Vida Cristiana

Cómo lamentarnos cuando la vida duele

Una ruta bíblica desde los salmos de lamento

«¿Hasta cuándo Señor? ¿Me olvidarás para siempre?». «Estoy tan turbado que no puedo hablar». «¿Por qué, oh Señor, te mantienes alejado y te escondes en tiempos de tribulación?». «¡Levántate Señor! ¡Sálvame Dios mío!».

Cada una de estas frases provienen de alguno de los muchos salmos de lamento que encontramos en la Palabra (Sal 13:177:410:13:7). Por lo menos un tercio de los Salmos son de lamento. A través de cada uno vemos la realidad del sufrimiento y la expresión honesta del corazón herido que lucha por abrazar las promesas de Dios en medio del dolor.

El lamento bíblico es la voz que se levanta al Señor en medio del dolor, trayendo delante de Él su sentir honesto, sus peticiones y su deseo de confiar y descansar en Él. Bajo la realidad de este mundo caído y los sufrimientos que experimentamos, es necesario poder lamentarnos conforme a la Palabra de Dios para encontrar plenitud en Cristo aun en el valle de sombra.

El lamento bíblico se levanta al Señor en medio del dolor, trayendo su sentir honesto, sus peticiones y su deseo de confiar y descansar en Él

 

El lamento le da voz, a través de la Palabra, a lo que sentimos en momentos de dolor. Es un camino hacia la adoración y a la esperanza mientras transitamos por el sufrimiento.

Ahora bien, el lamento bíblico no siempre lleva a una solución inmediata, no es una fórmula simplista. Como dice Mark Vroegop : «El lamento es la canción que cantas creyendo que un día Dios responderá y restaurará. El lamento nos invita a orar a través de nuestras dificultades en medio de una vida que está lejos de ser perfecta» (Dark Clouds, Deep Mercy [Nubes oscuras, misericordia profunda], p. 33).

Un camino para el lamento

Cada uno de los salmos de lamento nos hace una invitación a acercarnos a Dios en oración a través de Su Palabra. La mayoría de estos salmos sigue un patrón con elementos claves que podemos imitar en la medida en la que sus palabras se convierten en nuestra voz.

1. Acercándonos a Dios

El lamento bíblico comienza con la invitación de acercarnos a Dios en medio del dolor:

Mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré;
Mi voz se eleva a Dios, y Él me oirá.
En el día de mi angustia busqué al Señor;
En la noche mi mano se extendía sin cansarse;
Mi alma rehusaba ser consolada (Sal 77:1-2).

En medio del dolor podemos tener la tendencia de correr lejos de Dios, pero la invitación que encontramos en las Escrituras es siempre a ir hacia Él, sin importar lo que estemos pensando. Sin importar la condición de nuestro corazón, somos invitados a acercarnos a Él.

Como lo resumen Vroegop: «El lamento dirige nuestras emociones al vocalizar en oración nuestro dolor, nuestras preguntas e incluso nuestras dudas. Orar a través del lamento es una de las demostraciones más profundas y constantes de que creemos en Dios» (p. 31).

2. Expresando el sentir honesto

Una de las cosas que vemos en los salmos de lamento, y que más llaman mi atención, es la manera en la que expresan delante de Dios el sentir honesto del salmista. No hay caretas, no hay pretensiones. En cada uno de estos lamentos vemos cómo el salmista sabe que puede llevar delante de Dios su corazón exactamente en la condición en la que está.

Jesús es el ancla de nuestra alma. Aunque el dolor golpee fuerte, nuestras vidas no estarán a la deriva porque están ancladas en Él

 

En medio del sufrimiento podemos experimentar distintos sentimientos o ideas que nos inundan, los cuales se sienten reales, aunque muchas veces no lo sean. La invitación que nos hacen los salmos de lamento es a acercarnos a Dios, en completa humildad, con el sentir honesto de nuestro corazón. Con nuestras preguntas, dudas y pensamientos. Pretender que no están no nos permite lidiar con ellas de la manera correcta: trayendo todo esto delante del trono de la gracia (He 4:14-16).

3. Pidiendo sin temor

Nos acercamos a Dios, traemos nuestro sentir honesto, pero no nos quedamos ahí. Cada salmo de lamento también nos invita a seguir hacia adelante y una de las formas en las que lo hacemos es pidiéndole a Dios sin temor. Veamos un par de ejemplos:

Vuélvete, SEÑOR, rescata mi alma;
Sálvame por Tu misericordia (Sal 6:4).

Acuérdate, oh SEÑOR, de Tu compasión y de Tus misericordias,
Que son eternas.
No te acuerdes de los pecados de mi juventud ni de mis transgresiones;
Acuérdate de mí conforme a Tu misericordia,
Por Tu bondad, oh SEÑOR (Sal 25:6-7).

El dolor nos hace conscientes de nuestra verdadera necesidad de Dios. Además, llevar nuestras peticiones delante de Él nos mueve a depender y descansar en Él. Podemos pedir sin temor porque en Jesús tenemos Uno que entiende nuestro dolor (He 4:15).

4. Declarando confianza en Dios

El lamento bíblico nos guía a confiar y a esperar en el Señor. Todo el trayecto del lamento bíblico tiene la intención de que nuestro corazón sea movido a confiar en el Señor a pesar del dolor. La decisión de confiar en Dios es nuestro destino final. Ahora, esta decisión no es una que tomamos una vez y para siempre, porque somos prontos para divagar lejos de Dios y necesitamos, en Su poder, ir de vuelta a Él una y otra vez.

En medio del dolor, declaramos nuestra confianza en Dios en fe. Lo hacemos sabiendo que a pesar de todo, Él sigue siendo bueno, sigue siendo sabio, sigue obrando en nuestras vidas y cada una de Sus promesas son seguras en Cristo Jesús (2 Co 1:20). Así que, junto al salmista, podemos decir:

Pero yo en Tu misericordia he confiado;
Mi corazón se regocijará en Tu salvación.
Cantaré al SEÑOR,
Porque me ha llenado de bienes (Sal 13:5-6).

El Ancla del alma

El lamento bíblico es un recorrido que no hacemos solos ni en nuestras propias fuerzas. En Jesús tenemos a Aquel que nos ayuda a confiar y a lamentarnos delante de Él. Nuestro Señor puede lidiar con el sentir honesto del corazón, Él puede con nuestras peticiones y nos mueve a confiar en Él. Parafraseando a John Piper, oremos que en medio del dolor nuestros corazones sigan confiando en Aquel que nos mantiene confiando (Vroegop, p. 85).

Aunque el dolor golpee fuerte, nuestras vidas no estarán a la deriva porque están ancladas en Cristo. Como dice la Palabra: «Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo, a donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho, según el orden de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre» (He 6:19-20). Jesús es el ancla de nuestra alma.


Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana. Patricia es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute. Ama enseñar la Palabra a otras mujeres y está felizmente casada con Jairo desde el 2008 y juntos tienen tres hermosos hijos, Ezequiel, Isaac, y María Ester. Puedes encontrarla en Instagram y YouTube.

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