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El bautismo de infantes: 3 mitos y verdades

Nota del editor: 

En Coalición por el Evangelio nos esforzamos por centrarnos en las Escrituras. Con todo, los creyentes que aman al Señor tienen posturas diferentes sobre doctrinas de diferentes grados. Hay doctrinas de primer grado —como el evangelio, el señorío de Jesús, la Trinidad, etc.— que defenderemos hasta la muerte. Y hay doctrinas de segundo y tercer grado que, aunque sean de gran importancia, no deben dividir a la Iglesia. Una de estas doctrinas de segundo grado es la administración del bautismo. Para conocer más sobre la postura expuesta en el presente escrito, lee también Una defensa del bautismo presbiteriano. Por otro lado, puedes leer sobre la postura bautista aquí.

“Bautizar niños es igual que encender velas a imágenes de María”.

Casi me quemo los labios con el café recién hecho cuando escuché a un amigo pronunciar esas palabras. Estábamos en el patio de la facultad, camino a la sala donde tendríamos nuestra reunión de grupos universitarios.

Mi amigo es un ejemplo de amor al Señor y Su Palabra. Y sin embargo, tenía una percepción errada sobre qué creemos los presbiterianos acerca del bautismo de infantes. Esto no fue raro para mí. A lo largo de mis años como cristiano me he encontrado con expresiones de este tipo que, aunque no suelen ser dichas con malas intenciones, reflejan la importancia de conocer un poco más sobre este tema.

¿Cómo podemos entender mejor el bautismo de infantes en muchas iglesias evangélicas? Estos son tres mitos y verdades al respecto:

Mito #1: “Bautizar niños es una tradición de origen pagano”.

Para muchos en Latinoamérica el bautismo de niños es una mera tradición familiar o, incluso peor, una práctica supersticiosa para evitar que los bebés se enfermen o sufran pesadillas. Nada de esto sirve de sustento para los evangélicos que bautizamos bebés. Como alguien que fue bautizado en una iglesia reformada en su infancia, y que bautiza a varios bebés cada año, todos esos motivos tradicionales y supersticiosos me son extraños y llegué a conocerlos muy tarde en conversaciones con otras personas.

Muchos evangélicos de tradición reformada creemos que el bautismo es la señal que vino a sustituir a la circuncisión

 

La razón por la que mis abuelos presentaron a mis padres al bautismo en su infancia, y por la que mis padres me presentaron cuando yo era pequeño, es la misma por la que yo presenté gozoso a mis hijos al bautismo. Es una razón arraigada en la Escritura: sellar, mediante una señal visible, a los hijos de los creyentes como pertenecientes al pueblo del pacto. Este es exactamente el mismo propósito por el cual Abraham y su descendencia circuncidaban a sus hijos varones al octavo día de nacidos (Gn. 17:9-14; cp. Lc. 2:21).

Nuestro Señor Jesucristo ordenó que, bajo la administración del nuevo pacto, los apóstoles comenzaran a incorporar a personas de todas las naciones al pueblo del pacto mediante el bautismo (Mt. 28:18-20). Por eso los presbiterianos creemos que la circuncisión fue sustituida por el bautismo trinitario.

Esto explica por qué Pedro instruye a los judíos que se convirtieron después de la resurrección de Cristo a que reciban el sello del bautismo:

“Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame” (Hechos 2:38-39, énfasis añadido).

Lo mismo hace con los gentiles en Hechos 10. El apóstol Pablo, por su parte, sigue el mismo patrón para incorporar a gentiles al pueblo del pacto y bautiza, por ejemplo, no solo al carcelero de Filipos, sino también a “toda su familia” (Hch. 16:33).

Pablo dice en Colosenses 2:11 que “fuimos circuncidados mediante el bautismo”, mientras que en Gálatas 3:26-29 hace una comparación interesante entre la circuncisión y el bautismo. Allí muestra que el bautismo, como nuevo sello del pacto, es mejor que la circuncisión porque no hace discriminación de sexo, etnia, ni condición social, ya que puede ser administrado a todos.

Por lo tanto, muchos evangélicos de tradición reformada creemos que el bautismo es la señal que vino a sustituir a la circuncisión. Estas razones tal vez no te convencen, pero no se basan en meras tradiciones o supersticiones.

Verdad #1: Bautizar niños no es una tradición tomada del paganismo.

Mito #2: “Bautizar niños nos identifica con la Iglesia católica romana”.

Desde el siglo II hay registros de que los pastores cristianos bautizaban a los hijos recién nacidos de los creyentes. Esto fue mucho antes de que los desvíos que caracterizan hoy a la Iglesia católica romana se incorporaran a ella (como la veneración de imágenes, la transubstanciación, o el papado).

De hecho, durante la Reforma del siglo XVI, la mayoría de los reformadores y de las iglesias protestantes no solo bautizaban a los hijos de los creyentes sino que también defendieron el bautismo de infantes. Hicieron esto en medio de un período que no tuvo temor de hacer profundas revisiones a las doctrinas y prácticas medievales.

A lo largo de la historia, muchas iglesias evangélicas han mantenido y defendido la práctica de bautizar a sus hijos

 

Por lo tanto, a lo largo de la historia, muchas iglesias evangélicas han mantenido y defendido la práctica de bautizar a sus hijos: luteranos, anglicanos, presbiterianos, congregacionalistas, metodistas, y varias vertientes pentecostales.

Varios de los teólogos y pastores evangélicos que probablemente lees y escuchas por su sana doctrina pertenecen y pertenecieron a iglesias que bautizan a los hijos de sus miembros. Entre ellos, podemos mencionar a Martín Lutero, Juan Calvino, John Knox, John Wesley, John Owen, Charles Hodge, C. S. Lewis, John Stott, R. C. Sproul, J. I. Packer, Timothy Keller, Paul D. Tripp, y a Kevin DeYoung, entre otros.

Verdad #2: Bautizar niños no nos identifica con la Iglesia católica romana.

Mito #3: “Para bautizar niños hay que creer que el bautismo nos salva”.

Los evangélicos que bautizamos infantes no creemos que el bautismo salva. Para nosotros, el bautismo es una señal de incorporación, una marca de que alguien pertenece al pueblo visible del pacto. No es un acto que sea usado por Dios para otorgar salvación o producir el nuevo nacimiento de quien lo recibe (a diferencia de la doctrina de la Iglesia católica romana).

Creemos que esta señal de incorporación, que era la circuncisión en el Antiguo Testamento, es un signo visible de una gracia invisible: el nuevo nacimiento.[1] Pero la gracia invisible del nuevo nacimiento puede ocurrir tanto antes como después de recibir la señal visible. Por ejemplo: Abraham recibió la señal como testimonio de haber nacido de nuevo y creído (Gn. 17:24), pero sus descendientes recibían la señal en la infancia como anhelo y solemne exhortación para que en el futuro llegasen a nacer de nuevo (Dt. 10:16).

El bautismo es una marca que distingue a alguien como parte del pueblo que invoca el nombre de Dios

 

Lo mismo ocurre con el bautismo en el Nuevo Testamento. Muchos adultos que llegan a la fe en Cristo, sin provenir de familias cristianas, son bautizados como señal de que nacieron de nuevo, mientras que los hijos pequeños de estos creyentes son bautizados como señal del anhelo de que prontamente reciban la gracia de nacer de nuevo. El bautismo es una marca que distingue a alguien como parte del pueblo que invoca el nombre de Dios: una comunidad compuesta por familias que confiesan al Señor, que mantienen el culto a Dios, y que buscan regir su vida según la Escritura.

Grandes teólogos de la Reforma, como Juan Calvino, han llamado a esta comunidad la iglesia visible. Es la que podemos distinguir en el tiempo y el espacio, formada por individuos y familias que se reúnen para adorar a Dios, que mantiene cultos públicos, que se organiza para evangelizar y servir en el mundo, que puede poseer edificios, etc. Es la iglesia que el ojo humano puede ver. Actualmente está compuesta por elegidos y no elegidos.[2] Solo Dios sabe sin lugar a dudas quiénes son los verdaderos elegidos y quiénes no han nacido de nuevo. Por eso los reformadores hablaron también de una iglesia invisible, compuesta solo por los escogidos y que solo Dios puede distinguir.[3]

Pues bien, el bautismo es la señal de que alguien es incorporado visiblemente a la iglesia. Esta pertenencia solo llega a ser plena en quienes nacen de nuevo y se convierten a Cristo. Una vez más, el bautismo no es un acto que salve a las personas.

Esto nos recuerda que no necesitamos estar de acuerdo sobre el bautismo de infantes para ser hermanos en Cristo y servir juntos a Dios, pues creemos el mismo evangelio, como he visto a lo largo de los años. Por ejemplo, después de aquella conversación en el patio de la facultad, mi amigo no ha dejado de ser alguien a quien admiro y de quien aprendo. Él sigue convencido de que bautizar a infantes no es bíblico, mientras yo creo que sí. Pero nuestra hermandad en Cristo no ha sido dañada por este desacuerdo.

Hemos trabajado juntos y nuestro anhelo es seguir haciéndolo, pues tenemos una visión altísima de la verdad de la Escritura, de la gracia del evangelio, y del señorío de Cristo. Por eso cada uno, buscando ser fieles a la Escritura a pesar de pertenecer a diferentes denominaciones, hemos aprendido a amarnos, adorar juntos, y colaborar. ¿No es así como avanza el Reino de Dios?

Verdad #3: Los evangélicos que bautizamos niños proclamamos el evangelio bíblico.


[1] El corte del prepucio en la circuncisión simboliza cortar y echar fuera la antigua naturaleza enemiga de Dios. Del mismo modo, el derramamiento del agua en el Nuevo Testamento simboliza el derramamiento del Espíritu sobre la persona en su nuevo nacimiento.
[2] Vale señalar que en la iglesia visible hay muchos elegidos que aún no han experimentado aún el nuevo nacimiento y la conversión, pero que en algún punto de sus vidas lo harán por la gracia de Dios.
[3] Es necesario tener en cuenta que la iglesia visible y la iglesia invisible no son dos entidades separadas, sino dos aspectos de la iglesia del Señor como la conocemos.

Jonathan Muñoz Vásquez es esposo de Priscilla y padre de Agustín y Sofía. Pastor de la Iglesia Presbiteriana de Chile, Coordinador del Centro de Extensión del Seminario Teológico Presbiteriano, y Pastor titular de iglesia UNO en el barrio Bellas Artes, de la ciudad de Santiago.

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