Saborea a Cristo en cada salmo: El gozo de cantar con Jesús

Durante la mayor parte de la historia de la iglesia, los cristianos han visto los Salmos a través del lente del cumplimiento en Jesucristo. En particular, han interpretado los Salmos como los cantos de Jesús: cantos que Jesús entonó en Su vida terrenal y cantos con los que el Jesús resucitado y ascendido sigue dirigiendo a Su iglesia para ser cantados en la tierra.

Imagina que estás sentado en una gran sala de conciertos. En el escenario hay un gran coro, y en el centro, un hombre dirige y guía al coro en el canto. Escuchas un rato mientras cantan salmos. Entonces el director te mira y te invita a abandonar tu asiento, subir al escenario y unirte al coro. Y lo haces. De mero oyente pasas a ser cantante. Pero no tomas el micrófono.

Jesucristo es el cantante principal y director del coro, el cual es Su iglesia a través de los tiempos. Jesús tiene el micrófono. Cuando vienes a Jesús, te unes a Su coro. Cantas y dices todas tus oraciones y alabanzas bajo Su dirección. Aprendes a cantar los Salmos bajo Su dirección.

Más que una simple fantasía atractiva, esta imagen transmite algo maravillosamente cierto. El Salterio (los cinco libros de salmos) se centra en la figura del rey davídico y está incompleto sin la presencia del «más grande hijo del gran David», el Señor Jesús, el Mesías. Además, Jesús el Mesías no solo pronuncia los salmos de David, sino —de un modo u otro— todos los salmos. El Nuevo Testamento cita y hace eco de los Salmos de tal manera que alienta esta conclusión.

He examinado las razones para leer los Salmos así en el volumen introductorio de mi reciente comentario sobre los Salmos. Sin embargo, en pocas palabras, una teología adecuada de la oración y la alabanza comprende que solo podemos hablar con Dios en y a través de Jesucristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote que nos lleva a Dios.

Canciones para saborear

Consideremos, pues, algunos de los grandes beneficios de leer los Salmos como los cantos de Jesús. Pinto estas bendiciones con brocha gorda, y no sin reconocer que hay enigmas con los que hay que luchar. Algunos salmos, por ejemplo, oran para que Dios castigue a los malvados (los llamados salmos imprecatorios), y a veces los salmistas confiesan sus pecados (en particular el Salmo 51). También hay otras complejidades, pues los Salmos son como una joya con muchas facetas hermosas. He tratado de abordar los enigmas en detalle en mi comentario, pero aquí ofrezco algunas bendiciones a grandes rasgos para saborear mientras cantas los Salmos en y por Cristo.

1. Puedes cantar en sintonía con el evangelio.

Una lectura de los Salmos centrada en Cristo capta que estas canciones están saturadas del evangelio de Cristo. Sin Cristo, leo el Salmo 1 y pienso: «Debo esforzarme más por ser como este hombre admirable, si quiero esperar sus bendiciones». Sin Cristo, el Salmo 15 me dice que solo si hago perfectamente lo que es correcto puedo esperar morar en la presencia de Dios. Por tanto, debo orar y esforzarme más. El Salmo 24 me dice que solo cuando tenga un corazón puro podré subir al monte del Señor para estar en presencia de Su santidad. Así que debo orar y esforzarme más por purificar mi corazón.

Dado que deseo estas bendiciones, debo dirigir mi celo con esfuerzo infatigable para alcanzarlas (aunque nunca pueda lograrlo), tal como lo hizo el atribulado Martín Lutero antes de su redescubrimiento de la justificación por la fe sola a través de la sola gracia. (Por cierto, parece probable que Lutero redescubriera esta antigua verdad en los Salmos antes de encontrarla en Gálatas, Romanos, Hebreos y otros lugares).

Los Salmos nos ofrecen innumerables bendiciones. Cada una de ellas es tuya y mía en Cristo

 

Pero con Cristo, me regocijo en que, primero y fundamentalmente, Cristo mismo es el hombre bienaventurado del Salmo 1; Cristo es el hombre justo del Salmo 15; Cristo tiene el corazón puro que pide el Salmo 24. Es Cristo quien cumple el llamado elevado de los Salmos, Cristo quien puede cantarlos con perfecta seguridad, Cristo quien asciende al Padre, y solo Cristo quien me lleva allí. Los Salmos nos ofrecen innumerables bendiciones. Cada una de ellas es tuya y mía en Cristo.

Lo mismo ocurre con mis alabanzas. «Todos los días te bendeciré», dice el Salmo 145:2. Pero no lo hago. Así que —sin Cristo— debo esforzarme más por elevar mi vida de alabanza a un nivel superior. Por supuesto, nunca será suficiente. Pero cuando comprendo que Cristo dirige estas palabras al Padre y que hizo exactamente esto todos los días de Su vida en la tierra, me regocijo de poder alabar en y por Cristo, quien dirige el coro.

2. Puedes cantar cada línea de cada canción.

Una lectura de los Salmos centrada en Cristo me rescata de tener que elegir qué partes de los Salmos haré mías. Cuando alguien dice: «Me encantan los Salmos», quiero preguntar: «¿Qué salmos?» y «¿Qué secciones de esos salmos?». Es demasiado fácil aislar las partes que resuenan con mi experiencia y las partes que me traen consuelo, y luego pasar rápidamente por alto las otras partes (que son muchas).

Pero Dios no nos dio los Salmos principalmente para que resonaran con nosotros, sino para que nos moldearan; para moldear nuestros deseos, nuestros deleites, nuestros afectos, nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras voluntades, nuestras emociones. En Cristo, puedo leer cada versículo de cada salmo y descubrir su verdadero y pleno significado mientras Jesucristo lo canta y me lo da para que lo cante como parte de Su coro.

Una lectura centrada en Cristo me anima a cantar los salmos como miembro de la iglesia mundial de Cristo

 

Una bendición estrechamente relacionada es que una lectura centrada en Cristo me anima a cantar los salmos como miembro de la iglesia mundial de Cristo. Cuando intento que cada salmo me hable directamente a mí, me cuesta. Pero cuando leo un salmo como si hablara en nombre de toda la iglesia —de lo que Agustín hablaba a menudo como «todo Cristo, Cabeza y miembros»—, una y otra vez, se ve claramente y tiene sentido. Ya no canto como un individuo solitario, sino como miembro del cuerpo de Cristo, Su coro universal.

3. Puedes cantar de alegría en Jesús.

Otra bendición es que los Salmos me asientan en una fe segura en Cristo y en un disfrute alegre de Sus beneficios. Por ejemplo, las promesas maravillosas del Salmo 91 son dadas supremamente a Cristo, razón por la cual el diablo introduce su cita de este salmo diciendo: «Si tú eres el Hijo de Dios…» (Mt 4:6). «Si tú eres el Hijo de Dios, esto te está prometido». Jesús se niega a hacer lo que le dice el diablo, pero implícitamente acepta que estas promesas son Suyas por derecho y que podría actuar en consecuencia si así lo decidiera.

Por lo tanto, no puedo deleitarme en el Salmo 91 como si hubiera sido escrito simplemente para mí, porque no lo fue. Sin embargo, misteriosamente, en Cristo estas bendiciones son todas mías.

4. Puedes cantar centrado en Cristo.

Tal vez la bendición más grande de una lectura centrada en Cristo es que me libera de ser prisionero de pensar que los Salmos se tratan de mí. No, ¡no tratan de mí! Tratan de Jesucristo en Su impecable naturaleza humana y Su incomparable naturaleza divina. Giran en torno a Jesús, quien cantó los Salmos como parte significativa de Su vida de fe, oración y alabanza en la tierra.

Recuerdo haber visto en la pared de una iglesia las palabras del Salmo 20:4: «Que [el Señor] te conceda el deseo de tu corazón, / Y cumpla todos tus anhelos». Qué maravilla, podrías pensar. La Biblia me promete todo lo que desea mi corazón. Hasta que lees el salmo y te das cuenta de que el Salmo 20 es una oración por el rey del linaje de David. En última instancia, es una oración para que a Jesús se le concedan los deseos de Su corazón y se cumplan Sus planes. Y así será.

Los Salmos no se centran en mí. Si pienso que es así, terminaré desilusionado. Pero cuando me doy cuenta de que todo gira en torno a Cristo, mi corazón se eleva de alegría porque Él es el Hombre bienaventurado y yo le pertenezco.


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.


Christopher Ash 
trabaja para Proclamation Trust en Londres. Además de servir en el consejo de Tyndale House en Cambridge, es autor de varios libros. Está casado con Carolyn y tienen tres hijos y una hija.

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