Porqué sufren los hijos de Dios

«Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él»FILIPENSES 1:29

Ser creyentes implica sufrir, y este sufrimiento es una concesión divina. Sin embargo, esto no es una venganza divina contra nuestra vida pasada.

La naturaleza y demandas de nuestra Nueva Vida en Cristo definitivamente nos expondrán al sufrimiento, al dolor de padecimientos diversos. Tal certidumbre se explica, primeramente, cuando pensamos que nuestro “viejo hombre” habita en nosotros y lucha por controlar nuestra voluntad, siendo su voluntad egoísta, hipócrita, y contraria a la voluntad de nuestro Dios que nos hizo nuevas criaturas:

“Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente en mí. Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.” Romanos 7:21-25 NBLA

Esa lucha, esa batalla contra el pecado (según la describe Pablo en Efesios 4:17-32), en palabras de John Owen, “mortifica” nuestros cuerpos de pecado. Es necesario hacer de nuestro cuerpo, y con él sus deseos, nuestro esclavo:

“Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado.” 1 Corintios 9:26-27 NBLA

Una vida como esa no agrada a los demás. Cuando los amigos de Daniel, al escuchar la música y el llamado a adorar a los dioses de los caldeos, se rehusaron y permanecieron de pie, comprometidos con la adoración al Único que la merece, ni Nabucodonosor, ni sus funcionarios, ni la comunidad, aplaudieron el gesto de ellos y “toleraron” su decisión, más bien les arrojaron con violencia a un horno de fuego calentado siete veces más de lo normal (Daniel 3:13-22). Lo mismo ocurrió con Lot al oponerse a la vejación homosexual contra los huéspedes en su casa (Génesis 19:4-10), o con Esteban cuando lleno del Espíritu enseñaba la Santa Palabra y refutaba con verdad y precisión a quienes le adversaban (Hechos 7:54-60), o con Pablo, en innumerables prisiones y apedreamientos como el de Listra (Hechos 14:19; véase un resumen de las aflicciones sufridas por él en 2 Corintios 11:23-33).

Vivir para Dios (no decirlo, hacerlo) trae consecuencias de parte de los enemigos de Dios. Como escribe el doctor Lucas, citando al mismo Cristo, si a nuestro Señor Jesús que es “el árbol verde” vejaron y mataron, ¿qué no harán con nosotros? (Lucas 23:31). Por eso profetizó diciendo “aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). Por esto Juan nos exhorta a no amar al mundo ni sus cosas, porque estar de acuerdo con el mundo implica entonces vivir en desacuerdo (“enemistad”) con Dios (1 Juan 2:15-17; también Santiago 4:4-6).

El sistema mundano en el que vivimos es consecuencia del pecado y del sometimiento de sus habitantes a la voluntad del príncipe de la potestad del aire, Satanás. Él no se encuentra complacido con ningún creyente que quiere vivir para Dios y les adversa procura “devorarlos” (1 Pedro 5:8). Como a Job, no se detendrá en producir cuanto daño le sea posible con tal de desviar nuestros corazones de Dios nuestro Señor. Nuestro deber no es entonces rendirnos ante Satanás y su sistema, más bien es “resistirlo”. Santiago nos enseña el proceso:

“Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones. Aflíjanse, laméntense y lloren. Que su risa se convierta en lamento y su gozo en tristeza. Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará. Pero Él da mayor gracia. Por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes».” Santiago 4:6-10 NBLA

Resistir al Diablo es, entonces primero que nada someterse a Dios. Luego, acercarse a Dios, limpiándonos las manos y purificando nuestros corazones. Esto produce aflicción, lamento y lágrimas, pero nuestro Padre nos da más gracia para lograrlo continuamente, hasta nuestra reunión con Cristo.

Nunca veamos a quienes nos afligen como el objeto de nuestra lucha, pues ellos son sólo títeres en las manos del gran enemigo de nuestras almas (Efesios 6:10-12).

Padecer como cristianos es un acto de gracia, pues padeceremos por Cristo sólo aquí, pero en la eternidad futura seremos consolados por nuestro Señor y estaremos para siempre con Él, gozando de sus bendiciones perfectas y eternas.

Dios les bendice.


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