Memorias

Jesucristo, el Hijo del Hombre

DEFINICIÓN

La designación «Hijo del Hombre» para Jesús significa tanto que es humano como nosotros, un hijo de Adán, y que es el Mesías prometido, a quien el Altísimo dio autoridad y gobierna sobre Su reino por medio de Su debilidad, mostrada de manera clara por medio de la cruz.

SUMARIO

La expresión «Hijo del Hombre» se da con frecuencia en el Antiguo Testamento, como un sinónimo de «hombre». El libro de Daniel también lo utiliza para referirse al gobernante divino que vendrá y al que Dios le dará autoridad y un reino. Ambos usos conforman el trasfondo de la autodesignación de Jesús mismo como el Hijo del Hombre. Entendemos la forma en que este Hijo del Hombre gobernará en Su reino, entonces, por la forma en que Jesús mismo asume la autoridad que le fue dada por Dios para gobernar, es decir, en Su sufrimiento, muerte y resurrección para nuestro beneficio. Sabemos, por lo tanto, que este Hijo del Hombre gobierna Su reino por medio de Su debilidad, a pesar de que un día vendrá de nuevo con poder para destruir de manera definitiva a todos sus enemigos y tomar Su lugar legítimo como el Rey visible de la creación.

El título: “Hijo del Hombre”

Hijo del Hombre, un ser humano

La expresión «Hijo del Hombre» aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento como un sinónimo de «hombre»; un hijo de hombre es por naturaleza un hombre en sí mismo. Es una expresión que en el idioma semítico significa «ser humano». Prácticamente, las 107 veces en las que se usa esa expresión lo confirman. Números ilustra esto con claridad: «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta» (23:19). Así también Job, al reflexionar sobre su estatus comparativamente bajo ante Dios y frustrado por reivindicar su inocencia en medio del sufrimiento, se queja de que un hombre no se atrevería a discutir su caso con Dios «como un hombre con su vecino» (Job 16:21). David usa también este término en su famosa reflexión sobre la creación: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que Tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo cuides?» (Sal 8:3-4). Noventa y tres veces de todas las que aparece este término en el Antiguo Testamento se encuentran en Ezequiel, donde el profeta mismo es el punto de referencia. El «hijo del hombre» es un ser humano.

Conexiones mesiánicas

Al menos dos veces en el Antiguo Testamento, el término «hijo de hombre» se usa con significado Mesiánico. El más conocido es Daniel 7:13-14:

Seguí mirando en las visiones nocturnas,
Y en las nubes del cielo
Venía uno como un Hijo de Hombre,
Que se dirigió al Anciano de Días
Y fue presentado ante Él.
Y le fue dado dominio,
Gloria y reino,
Para que todos los pueblos, naciones y lenguas
Le sirvieran.
Su dominio es un dominio eterno
Que nunca pasará,
Y Su reino uno
Que no será destruido.

En este contexto, la expresión «como un Hijo de Hombre» conquista el sistema mundial malvado (7:9-12), obtiene la autoridad para gobernar el reino de Dios (7:13-14) y ejerce esa autoridad universalmente, compartiendo Su gobierno con el pueblo de Dios (7:15-28). Lo que llama la atención aquí es que el reino de Dios se entrega a «uno como un Hijo de Hombre», ¡el reino de Dios en manos de un Hombre!

El Salmo 8:4 también tiene conexiones mesiánicas, aunque de forma más sutil. En este breve salmo, David reflexiona sobre la dignidad real otorgada al hombre en la creación: 

¿Qué es el hombre [hb. enosh] para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre [hb. adam] para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de Tus manos; Todo lo has puesto bajo sus pies.

David se maravilla de que el hombre, aunque sea comparativamente insignificante, haya sido creado a imagen de Dios, «un poco menor que los ángeles», y esté destinado a señorear sobre la creación como vicerregente de Dios (cp. Gn 1:26-28). Hebreos 2 retoma este salmo (2:5-8) con la observación añadida de que el hombre «todavía no» ha obtenido este dominio (2:8, probablemente reflexionando sobre la caída en Génesis 3). No obstante, el escritor confía en que la causa noble no está perdida: «Pero vemos a Aquel que fue hecho un poco inferior a los ángeles, es decir, a Jesús, coronado de gloria y honor a causa del padecimiento de la muerte» (2:9). El anuncio sorprendente del evangelio es que el Hijo de Dios, quien comparte la gloria resplandeciente de la deidad por encima de todos los ángeles (Heb 1), se ha convertido en uno de nosotros. También Él «fue hecho un poco inferior a los ángeles». Nuestra alta dignidad («hecho un poco inferior a los ángeles», 2:7) es aquella a la que el Hijo de Dios se rebajó en condescendencia (1:9), para mediante la muerte, hacer propiciación por nosotros y ganar lo que por el pecado habíamos perdido (1:10-18). El Hijo de Dios se ha convertido en Hijo del Hombre para —como hombre— redimir y devolver al hombre a su estatus y gloria diseñados originalmente. Por supuesto, esto está relacionado con la esperanza mesiánica más amplia del Antiguo Testamento y de toda la historia bíblica.

Combinando ambos pasajes y sus respectivas implicaciones, observamos que la esperanza mesiánica del Antiguo Testamento anticipa no solo un rey sobre Israel, sino uno cuyo reinado como Hijo del Hombre que se extiende a todo el mundo.

El Hijo del Hombre como trascendente

La profecía de Daniel 7 abarca una larga mirada a la historia futura desde la época de Daniel hasta la consumación, cuando los enemigos de Dios sean llevados al juicio final y el pueblo de Dios participe en su gobierno. En lo que parece ser el clímax de la historia (7:9-12), este «como un Hijo de Hombre» se acerca al Anciano de Días «en las nubes del cielo» para recibir la autoridad universal y el dominio eterno. Es «como un Hijo de Hombre», pero no viene de la tierra al cielo, sino de la oscuridad a la manifestación, acercándose al trono de Dios como alguien que tiene ese derecho. Cabalga sobre las nubes, una función asociada en otros textos a Dios (Sal 104:3). Además, se le adora, se le rinde homenaje universal (7:14). Todo esto sirve para indicar que este «como un Hijo de Hombre» (es decir, humano) es el Mesías trascendente.

Obsérvese también que, aunque la expresión aramea «Altísimo» se utiliza para referirse al propio Dios a lo largo de Daniel (3:26, 32; 4:14, 21, 22, 29, 31; 5:18, 21; 7:25), en Daniel 7:182225 y 27 se utiliza una expresión (hebrea) diferente al hablar de «los santos del Altísimo». Hamilton argumenta de manera eficaz que en estos casos la expresión «el Altísimo» tiene referencias al Hijo del Hombre y, por tanto, afirma Su deidad trascendente (véase «Con las nubes del cielo»,151-153; en inglés).

También podemos observar aquí que, en el contexto, esto establece un contraste sorprendente: los diversos reinos mundiales, aunque gobernados por hombres, son descritos como bestias horribles; el reino de Dios residirá en manos de un Hombre, quien es Dios mismo. Él y solo Él se ha ganado el derecho a gobernar de manera universal y eterna.

La identidad del Hijo del Hombre

Cualquier lector de la Biblia reconocerá de manera instintiva que todo esto ocupa su lugar en el conjunto más amplio de la expectativa mesiánica que encuentra su cumplimiento en Jesús el Mesías, el Rey divino-humano cualificado de manera excepcional. De hecho, el mismo Jesús nos lo confirma, asociándose de manera explícita con el «Hijo del Hombre» de Daniel (Mt 26:63-64). Esta es de hecho Su autodesignación favorita, la cual repite unas ochenta veces en los Evangelios, y se convierte en Sus labios en un título mesiánico. Jesús es el Hijo de Dios. También es el Hijo del Hombre.

Implicaciones

Los estudiosos del Nuevo Testamento han observado tres asociaciones amplias  con el uso de esta autodenominación por parte de Jesús.

1) Su autoridad incluso en Su ministerio terrenal

La autoridad del Hijo del Hombre es claramente el centro de atención en Daniel 7:13-14, la entronización del Hijo del Hombre y Su reinado universal e indiscutible. Jesús también reclama esta autoridad para Sí mismo. En Mateo, por ejemplo, Jesús afirma que «el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo» (12:8). En este punto no explica cómo ejercería Su señorío sobre el día de reposo, pero la afirmación era clara y debió sorprender a los que la escucharon.

Así también en Mateo 9:1-8, cuando un paralítico es llevado a Jesús para que lo sane, Jesús primero pronuncia que sus pecados son perdonados (9:2). Los escribas que lo oyeron se indignaron ante tal atrevimiento (9:3) y, como respuesta, Jesús explica que ese era precisamente el punto: «para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, entonces dijo al paralítico: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”» (9:6). El propio Mateo reafirma que este es el objetivo de Jesús (9:8).

Jesús posee autoridad divina, autoridad sobre el día de reposo, autoridad para sanar e incluso autoridad para perdonar los pecados, por lo tanto, es el Hijo del Hombre.

2) Su humillación, rechazo, sufrimiento, muerte y resurrección

Irónicamente, Jesús también usó el título «Hijo del Hombre» en relación con su rechazo, sufrimiento, muerte y resurrección:

Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza (Mt 8:20).

Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar (Mr 8:31Mt 16:21).

Porque enseñaba a Sus discípulos, y les decía: «El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará» (Mr 9:31).

Hagan que estas palabras penetren en sus oídos, porque el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres (Lc 9:44).

En el contexto, estas predicciones de Su pasión se producen luego de la confesión de los discípulos de Jesús como Mesías. No es de extrañar que los discípulos encontraran desconcertante esta asociación de «Hijo del Hombre» y Mesías con las nociones de rechazo, sufrimiento y derrota. ¿Un sufridor real y reinante?

Este es un tema familiar e importante en las Escrituras, que fue por medio de Su sufrimiento, muerte y resurrección que el Señor Jesús logró Su realeza mediadora. Debido a Su exitosa obra de salvación, le fue «dada» la autoridad universal (Mt 28:18), y Dios «lo ha hecho Señor y Cristo» (Hch 2:36) y «le confirió el nombre que es sobre todo nombre» (Fil 2:9; cp. Is 53:10-12Ef 1:20-21). Por cargar exitosamente con la maldición del pecado, Dios «le dio autoridad sobre todo ser humano, para que Él dé vida eterna» a los que había venido a salvar (Jn 17:2; cp. Mt 11:27). Por eso, los teólogos más antiguos solían referirse a Jesús como «reinando desde la cruz», fue en su aparente debilidad y derrota que rescató a Su pueblo y lo introdujo en el reino de Dios (Col 1:13).

Esta idea está presente en la grandiosa escena de Apocalipsis 5. Dios, en el trono, sostiene el pergamino con los siete sellos, presumiblemente su «última voluntad y testamento» para la creación, Su plan de juicio y salvación. Solo el León de la tribu de Judá, el Cordero sacrificado, es digno de tomar el rollo y abrir los sellos. Es decir, solo Él es digno de llevar a cabo el propósito de Dios en la historia. ¿Por qué?

Porque (gr. hoti) Tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra (5:9-10).

Es por Su muerte y resurrección que Cristo logró Su reinado mediador. De hecho, no en vano fue en Su juicio cuando nuestro Señor invocó este tema:

El sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por el Dios vivo, dinos si eres el Cristo, el Hijo de Dios». Jesús le dijo: «Tú mismo lo has dicho; sin embargo, a ustedes les digo que desde ahora verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del cielo» (Mt 26:63-64; noten que Jesús reúne las profecías de entronización mesiánica tanto del Salmo 110:1 como de Daniel 7:13-14).

Aquí, en Su muerte, Su aparente derrota y Su consiguiente resurrección, nuestro Señor recibe Su reino. Aquí estableció Su derecho a gobernar (para más información, véase El rey crucificado, de Jeremy Treat, en inglés).

¿Un señorío aún por establecerse?

Pero no podemos detenernos aquí. Aunque el Hijo del Hombre ha logrado Su dominio y ha establecido Su reino, sigue siendo bastante evidente que Su reinado es un reinado que aún no se ha consumado plenamente. Su reinado sigue siendo objeto de oposición y cuestionamiento. El mundo no se ha inclinado en sumisión y no le ha atribuido el señorío que ha logrado. Su reino es presente, pero seguramente hay más por venir.

De hecho, el Nuevo Testamento presenta la realeza de Jesús como algo que se está realizando por etapas, el «ya pero todavía no». Nació como Rey, el prometido Hijo de David (p. ej., Mt 2:2). Ejerció Su realeza en Su ministerio terrenal (Mt 12:28). Su realeza quedó establecida en Su muerte salvadora, como hemos visto (cp. Jn 12:31-32), y en Su resurrección triunfal (Mt 28:18) y ascensión al trono celestial (Hch 2:36Ef 1:20-21). Sin embargo, a pesar de todo esto, Su reino está siendo muy cuestionado, todavía tiene oposición violenta (cp. Sal 2:1-3). Sencillamente, Su reino, aunque es presente y ha sido inaugurado, el Rey todavía tiene que ejercer los plenos derechos de Su gobierno sobre Sus enemigos.

3) Su regreso en gloria escatológica

En particular, cuando Jesús se refirió a Sí mismo como el Hijo del Hombre, lo hizo con connotaciones de Su gloria escatológica, Su regreso a la tierra para ejercer los plenos derechos de Su realeza y llevar el reino de Dios a la consumación.

En verdad les digo que ustedes que me han seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de Su gloria, ustedes se sentarán también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19:28).

Pero inmediatamente después de la tribulación de esos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre; y todas las tribus de la tierra harán duelo, y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Y Él enviará a sus ángeles con una gran trompeta y reunirán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo de los cielos hasta el otro (Mt 24:29-31).

Pero cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces Él se sentará en el trono de Su gloria (Mt 25:31).

La profecía de Daniel prevé la coronación del Rey (7:13-14), el establecimiento de Su gobierno, pero la profecía contempla el reino en su forma culminante con el Hijo del Hombre gobernando con Sus santos universalmente, con todos los enemigos sometidos (7:9-27). En los versículos citados antes, el Señor Jesús reclama para Sí ese gobierno. Con una evidente referencia a Daniel 7, el apóstol Juan nos lleva a anticipar lo mismo: «Él viene con las nubes, y todo ojo lo verá» (Ap 1:7). Todo esto culmina, por supuesto, en el regreso de Cristo representado en Apocalipsis 19, Jesús como el Conquistador que desciende sobre un caballo blanco en guerra contra todos Sus enemigos. Aquí, por fin, «el reino del mundo ha venido a ser el reino de nuestro Señor y de Su Cristo. Él reinará por los siglos de los siglos» (Ap 11:15). El reino de Dios llegará a su plenitud por la obra salvadora del Hijo del Hombre.

Reflexión final

El hombre creado a imagen de Dios está destinado a gobernar la creación de Dios como su vicerregente. Esta posición exaltada fue perdida por el pecado, pero en Jesús, el Hombre Verdadero, la humanidad es redimida y restaurada. Él es el Hijo del Hombre, el Mesías trascendente, que por Su obra salvadora se ha ganado una majestad universal que se está ejerciendo ahora al rescatar a Su pueblo, uno por uno, del reino de las tinieblas y llevarnos con seguridad al reino de la luz. Este gobierno salvador alcanzará su punto culminante cuando regrese, momento en el que «se doble toda rodilla» ante Él y se le reconocerá como Señor (Fil 2:9-10). La letra del himno de Thomas Kelly «Mirad santos, la vista es gloriosa» (Look, Ye Saints, the Sight is Glorious) es apropiada:

Mirad, santos, la vista es gloriosa;
Ved ahora al Hombre de dolores;
De la lucha regresó victorioso,
Toda rodilla se doblará ante Él;

¡Coronadle! ¡Coronadle!
¡Coronadle! ¡Coronadle!

Las coronas se convierten en la frente del vencedor.
Los pecadores, burlándose, lo coronaron,
Burlándose así del reclamo del Salvador;
Los santos y los ángeles se agolpan en torno a Él,
Poseen Su título, alaban Su nombre:
¡Coronadle! ¡Coronadle!
¡Coronadle! ¡Coronadle!

Difundid la fama del vencedor.
¡Escuchad! ¡Esos estallidos de aclamación!
Escuchen esos acordes triunfantes.
Jesús ocupa el puesto más alto;

¡Oh, qué alegría proporciona la vista!
¡Coronadle! ¡Coronadle!
¡Coronadle! ¡Coronadle!
¡Rey de reyes y Señor de señores!


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jenny Midence-García.


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