Cómo enseñar a nuestros hijos sobre la realidad de su pecado

Sentado al otro lado de la mesa, veía los ojos de mi hija que prestaban toda la atención a su tía mientras ella hablaba sobre el problema que acababa de surgir entre los primos. Mi cuñada explicaba con sabiduría sobre el pecado, que todos luchamos con deseos y orgullo, pero que tenemos la oportunidad hermosa de confesar nuestro pecado y caminar en libertad.

Yo no sabía exactamente cómo respondería mi hija en ese momento. ¿Tomaría la postura tan humana de defenderse y esquivar la verdad? Con firmeza en su voz y con entendimiento de lo que estaba sucediendo, mi hija contó que había querido que su primo se sintiera mal para ella poder sentirse mejor.

Los ojos de mi cuñada se llenaron de lágrimas al escuchar estas palabras sencillas de confesión. Poniendo pausa a la reunión, mi cuñada expresó cuán movida y agradecida estaba al escuchar que su pequeña sobrina no se defendía, sino que exponía los deseos egoístas que luchan dentro de ella.

Ese día, el deseo clandestino de mi hija, de buscar ser mejor que otros para sentirse aprobada y amada, se convirtió en una confesión libertadora.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a reconocer la realidad de sus pecados y la necesidad que tienen de Cristo? Las siguientes son algunas lecciones que he aprendido y busco aplicar en la crianza.

Enseñemos la raíz de los conflictos

La carta de Santiago contiene una de las joyas más grandes que Dios me ha dado en mi rol como papá:
¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra. No tienen, porque no piden. Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres (Stg 4:1-4).

Como padre, este pasaje me enseña que las peleas que tienen mis hijas entre ellas o con sus primos o amigos tienen su raíz en deseos egoístas no logrados. Al mismo tiempo, me recuerda que todo deseo puede encontrar su satisfacción plena y debida en la relación con nuestro Padre celestial.

Es importante que nuestros hijos entiendan que son pecadores que necesitan salvación
 
He hablado a profundidad con mis hijas sobre este pasaje con la intención de que conozcan las raíces de sus peleas. Además, este pasaje ofrece un camino a seguir para entender los movimientos subterráneos que impulsan su conducta.
Es importante que nuestros hijos entiendan que la razón por la cual pelean, mienten, roban e insultan no es porque son niños que necesitan crecer, sino porque son pecadores que necesitan salvación. Cuando tienen un lenguaje que les permite articular en sus mentes el concepto del pecado, ganan más capacidad de identificar el pecado en sus corazones y forma de actuar, de modo que puedan contrastarlo con el único Hombre que nunca pecó: Jesucristo.

Usemos nuestro testimonio

Nuestro deber es enseñar y orientar a nuestros hijos con lenguaje y conceptos que les ayuden a entender las verdades bíblicas. Sin embargo, debemos recordar que no podremos convencerlos de su pecado ni revelarles su necesidad de salvación. Como padres, debemos caminar en una línea delgada de acción, reconociendo que no somos el Espíritu Santo. El terreno de la salvación es demasiado sagrado para nosotros. El único que puede traer convicción y arrepentimiento es el Espíritu de Dios.

Dios nos regala diferentes herramientas en esta vida como padres y una de las más importantes para enseñar sobre el pecado es nuestro testimonio
 
No obstante, nuestro trabajo de equipar a nuestros hijos con entendimiento bíblico es fundamental. Dios nos regala diferentes herramientas y armas en esta vida como padres, y nuestro testimonio es una de las más importantes para enseñar sobre la realidad del pecado. Mi testimonio no se reduce a mi historia de conversión y a las locuras que hice como adolescente. Yo peco todos los días, así que tengo suficiente material para compartir con mis hijos sobre mis luchas, buscando hacerlo de una manera prudente y sabia.

Aún siendo adultos, y en un proceso de santificación si somos creyentes, el pecado está a la puerta, deseándonos y buscando el control de nuestras vidas. Como Dios enseñó a Caín: el pecado yace a la puerta y nos codicia (Gn 4:7).

Cuando entendemos la realidad del pecado en nuestras vidas, podemos usar nuestro testimonio para enseñar a nuestros hijos de una forma personal y poderosa. Nuestra lucha contra el pecado resalta la gracia que es mayor que toda lucha humana (Stg 4:6).

Celebremos el arrepentimiento

Admito que muchas veces busco formas rápidas y fáciles para modificar conductas y resolver conflictos en mi casa. A veces, como cuando tengo que prevenir que alguien salga lastimado, no tengo tiempo para sentarme y entrar en discusiones doctrinales. Pero, en general, estoy aprendiendo a depender de la Palabra de Dios y creer en lo que dice. Mis hijos son más pecadores viviendo bajo el mismo techo y esto me genera la necesidad urgente de enseñarles sobre lo que más importa: la salvación de sus almas.
Aunque no puedo salvar a mis hijos de sus pecados, puedo utilizar mi voz, testimonio y tiempo para crear un ambiente familiar donde la humildad es aplaudida y el arrepentimiento es celebrado. Podemos celebrar la confesión de los pecados porque entendemos la gravedad de la ofensa, así como la necesidad y la hermosura del evangelio.

Si nuestros hijos no tienen palabras para nombrar su pecado o no entienden qué es, tampoco podrán entender la urgencia y la belleza de la gracia de Dios en Cristo.

Con este entendimiento, podemos interactuar con nuestros hijos no como jueces o fiscales, expertos en señalar y sentenciar, sino como padres que quieren alentarlos a la fe; y si ya han creído el evangelio, podemos actuar junto a ellos como coherederos de la promesa de gracia que es provista en Jesús. Nuestra batalla en nuestras casas no es contra nuestros hijos sino a su lado, como otros pecadores que necesitan crecer a imagen de Cristo.

David McCormick es el Director Ejecutivo de la Alianza Cristiana para los Huérfanos, y padre de cuatro hijos: tres biológicos y uno del corazón. Siendo psicólogo graduado en Canadá, se ha especializado en el apego, estilos de crianza, trauma y liderazgo parental. David ha dedicado su vida a la niñez y adolescencia en estado de vulnerabilidad, trabajando para que cada uno de ellos pueda contar con una familia permanente y amorosa.

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