guerreros valientes, 128. Su superintendente era Zabdiel, hijo de Gedolim.

15 De los levitas: Semaías, hijo de Hasub, hijo de Azricam, hijo de Hasabías, hijo de Buni; 16 Sabetai y Jozabad, de los jefes de los levitas, encargados de la obra fuera de la casa de Dios; 17 Matanías, hijo de Micaía, hijo de Zabdi, hijo de Asaf, que era jefe para comenzar la acción de gracias en la oración, y Bacbuquías, el segundo entre sus hermanos; y Abda, hijo de Samúa, hijo de Galal, hijo de Jedutún. 18 El total de los levitas en la ciudad santa era de 284.

19 Y los porteros, Acub, Talmón y sus parientes, que guardaban las puertas, eran 172. 20 El resto de Israel, de los sacerdotes y de los levitas estaban en todas las ciudades de Judá, cada uno en su heredad. 21 Pero los sirvientes del templo habitaban en Ofel; y Ziha y Gispa estaban encargados de los sirvientes del templo.

22 El superintendente de los levitas en Jerusalén era Uzi, hijo de Bani, hijo de Hasabías, hijo de Matanías, hijo de Micaía, de los hijos de Asaf, cantores para el servicio de la casa de Dios. 23 Porque había un mandato del rey acerca de ellos y un reglamento fijo para los cantores de cada día. 24 Y Petaías, hijo de Mesezabeel, de los hijos de Zera, hijo de Judá, era representante del rey en todos los asuntos del pueblo.

25 En cuanto a las aldeas con sus campos, algunos de los hijos de Judá habitaron en Quiriat Arba y sus ciudades, en Dibón y sus ciudades, en Jecabseel y sus aldeas, 26 en Jesúa, en Molada y Bet Pelet, 27 en Hazar Sual, en Beerseba y sus ciudades, 28 en Siclag, en Mecona y sus ciudades, 29 en En Rimón, en Zora, en Jarmut, 30 Zanoa, Adulam y sus aldeas, Laquis y sus campos, Azeca y sus ciudades. Y ellos acamparon desde Beerseba hasta el valle de Hinom.

31 Los hijos de Benjamín habitaron también desde Geba, en Micmas y Aía, en Betel y sus ciudades, 32 en Anatot, Nob, Ananías, 33 Hazor, Ramá, Gitaim, 34 Hadid, Seboim, Nebalat, 35 Lod y Ono, el valle de los artífices. 36 Y de los levitas, algunos grupos de Judá habitaban en Benjamín.


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Hechos 21

Despedida en Tiro

21 Después de separarnos de ellos, salimos y navegamos con rumbo directo a Cos, al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. Al encontrar un barco que iba para Fenicia, subimos a bordo y nos hicimos a la vela.

Cuando vimos la isla de Chipre, dejándola a la izquierda, navegamos hacia Siria, y desembarcamos en Tiro porque la nave debía dejar allí su cargamento. Después de hallar a los discípulos, nos quedamos allí siete días, y ellos le decían a Pablo, por el Espíritu, que no fuera a Jerusalén.

Pasados aquellos días partimos y emprendimos nuestro viaje mientras que todos ellos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad. Después de arrodillarnos y orar en la playa, nos despedimos unos de otros. Entonces subimos al barco y ellos regresaron a sus hogares.

Pablo en Cesarea

Terminado el viaje desde Tiro, llegamos a Tolemaida, y después de saludar a los hermanos, nos quedamos con ellos un día. Al día siguiente partimos y llegamos a Cesarea, y entrando en la casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, nos quedamos con él. Este tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban.

10 Y deteniéndonos allí varios días, descendió de Judea cierto profeta llamado Agabo, 11 quien vino a vernos, y tomando el cinto de Pablo, se ató las manos y los pies, y dijo: «Así dice el Espíritu Santo: “Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles”».

12 Al escuchar esto, tanto nosotros como los que vivían allí le rogábamos que no subiera a Jerusalén. 13 Entonces Pablo respondió: «¿Qué hacen, llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no solo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús». 14 Como no se dejaba persuadir, dejamos de insistir, diciéndonos: «Que se haga la voluntad del Señor».

15 Después de estos días nos preparamos y comenzamos a subir hacia Jerusalén. 16 Nos acompañaron también algunos de los discípulos de Cesarea, quienes nos condujeron a Mnasón, de Chipre, un antiguo discípulo con quien deberíamos hospedarnos.

Pablo en Jerusalén

17 Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con regocijo. 18 Al día siguiente Pablo fue con nosotros a ver a Jacobo, y todos los ancianos estaban presentes. 19 Después de saludarlos, comenzó a referirles una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles mediante su ministerio.

20 Ellos, cuando lo oyeron, glorificaban a Dios y le dijeron: «Hermano, ya ves cuántos miles hay entre los judíos que han creído, y todos son celosos de la ley. 21 Se les ha contado acerca de ti, que enseñas a todos los judíos entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones. 22 Entonces, ¿qué es lo que se debe hacer? Porque sin duda la multitud se reunirá pues oirán que has venido.

23 »Por tanto, haz esto que te decimos. Tenemos cuatro hombres que han hecho un voto; 24 tómalos y purifícate junto con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza. Así todos sabrán que no hay nada cierto en lo que se les ha dicho acerca de ti, sino que tú también vives ordenadamente, guardando la ley. 25 Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito, habiendo decidido que deben abstenerse de todo lo que ha sido sacrificado a los ídolos, de sangre y de comer carne de animales estrangulados y de fornicación».

26 Entonces Pablo tomó consigo a los hombres, y al día siguiente, purificándose junto con ellos, fue al templo, notificando de la terminación de los días de purificación, hasta que el sacrificio se ofreciera por cada uno de ellos.

El tumulto en el templo

27 Cuando estaban para cumplirse los siete días, los judíos de Asia, al verlo en el templo alborotaron a todo el pueblo y le echaron mano, 28 gritando: «¡Hombres de Israel, ayúdennos! Este es el hombre que enseña a todos, por todas partes, contra nuestro pueblo, la ley y este lugar. Además, incluso ha traído griegos al templo, y ha profanado este lugar santo». 29 Pues anteriormente habían visto a Trófimo el Efesio con él en la ciudad, y pensaban que Pablo lo había traído al templo.

30 Se alborotó toda la ciudad, y llegó el pueblo corriendo de todas partes. Apoderándose de Pablo lo arrastraron fuera del templo, y al instante cerraron las puertas. 31 Mientras procuraban matarlo, llegó aviso al comandante de la compañía romana que toda Jerusalén estaba en confusión. 32 Inmediatamente tomó consigo algunos soldados y centuriones, y corrió hacia ellos; cuando el pueblo vio al comandante y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.

33 Entonces el comandante llegó y lo arrestó, y ordenó que lo ataran con dos cadenas, y preguntaba quién era y qué había hecho. 34 Pero entre la muchedumbre unos gritaban una cosa y otros otra, y como él no pudo averiguar con certeza los hechos, debido al tumulto, ordenó que llevaran a Pablo al cuartel. 35 Cuando Pablo llegó a las gradas, los soldados tuvieron que cargarlo por causa de la violencia de la turba; 36 porque la multitud del pueblo lo seguía, gritando: «¡Muera!».

Defensa de Pablo en Jerusalén

37 Cuando estaban para meterlo en el cuartel, Pablo dijo al comandante: «¿Puedo decirte algo?». Y él dijo*: «¿Sabes griego? 38 ¿Entonces tú no eres el egipcio que hace tiempo levantó una revuelta y sacó los 4,000 hombres de los asesinos al desierto?».

39 Pablo respondió: «Yo soy judío de Tarso de Cilicia, ciudadano de una ciudad no sin importancia. Te suplico que me permitas hablar al pueblo». 40 Cuando el comandante le concedió el permiso, Pablo, de pie sobre las gradas, hizo señal al pueblo con su mano, y cuando hubo gran silencio, les habló en el idioma hebreo:

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