Memorias

Una perspectiva bíblica del matrimonio

DEFINICIÓN

La perspectiva bíblica del matrimonio trata sobre un regalo de Dios, voluntario, la unión sexual y social pública de un hombre y una mujer, de distintas familias, con el propósito de servir a Dios.

SUMARIO

El matrimonio fue instituido por Dios durante la creación, dado por Dios como un fundamento inmutable para la vida humana. El matrimonio existe para que a través de esta institución la humanidad pueda servir a Dios a través de sus hijos en una intimidad fiel y una relación sexual correctamente ordenada. Esta unión se inspira en la unión de Dios con su pueblo —que es su esposa—, es decir, Cristo con la Iglesia. Dentro del matrimonio, los maridos deben ejercer un papel de cabeza abnegada y las esposas una postura de sumisión piadosa a sus maridos.

Esta institución nos señala la esperanza de que Cristo regrese a reclamar a su esposa, haciendo del matrimonio una imagen viva del evangelio de la gracia.

Este estudio comprenderá tres partes principales. Primero, consideraremos qué tipo de “cosa” es el matrimonio. Puede parecer un comienzo extraño, pero es fundamental para el estudio. Luego, discutiremos el propósito central del matrimonio. Finalmente, responderemos a la pregunta clave: ¿qué es el matrimonio?

La naturaleza del matrimonio

El matrimonio es una Institución del orden de la creación de Dios

Cuando las culturas debaten preguntas relacionadas con el matrimonio y discuten la ética de las relaciones sexuales, hay una división fundamental entre aquellos que consideran, en esencia, el matrimonio como algo “dado” por Dios, y aquellos que lo consideran como una construcción cultural. En Mateo 19, cuando preguntan a Jesús sobre el divorcio, Él comienza afirmando la enseñanza de Génesis 1 y 2: “¿No han leído que Aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra (Gn. 1:27), y dijo: ‘Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne’ (Gn 2:18)?” (Mt 19:4-5).

Al hacernos regresar a la Creación, Jesús afirma lo que enseña Génesis, que las dos partes sexuales de la humanidad (creada hombre y mujer) y la institución del matrimonio son “dados” por Dios. Esto es “dado” en el doble sentido de “dado e innegociable” y “dado como un regalo”. El profesor Oliver O’Donovan escribe que el orden de la creación es “innegociable en el curso de la historia” y es parte de “aquello que ni los terrores del azar ni el ingenio del arte pueden derribar. Define el alcance de nuestra libertad y los límites de nuestros temores” (Oliver O’Donovan, Resurrección y orden moral, 2° ed., 61).

El matrimonio es bueno y una institución estable. La cultura humana trata de reinventarlo o darle nueva forma, pero bajo Dios sigue siendo un fundamento inmutable para la vida humana.

El matrimonio también tiene muchas formas de expresión cultural. Las personas entran al matrimonio a través de una variedad de ceremonias y se comprometen en matrimonio de diferentes maneras. Pero, en esencia, la institución es parte del orden de la creación. Por esta razón, debemos explorar desde la Biblia su propósito y definición (ver G.W. Bromily, Dios y el matrimonio).

El propósito del matrimonio

El matrimonio se establece de tal manera que podamos servir a Dios a través de los niños, de una intimidad fiel y relaciones sexuales correctamente ordenadas.

Es importante hacerse una pregunta útil tanto teológica como pastoral: “¿con qué propósito Dios ha creado el matrimonio?” Nosotros comenzamos preguntándonos qué esperanza y ambición pueden tener una pareja concreta cuando entran al matrimonio. Pero antes de responder a esto, es fundamental preguntar por qué Dios creó la institución del matrimonio.

La Biblia enseña tres respuestas básicas a esta pregunta. Pero antes de considerarlas, debemos observar un tema general: el servicio a Dios en su mundo.

En Génesis 2:15 dice: “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. El hombre es el jardinero; él es el guardián y el agricultor en el jardín de Dios. En este contexto leemos en Génesis 2:18: “Entonces el Señor Dios dijo; ‘No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada’”. Un estudio detallado de las Escrituras establece lo que el contexto sugiere, que el problema con la soledad del hombre no es una relación solitaria, sino que es una gran tarea por realizar; el hombre necesita, no tanto una compañía o una amante (aunque la mujer sería ambas), sino una “ayuda” que trabajara a su lado, guardando y cultivando el jardín (ver cap. 7 de Christopher Ash, Matrimonio: Sexo en el servicio de Dios).

Reconocer esto transforma el estudio del matrimonio desde un punto de vista de lo que nos complace o lo que disfrutamos a un enfoque sobre lo que servirá a los propósitos de Dios. Paradójicamente, los matrimonios más seguros y felices son los que miran hacia fuera, más allá de su propio (a menudo asfixiante) ensimismamiento (o “libertad de pareja” introspectiva), para servir a Dios y a los demás en el mundo de Dios, mediante el amor a Dios y al prójimo.

Bajo este encabezado global del servicio a Dios, debemos colocar los tres “bienes” (o beneficios) bíblicos tradicionales del matrimonio: procreación, intimidad, y orden social.

Procreación

En Génesis 1:27-28, la creación del ser humano como hombre y mujer está ligada inmediatamente con la bendición de que “sean fecundos y multiplíquense.

Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre ella”. Esto es para decir que la primera manera en la que el matrimonio se dirige al servicio de Dios es a través de la procreación y la crianza correcta de los niños. Los niños son bendiciones de Dios. Esta bendición no se da a cada pareja casada.

Cuando no lo son, es causa de tristeza. El matrimonio sigue siendo matrimonio y pueden honrar a Dios profundamente sin niños. Pero debemos estimar la procreación de los niños como una bendición con costo y sacrificio. Nuestra oración es que los niños crecerán “en la disciplina e instrucción del Señor” (Ef 6:4) y se volverán –según el lenguaje de Génesis 2– jardineros fieles bajo Dios para cuidar su mundo.

Intimidad

El deseo y el placer sexual dentro del matrimonio están maravillosamente afirmados en las Escrituras (p. ej., Pr 5:18-19; Cnt). Negar la bondad del matrimonio es ponerse del lado de la serpiente en el jardín del Edén, cuando cuestiona la bondad de Dios (Gn 3:11 Ti 4:1-5).

La relación del Dios del pacto con su pueblo se describe como un matrimonio en el que el Señor es el esposo y el pueblo de Dios es su novia (p. ej., Is 62:5). En el Nuevo Testamento, este tema pasa a una nueva clave como el matrimonio de Cristo, el esposo, con la Iglesia de Cristo, su esposa (p. ej., Ef 5:22-33).

La intimidad sexual dentro del matrimonio está diseñada para servir a Dios construyendo una relación de deleite y fidelidad que honra a Dios, una intimidad que retrata la intimidad escatológica que toda la iglesia de Cristo disfrutará con Cristo, su esposo. Sería difícil imaginar una vocación más elevada para las parejas que se embarcan en el matrimonio (véase Timothy y Kathy Keller, El significado del matrimonio).

Orden social

La Biblia es realista con respecto al poder del deseo sexual, tanto masculino como femenino (con todas sus diferencias), y las posibilidades de caos y desorden que surgen de esos deseos cuando no se canalizan en el orden adecuado de Dios.

La prohibición del séptimo mandamiento sobre el adulterio (Éx 20:14) funciona como la punta de un iceberg de enseñanzas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que prohíben la inmoralidad sexual de todo tipo. Toda la intimidad sexual que se encuentra fuera de la unión pactada de un hombre con una mujer en el matrimonio entra en la definición bíblica de inmoralidad sexual. La Biblia protege la “desnudez” (la desnudez sexual, en el contexto de la excitación sexual) y, por lo tanto, prohíbe la pornografía, la violación, el abuso de las mujeres, el sexo entre un hombre y un hombre, entre un hombre y muchas mujeres, entre una mujer y una mujer, entre una mujer y muchos hombres, y entre seres humanos y animales.

Este límite en torno a la expresión sexual es una protección buena y necesaria del orden sexual en cualquier sociedad. Cuando se rompe, y especialmente cuando lo rompe toda una cultura, se produce un caos sexual y se dañan vidas de forma imperiosa.

La definición de matrimonio

El matrimonio es una unión sexual voluntaria y pública en la sociedad entre un hombre y una mujer de diferentes familias. Esta unión está representada por la unión de Dios con su pueblo que es la novia, Cristo con la iglesia. Intrínsecamente a esta unión está el llamado de Dios a una exclusiva y larga fidelidad sexual (ver cap. 11-15 en Christopher Ash, Matrimonio:

Sexo en el servicio a Dios). Debemos resumir la definición de la Biblia en función de los siguientes elementos.

Consentimiento

El matrimonio es una unión voluntaria. La Biblia condena la violación y el matrimonio forzado (p. ej., 2 S 13:14). Un hombre y una mujer necesitan dar su consentimiento para estar casados. Con este consentimiento aceptan dar al otro todo lo que son como personas sexuales (1 Co 7:2-4). Este consentimiento debe ser dado con la comprensión de la naturaleza de la institución a la que ambos entran.

Público

El matrimonio es una unión pública. Mientras que la intimidad es, y debe ser, privada; la naturaleza de la unión debe ser pública. El hombre y la mujer prometen mediante juramento que cada uno será fiel al otro hasta que uno de ellos muera.

Las uniones libres (no casadas) están bajo una ambigüedad sobre lo que el hombre y la mujer han dado el consentimiento. A menudo hay distinto entendimiento entre ambos. Pero cuando un hombre y una mujer se casan, no hay esa incertidumbre.

Cada uno ha declarado públicamente su fidelidad para la vida delante de la sociedad donde viven. En una sociedad sana, esto significa que el apoyo social se da a la pareja casada. Hay un precio social a pagar por un marido o una mujer que rompe el matrimonio.

Un hombre y una mujer: heterosexual

El matrimonio es entre un hombre y una mujer. Así es como Dios ha creado a la humanidad. La sociedad quizá llame a una relación entre dos personas del mismo sexo “matrimonio”; pero desde el punto de vista de Dios no puede ser así.

Un hombre y una mujer: monogamia

El matrimonio es entre un hombre y una mujer. La poligamia aparece en el Antiguo Testamento pero no está confirmada. Jesús de manera explícita afirma el orden del Génesis de un hombre y una mujer (p. ej., Mt 19:5-6 “ya no son dos, sino una sola carne”).

De diferentes familias

La Biblia condena el incesto de forma consistente, que es la intimidad sexual entre aquellos que tienen un parentesco cercano, tanto por la sangre (parentesco) o por el matrimonio (afinidad). Levítico 18 es el texto más claro y más afirmado del Antiguo Pacto que responde a esta pregunta. Pablo condena las relaciones sexuales de un hombre con su madrastra (1 Co 5).

Los cristianos no siempre han estado de acuerdo sobre los fundamentos de las prohibiciones del incesto o sobre dónde trazar la línea del incesto. La respuesta más clara es que lo racional es proteger el círculo familiar de la confusión destructiva que surge cuando alguien ve una relación cercana (otra que la de esposos) como una pareja sexual potencial.

Si este razonamiento es correcto, entonces el alcance de la prohibición del incesto puede depender de lo que cuenta, en una cultura particular, como “familia cercana” (ver Christopher Ash, Matrimonio: Sexo al servicio de Dios, 266-271).

El ejemplo de Cristo con su iglesia

Tres pasajes del Nuevo Testamento hablan expresamente a maridos y mujeres: Ef 5:22-33Col 3:18-191 P 3:1-7. Estos pasajes nos enseñan que los maridos deben ejercer un rol de liderazgo auto-sacrificial y las mujeres deben tener una postura de sumisión divina. Este modelo es ampliamente ridiculizado y rechazado en la cultura contemporánea y también en parte de la iglesia.

Considerando esta pregunta, debemos comenzar con la idea de “orden” o “arreglo” (del griego taxis) de la cual deriva la palabra “sometimiento”. En el Nuevo Testamento este concepto se aplica a (a) la sumisión de todas las cosas a Dios y a Cristo (Ef 1:22); (b) el sometimiento de Cristo a Dios (1 Co 15:24-28); (c) el sometimiento del creyente a Dios (Stg 4:7); (d) el sometimiento del creyente a las autoridades civiles (Ro 13:1-7); (e) el sometimiento de los esclavos a los dueños (Tit 2:9); (f) el sometimiento de los miembros de la iglesia a sus líderes (He 13.17); (g) el sometimiento de los niños a los padres (Ef 6:1) y (h) el sometimiento de las mujeres a los maridos (Ef 5:24). El sometimiento de los esclavos a los señores es el único uso diferente en esta lista, porque no tiene un respaldo teológico en la creación, y de hecho la Biblia rechaza radicalmente la institución de la esclavitud.

El sometimiento de la mujer debe ser un sometimiento voluntario, una expresión de su sometimiento divino a Dios. La dirección de un marido debe ser una dirección costosa, ejemplificado en el amor de Cristo a la iglesia. Como lo mejor, este ejemplo es bello y dador de vida. Puede ser subvertida (1) por un marido tiránico, (2) por una mujer que deja de ser una compañera responsable con su esposo al adoptar una actitud pasiva, (3) por una mujer rebelde y (4) por un marido que abandona sus responsabilidades.

Fidelidad para toda la vida

La fidelidad, o el amor fiel, debe ser la base en el corazón de una relación matrimonial. El matrimonio no está fundamentado en nuestros sentimientos (que vienen y van) sino en guardar una promesa. Las Escrituras hablan del matrimonio como un pacto donde Dios es el testigo (p. ej., Mal 2:14). Cuando un hombre y una mujer se casan (sean o no creyentes), se unen por Dios (Mr 10:8-9). Ninguno de la pareja ni otra persona pueden romper lo que Dios ha unido.

Conclusión: El matrimonio y la gracia de Dios

El evangelio de Jesús ofrece gracia para las caídas sexuales. Después de una lista que se enfoca principalmente en los pecados sexuales, Pablo escribe: “Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestros Dios” (1 Co 6:11).

Todos estamos marcados por los pecados sexuales, incluso los nuestros, en lo que hemos pensado, en lo que hemos visto, en lo que hemos leído o en lo que hemos hecho.

En el evangelio encontramos el perdón y la alegría de ser limpios. Con alegría, ofrecemos a los demás la limpieza que nosotros mismos hemos encontrado en Cristo.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Íñigo García de Cortázar.

Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de

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LECTURAS ADICIONALES

– Christopher Ash, Marriage: Sex in the Service of God
– Christopher Ash, “The Purpose of Marriage.”
– W. Bromiley, God and Marriage
– James Hamilton, “The Mystery of Marriage.”
– Timothy and Cathy Keller, The Meaning of Marriage
– John MacArthur, “Marriage as it was Meant to Be.”

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