Vida Cristiana

6 consejos para vivir en humildad para la gloria de Cristo

Se dice que Agustín de Hipona enseñó que «hay tres caminos que llevan a la santidad: el primero es la humildad, el segundo es la humildad y el tercero es la humildad». Esta frase nos recuerda que la humildad es importante y fundamental para la vida cristiana.

La Biblia enseña en numerosas ocasiones que Dios se opone a los orgullosos, pero es amigo de los humildes: «Revístanse de humildad en su trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes» (1 P 5:5). Por lo tanto, el deber de todo cristiano es vivir humildemente para la gloria de Cristo.

Sin embargo, debemos admitir que todos los creyentes luchamos con el orgullo. En ocasiones pensamos que estamos exentos de la lucha, pero no hay nadie que se escape. Entonces, la pregunta no es si somos orgullosos, sino ¿estamos luchando activa e intencionalmente contra el orgullo y creciendo en humildad o hemos abandonado la lucha?

Con el deseo de animarte a poner manos a la obra en esta lucha diaria, comparto estos seis consejos prácticos para avanzar en la virtud de la humildad y mortificar el pecado del orgullo.

1. Adora mucho

La humildad bíblica tiene su origen y fundamento en una relación íntima y vibrante con Dios. Nuestros corazones no pueden dar el primer paso hacia la humildad sin antes reconocer nuestra profunda necesidad de Dios. Somos criaturas que provienen del polvo, dependemos de Dios para existir y subsistir en los aspectos más básicos de nuestra naturaleza. ¡Cuánto más dependemos de Dios para vivir y practicar las virtudes de la humildad, el amor y la santidad! Debemos exclamar en adoración junto al salmista: «No a nosotros, SEÑOR, no a nosotros, / Sino a Tu nombre da gloria» (Sal 115:1).

La humildad bíblica tiene su origen y fundamento en una relación íntima y vibrante con Dios

 

Por eso, sigue este consejo: Adora a Dios cada día, de tal modo que sientas que tú mismo desapareces; que tu vida ya no se trata de ti, sino de Dios y que tus propósitos ya no importan, sino los de DiosMientras Cristo sea más exaltado en tu corazón, afectos y enfoque, más humildad brotará en tu corazón. Un corazón postrado en adoración ante Cristo es un corazón que camina en humildad ante Dios.

2. Ora mucho

No permitas que tu vida comience a escasear de oración. Hazte estas preguntas: ¿estoy tomando decisiones de manera impaciente y sin consultar a Dios? ¿Estoy haciendo mi trabajo sin depender de la fortaleza de Dios? ¿Estoy levantándome en las mañanas sin suplicar la ayuda de Dios? ¿Estoy yéndome a dormir sin agradecer a Dios? Una vida cristiana vacía de oración refleja la victoria del orgullo en el corazón, que empieza a comportarse como si fuera autónomo e independiente de Dios.

Para evitar que el orgullo se apodere de tu vida, sigue este consejo: Ora sin cesar, practica el ayuno, invierte tiempo para meditar en las Escrituras y acúerdate de interceder continuamente por tus hermanos en la fe. No ores solo por tus intereses, sino ten siempre presente los intereses de Dios y de las personas a tu alrededor.

3. Agradece mucho

Un corazón humilde es un corazón agradecido. La rivalidad, la envidia, los celos y la competencia nunca tienen tiempo para agradecer, pero el corazón humilde frecuentemente está gozoso.

Un corazón postrado en adoración ante Cristo es un corazón que camina en humildad ante Dios

 

La humildad solo puede florecer en corazones satisfechos en Cristo, llenos de contentamiento y sumergidos en la gratitud. Cuando Juan el Bautista estaba perdiendo popularidad por el crecimiento de Jesús, no se entristeció ni criticó a Cristo, sino que dijo: «Este gozo mío se ha completado» (Jn 3:29). Su corazón humilde estaba agradecido y lleno de gozo.

Así que, sigue este consejo: Se intencional y esfuérzate cada día por quitar tu mirada de tus planes, tus necesidades y tus desafíos. Contempla las bendiciones que Dios te ha dado en Cristo y a través de otras personas. Recuerda el evangelio: eres perdonado, redimido, adoptado como hijo de Dios, fortalecido por el poder del Espíritu, amado por el Padre celestial, comprado por la sangre de Cristo y cuidado diariamente por el Dios Trino. Aún si estás atravesando dificultades, debes admitirlo, ¡tu vida es maravillosamente bendecida!

Para cultivar un corazón agradecido, no compitas ni te compares con los demás, sino celebra el éxito que obtienen. Acostúmbrate a agradecer a otros y a celebrar a los demás. Pregunta más y opina menos. Decide no afligirte constantemente por los errores que ves en otros, sintiendo la necesidad continua de corregirlos. Más bien, gózate en las bondades que aún no has notado en ellos. Pide a Dios que abra tus ojos para ver las cosas buenas de la vida y de los demás, y que cierre tus ojos a los defectos en otros.

4. Reconsidera mucho

No llegarás a ningún lado en la carrera por la humildad si no vives luchando continuamente contra tus pensamientos. Nuestra tendencia humana es hacia la comparación, la rivalidad, el juicio, el descontento y la crítica. Luchar contra estos impulsos que te llevan a compararte con otros, envidiar o criticar es vital en el camino de la humildad. Cuando sientas esos deseos, detente y considera. Piensa que probablemente estés equivocado. Probablemente no entiendes todo a la perfección. Probablemente estás malinterpretando el asunto.

Una vida cristiana vacía de oración refleja la victoria del orgullo en el corazón, que empieza a comportarse como si fuera autónomo de Dios

 

Más bien, sigue este consejo: «Todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten» (Fil 4:8). No asumas que alguien tiene malas intenciones, sino otorga el beneficio de la duda. Cuídate de juzgar el corazón de tus hermanos, ni emitas una sentencia apresurada. No pienses con rapidez que alguien posee una disposición contraria a ti.

Reconsidera tus pensamientos una y otra vez. La mente humana funciona muchas veces como una corte judicial: «Justo parece el primero que defiende su causa / Hasta que otro viene y lo examina» (Pr 18:17). Deja que tus prejuicios sean desafiados por ideas que asumen lo mejor del otro. No dejes que esos primeros pensamientos de juicio, crítica o envidia queden sin ser desafiados. Reconsidera y piensa lo mejor. Esto te ayudará a crecer en tu amor al prójimo: «El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13:6-7).

5. Sirve mucho

No disciplines solo tu mente, sino también tu cuerpo —usando tus manos y pies para la gloria de Dios— en beneficio de los demás:

No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás (Fil 2:3-4).

Reconsiderar tus pensamientos y escoger las mejores palabras significa poco si no realizas actos prácticos de servicio. Haz que tu cuerpo transmita un mensaje de humildad y ayuda a otros a limpiar, a llevar cargas pesadas, a cocinar, a reparar algo que necesitan o a planificar un evento. En fin, ayúdales con actos de servicio desinteresados.

El orgullo suele actuar con rivalidad, contraataque o censura, mientras que la humildad responde en servicio. Ten presente que nuestro humilde Señor Jesús «no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos» (Mt 20:28).

6. Ama mucho

El último consejo a considerar es este: la lucha contra el orgullo se forja en la persistencia amorosa y diaria de mostrar paciencia, longanimidad y perseverancia en hacer el bien, creer lo mejor del otro, buscar lo mejor para el otro y bendecir con lo mejor al otro, aunque sintamos que no estamos ganando nada a cambio. Como dijo el apóstol Pablo: «Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aún yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos» (2 Co 12:15, RV60).

La humildad solo puede florecer en corazones satisfechos en Cristo, llenos de contentamiento y sumergidos en la gratitud

 

Las madres persisten pacientemente en amar y servir a sus hijos, aunque a menudo reciben a cambio solo llantos. Los buenos esposos continúan orando por sus esposas, protegiéndolas, animándolas y proveyéndoles, aunque en algunos días o temporadas solo reciban críticas y quejas. Las buenas esposas persisten en servir a sus maridos y administrar su hogar, aunque muchas veces no sean apreciadas o reconocidas.

¿Cómo podríamos los cristianos no ser perseverantes en mostrar paciencia, apoyo, perdón, servicio, compasión, amabilidad, intercesión y comprensión, si hemos sido llamados a vivir vidas de amor? ¿O no recordamos lo que nos dijo nuestro Señor? «Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros» (Jn 13:34).

Aunque en el presente estés pasando por momentos de descontento, frustración o falta de aprecio, ama mucho. Y luego de amar mucho, ama más. Si queremos vivir vidas humildes para la gloria de Dios, el amor es el camino que Jesús nos dejó.


Luis David Marín es pastor de la Iglesia Bautista Highview en Español y escritor del libro Únete a la Iglesia. Está felizmente casado con Emma y juntos tienen tres hijos. Sirvió por años en plantación de iglesias y en ministerios universitarios. Obtuvo su Maestría en Divinidad en Southern Baptist Theological Seminary, donde también recibió certificados graduados en Espiritualidad Bíblica y en Teología Sistemática. Es licenciado en Estudios Bíblicos del Seminario Bíblico Río Grande y estudió Filosofía en La Universidad del Zulia.

Acerca del Autor

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