Vida Cristiana

Atesora las promesas del evangelio

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado del libro Guerra de Palabras: Tratando el corazón de tus problemas con la comunicación (Poiema Publicaciones, 2017), por Paul Tripp. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Dios no nos muestra nuestro pecado y fracaso para condenarnos, sino como una demostración de Su amor redentor. Como Padre, Él disciplina a Sus hijos con el propósito de santificarlos. Su intención nunca será aplastar, destruir ni abandonar. Aunque la disciplina puede ser dolorosa, Su propósito es producir en nosotros una cosecha de justicia y paz (Heb. 12:1-13).

Así que cuando Dios te muestre tu pecado, no te desalientes. No permitas que el enemigo te engañe diciéndote que es demasiado tarde y que nunca podrás hacerlo bien. No permitas que tu sentido de fracaso te lleve a alejarte del Señor por la culpa y la vergüenza. Vuélvete hacia Él y mira en Su rostro la aceptación amorosa de un Padre que hace que te veas a ti mismo tal como eres porque Él te ama profunda y completamente.

Quiero resaltar algunas de las promesas del evangelio porque son las que me animan a salir de las tinieblas a la luz verdadera. El pecado produce culpa, vergüenza y temor, pero solo el amor perfecto del Señor echa todo esto fuera.

La primera promesa del evangelio a la que necesitamos aferrarnos es la promesa del perdón. La promesa del perdón de Dios es total y completa.

Él dice que nunca más se acordará de nuestros pecados y que nos separará de ellos tan lejos como está el oriente del occidente. ¡Qué promesa tan asombrosa! No tengo que llevar mis pecados a todos lados como si fueran un gran bolso lleno de remordimiento, lastimando mis hombros espirituales y quebrando la espalda de mi fe. Jesús tomó el peso de mi pecado sobre Sí mismo para que yo ya no tuviera que cargarlo.

"Cristo no solo vino para perdonar nuestros pecados, sino también para liberarnos de ellos"

¡Cuánta libertad hay en esta verdad! No tiene sentido que el creyente viva aprisionado por el temor, por la oscuridad de la culpa ni por la vergüenza. ¡Jesús pagó la deuda! Así que, aunque vaya manchado y sucio, puedo acudir a Cristo lleno de esperanza y fe, y recibir el perdón que me pertenece por ser hijo de Dios.

La segunda promesa del evangelio es la liberación. Cristo no solo vino para perdonar nuestros pecados, sino también para liberarnos de ellos. En la cruz, destruyó el dominio del pecado sobre mí (Ro. 6:1-14). Ya no tengo por qué entregarme a los pecados de la lengua, por ejemplo. Puedo hablar de una forma diferente.

En el evangelio no solo encuentro perdón y liberación, sino también fortaleza. Tal como el Señor le prometió a Pablo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). Sabemos que no alcanzamos la medida del estándar de Dios. Por nosotros mismos, no podemos hacer nada bueno. Pero el Señor no nos ha dejado allí. Él viene con Su poder y nos llena con Su Espíritu para que podamos hablar de manera que beneficiemos a los demás y le glorifiquemos. El mismo poder que resucitó a Cristo de entre los muertos ahora vive en nosotros (Ef. 1:19-20).

Otra promesa preciosa del evangelio es la restauración. Es tan fácil mirar hacia atrás en nuestras vidas y enfocarnos en las ruinas que han quedado de las oportunidades perdidas.

Somos tentados a querer borrar las palabras que hemos dicho y a lamentarnos continuamente por no haber dicho lo correcto. Es tan fácil cuestionar a Dios por haber tardado tanto en mostrarnos lo mal que estaban nuestras palabras.

Es aquí donde vemos la dulzura de esa promesa del Señor de restaurar: “Yo les compensaré a ustedes por los años en que todo lo devoró ese gran ejército de langostas… Ustedes comerán en abundancia, hasta saciarse, y alabarán el nombre del Señor su Dios, que hará maravillas por ustedes” (Jl. 2:25-26). Dios es el Restaurador por excelencia. Tus años no han sido desperdiciados. En Su amor soberano, Dios nos ha estado trayendo hasta este punto de entendimiento y convencimiento justo en el momento correcto.

"Podemos venir a Jesús para recibir amor y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos"

En el evangelio también encontramos promesa de reconciliación. El corazón del evangelio es la venida del Príncipe de paz. En Él, encontramos la reconciliación no solo con Dios, sino también con los demás. Él es el único que puede destruir los muros que nos separan de otros (Ef. 2:14-18). Solo Él puede poner amor en los corazones que una vez albergaron odio. Él transforma a personas negligentes y egoístas en personas tiernas y compasivas. Así que hay esperanza de que las relaciones que han sido dañadas o aun destruidas puedan experimentar verdadera sanidad y reconciliación.

Además, el evangelio trae promesa de sabiduría. Santiago habla de esto con mucha claridad: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios” (Stg. 1:5). Qué sencillo, pero ¡qué alentador! Puedes estar pensando: “Yo sé que mi comunicación tiene que cambiar, pero no sé por dónde empezar o qué debo hacer”. Lo que necesitas es sabiduría; y Dios no solo da sabiduría, sino que la da generosamente y sin reproches.
No tenemos por qué desanimarnos por nuestra ignorancia, ya que “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” están escondidos en Cristo (Col. 2:3). Su invitación es sencilla: “¡Ven, pide y recibirás!”.

Finalmente, el evangelio promete misericordia. El escritor de Hebreos nos recuerda que Jesús fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, por eso nos entiende y se identifica con nosotros en nuestras debilidades. Podemos venir a Él para recibir amor y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (Heb. 4:14-16).
En las situaciones más difíciles, en las relaciones más tensas, no tenemos que luchar solos ni confiar en nuestras habilidades personales. Estamos en Cristo, y en Él podemos hacer lo que de otro modo sería imposible.

Paul Tripp es pastor, autor y conferencista internacional. Él es el presidente de Ministerios Paul Tripp y trabaja para conectar el poder transformador de Jesucristo con la vida cotidiana. Esta visión lo ha llevado a escribir libros sobre vida cristiana y a viajar por todo el mundo predicando y enseñando. La pasión que guía a Paul es ayudar a la gente a comprender cómo el evangelio de Jesucristo habla con esperanza práctica en la vida cotidiana.

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