Aunque hables de Dios en su sentido más básico —como decirle a un niño que fuimos creados por Dios—, estás hablando de teología, y por eso tú eres un teólogo. Eres alguien que tiene pensamientos sobre Dios y los compartes con alguien más.
Ya sea que estudies teología de manera formal en un seminario, estés aprendiendo sobre sus rudimentos en un grupo pequeño de estudio o seas un nuevo creyente deseoso por aprender más de Dios, estas preguntas son relevantes para ti: ¿Cuál es el propósito final de estudiar teología? ¿Hacia dónde debería conducirme finalmente su estudio?
El teólogo puritano William Ames concluyó que «la teología es la doctrina de vivir para Dios».
Este enfoque de la teología no solo fue adoptado por Ames, sino por gran parte del movimiento puritano. Es por eso que en su obra monumental, Una teología puritana, Joel Beeke y Mark Jones eligieron el subtítulo: «Doctrina para la vida».
Contrario a la idea de que la teología se trata de un mero ejercicio intelectual, la iglesia desde sus orígenes ha visto el estudio sobre Dios no solo como un acercamiento intelectual, sino también espiritual. Debido a que existen diversas teologías no bíblicas, estudiar la teología que parte de la Biblia es tanto un acto de reflexión como de devoción que debe llevar al creyente a la transformación de su vida.
Jesús afirmó: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17:3). «Conocer» aquí es un término que no se debe limitar al sentido de un ejercicio intelectual, sino que conlleva un sentido experiencial continuo. Es decir, los creyentes estudiamos las Escrituras, incluso algunos nos esforzamos por aprender los idiomas originales, y leemos lo que otros cristianos han escrito sobre ellas a lo largo de la historia con el fin primordial de conocer mejor a Dios y darle la gloria al vivir para Él.
El fin último de que estudiemos teología es, pues, la adoración genuina al Dios Trino. Como solía afirmar R. C. Sproul: «la teología es doxología». Cuanto más le conocemos, mucho más debe crecer en nosotros el fuego de la adoración. Adorar no se trata exclusivamente de cantar a Dios, sino sobre todo, de vivir en amor obediente hacia Él. Adorar es consagrar nuestras vidas mismas, no solo nuestras canciones.
"Estudiar la teología que parte de la Biblia es tanto un acto de reflexión como de devoción que debe llevar al creyente a la transformación de su vida"
Por lo tanto, «no se puede decir que se conoce a Dios si no hay ni sentimiento religioso ni piedad».1 Hasta los demonios creen y tienen un mayor conocimiento doctrinal que nosotros, pero la verdad de la Escritura no ha afectado sus corazones (Stg 2:19).
Evitemos que se diga de nosotros lo que, en el Progreso del peregrino, John Bunyan nos contó sobre un personaje llamado Locuacidad: «La verdadera religión no existe ni en su razón, ni en su casa, ni en su vida; todo lo que tiene está en la punta de su lengua, y su religión consiste en hacer ruido con ella».
Deberíamos, pues, reflexionar en si el conocimiento que estamos adquiriendo nos está llevando a la adoración humilde y obediente o nos está haciendo más arrogantes y nuestra religión viene a ser mero ruido. En el último caso, el problema quizás no esté en la teología que se estudia, sino en el corazón del estudiante.
Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo puedo vivir y experimentar la teología que estudio? ¿Cómo puedo cumplir con la meta suprema de estudiar teología?
La respuesta la hallamos en lo que el teólogo Petrus Van Mastricht señaló: «La teología se define más correctamente como la doctrina de vivir para Dios por medio de Cristo».2 Aquí se halla nuestra esperanza: en lo que Cristo ha hecho a nuestro favor.
"La meta suprema de la teología es conducirnos a Dios, es decir, conocerlo de manera más íntima con el fin de vivir para Su gloria"
Si somos honestos, ninguno puede vivir en proporción exacta a lo que conoce. Es decir, sabemos más de lo que podemos poner en práctica en nuestro diario vivir. Pero por medio de Jesucristo podemos vivir para Dios, aún en la lucha de nuestros corazones.
Aunque lo haremos de manera imperfecta, somos amados por Dios y aceptados por lo que Cristo hizo y, en esa certeza de nuestra unión con Él, tomamos nuevas fuerzas para vivir con todo nuestro corazón para nuestro Dios.
Tenemos que ir al pie de la cruz, reconocer nuestra incapacidad de adorar al Señor como merece y pedirle que nos dé pasión por Él expresada en una mente deseosa de conocerlo mejor, un corazón dispuesto a amarlo más y una voluntad rendida para obedecerlo.
La meta suprema de la teología, entonces, es conducirnos a Dios, es decir, conocerlo de manera más íntima con el fin de vivir para Su gloria (p. ej., Fil 3:8; Col 1:10; 3:17; 2 P 1:8; 3:18), lo cual transformará nuestra vida. Como bien manifestó el teólogo Tomás de Aquino: «La teología es enseñada por Dios, enseña acerca de Dios y nos conduce a Dios».3
A esta frase añadiría que eso sucede por medio de Cristo, ya que todo esto sería imposible sin Él. No podemos vivir para el Padre si no fuera por la obra redentora del Hijo y la guía del Espíritu Santo. Así que nuestro llamado es este: seamos buenos teólogos y vivamos para Dios en Cristo.
1. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana (Editorial Libros Desafío, 2012), Lib. 1, cap. 2, apdo. 1. ↩
2. Petrus Van Mastricht, Theoretical-Practical Theology, Vol. 1: Prolegomena (Reformation Heritage Books, 2018). ↩
3. S. B. Ferguson y J. I. Packer, eds., Nuevo diccionario de teología (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 2005), p. 892. ↩
Rafael Riveros sirve como director académico en el Instituto Bíblico Teología para la Vida y enseña en distintos seminarios de Latinoamérica y los Estados Unidos, y dirige el congreso anual para jóvenes «Expuestos». Él y su esposa Adriana viven en la Ciudad de México y son miembros de la Iglesia presbiteriana El Redentor, en la Ciudad de México, donde Rafael sirve en la enseñanza. Puedes seguirlo en twitter.
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