Resistirnos a la muerte asistida es un imperativo del evangelio

Una de las notas de suicidio más desgarradoras que he leído fue escrita por Gillian Bennett. Una mujer brillante y elocuente, psicoterapeuta de formación, a quien le diagnosticaron demencia, así que empezó a experimentar las limitaciones, la debilidad y la fragilidad que ello conlleva.

Decidió poner fin a su propia vida para evitar sufrir un deterioro mayor. Escribió sobre su decisión en un sitio web dedicado a esto. La historia de su muerte y las razones por las que la eligió fueron ampliamente comentadas en los medios de comunicación. Sus palabras nos ayudan a comprender la perspectiva de un paciente que busca la muerte asistida:

Me quitaré la vida hoy alrededor del mediodía. Ya es hora. La demencia está pasando factura y casi me he perdido. Casi me he perdido a mí…

Entiende que no estoy renunciando a nada de lo que quiero al suicidarme. Lo único que pierdo es un número indefinido de años de ser un vegetal en un hospital, comiéndome el dinero del país, pero sin tener la menor idea de quién soy.

Cada uno de nosotros nace de forma única y muere de forma única. Pienso en la muerte como una última aventura con un final previsiblemente abrupto. Sé cuándo ha llegado el momento de partir y no me da miedo.

Según el sitio web, Gillian Bennett murió a las 11 de la mañana del 18 de agosto de 2014, en presencia de su esposo. La noticia de su muerte, y la conmovedora declaración de sus razones para poner fin a su vida, contribuyeron al creciente apoyo público a la muerte asistida. Un año después de su muerte, el Tribunal Supremo de Canadá derogó el código penal que prohibía la muerte asistida. En 2022, el 4,1% de todas las muertes en Canadá fueron asistidas por médicos.

¿Cómo respondemos a personas que, como Gillian, no encuentran motivos para seguir adelante, quienes desean que la vida se acabe y quieren controlar la forma y el momento de su muerte? Ante este «por qué sí», que parece tan intuitivo y plausible en nuestro entorno social actual, ¿existe un «por qué no» razonable?

Suicidios de personas ricas, blancas y no religiosas

Una conclusión constante de los estudios sobre pacientes que solicitan la eutanasia es que suelen pertenecer a un grupo específico de la sociedad: personas ricas, blancas y no religiosas.

Esta observación se cita a veces en apoyo de la muerte asistida porque se entiende que estos pacientes no pertenecen a las llamadas poblaciones vulnerables o marginadas. No se aprovechan de ellos ni les obligan a obtener la muerte asistida. No son vulnerables a la coacción. Nadie les obliga a elegir este camino.

Pero ¿estamos dejando de comprender la verdadera naturaleza de la vulnerabilidad? ¿Podría ser que la vulnerabilidad a la muerte asistida surgiera del interior y no de fuerzas sociales externas? ¿Y si las personas carecen de los recursos que ofrecen las creencias espirituales y la comunidad para dar sentido al sufrimiento y trascenderlo? ¿Y si la vulnerabilidad no es social, sino psicológica y espiritual?

El hecho de que un grupo específico de personas esté predispuesto a buscar la muerte asistida plantea la clara posibilidad de que las preocupaciones existenciales, filosóficas y espirituales —problemas de sentido y significado ante el sufrimiento y la pérdida— sean factores clave que ayuden a explicar por qué las personas buscan la muerte de manos de un médico.

“Decide tu propio valor”

Los defensores de la muerte asistida afirman que se preocupan mucho por el valor humano. Insisten en que la muerte asistida es una cuestión de respeto por el valor intrínseco y la autonomía. El valor intrínseco surge del ser mismo. Al considerar a la persona como la fuente de su propio valor, parece que se le concede un profundo significado e importancia. Al fin y al cabo, ¿no es esto «valor desde dentro»?

Por el contrario, la muerte asistida no afirma el valor intrínseco de la humanidad porque se basa en un sentido del valor condicionado a la valoración de uno mismo. De hecho, requiere considerar a los seres humanos como poseedores de un valor extrínseco, que procede de la opinión de quien valora. Cuando nos tratamos a nosotros mismos como el fundamento de nuestro propio valor, nos obligamos a llevar sobre nosotros un peso insoportable. Si estamos en una situación en la que no podemos o no queremos valorarnos a nosotros mismos, entonces perdemos nuestro valor. Si no somos útiles según nosotros mismos, entonces realmente somos inútiles. Si siento que mi existencia es mala para mí, entonces realmente es malo existir.

El evangelio nos ofrece un significado profundo y duradero, lo bastante poderoso como para sostenernos en la vida, así como a través del sufrimiento y la muerte

 

En cambio, si tuviera valor intrínseco, estaría obligado como un «valorador» a valorarme. Pero si no tengo ese valor intrínseco, no tengo ninguna obligación de valorarme y soy libre de hacer conmigo lo que quiera, por muy autodestructivas que sean mis decisiones.

Valor verdadero

Somos demasiado débiles, demasiado frágiles, demasiado vulnerables a las circunstancias para que nuestra autoestima sea un cimiento firme de nuestro valor e importancia. Es una carga que no tenemos por qué soportar, porque Dios nos dice una y otra vez lo valiosos que somos (Sal 139; Is 43:4Mt 6:2610:29-31Jn 3:16). Sin embargo, la tragedia de la condición humana es que somos propensos a olvidar lo mucho que importamos.

Una forma importante de recordar nuestro valor intrínseco es a través de la comunidad. Cuando los demás nos tratan como si fuéramos profundamente valiosos (p. ej., los amables deseos de amigos y familiares en nuestro cumpleaños), sentimos que nosotros mismos somos valiosos. Si nos ignoran, descuidan u olvidan, dudamos rápidamente de nuestro valor. A menos que gocemos de respeto y de un trato digno por parte de los demás, nos inclinamos a sentirnos inútiles.

Esta es la esencia de la comunidad de amor, que se ve tan claramente en la iglesia local. Es una red de valores en acción.

Solución a la desesperanza

La muerte asistida se presenta como una solución al problema del sufrimiento; en el fondo, es una solución a la desesperanza. Y la solución consiste en acabar con la persona que está sumida en la desesperanza.

Conocemos un camino mejor.

El evangelio nos ofrece un significado profundo y duradero, lo bastante poderoso como para sostenernos en la vida, así como a través del sufrimiento y la muerte. Nuestra historia se convierte en parte de la gran historia de Dios, la historia detrás de todas las historias. Es la historia en la que se demuestra que nuestro sufrimiento es para bien, que tiene sentido, que importa, que vale la pena.

La iglesia puede evitar la muerte asistida en nuestras congregaciones discipulando a los cristianos para que sufran bien

 

Es una historia de felicidad eterna, una historia demasiado buena para ser verdad, una historia de fe, esperanza y amor que culmina en la vida eterna y en la comunión eterna con Aquel que nos hizo para Él. En el reino, descubrimos que Dios mismo es nuestro mayor bien. En el reino, descubrimos un significado para nuestro sufrimiento que hace que todo valga la pena. En el reino, nuestro sufrimiento no es inútil. En el reino, no hay desesperanza.

Entonces, ¿cómo debemos responder? La iglesia puede evitar la muerte asistida en nuestras congregaciones discipulando a los cristianos para que sufran bien. Debemos equipar a los creyentes con los recursos teológicos, filosóficos y espirituales para afrontar el sufrimiento, para soportar la dureza. Nuestra enseñanza debe anticipar el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.

Quienes tenemos el privilegio de vivir en sociedades democráticas debemos pedir a nuestros representantes electos que se opongan a esta práctica y defiendan la libertad de conciencia de los profesionales de la salud que se nieguen a participar en ella.

Las leyes de una nación son un maestro. Legalizar la muerte asistida enseña a nuestra sociedad a dudar del valor humano y a considerarlo meramente extrínseco y condicional. Prohibir esta práctica nos recuerda la verdadera profundidad del valor humano. Proteger la libertad de conciencia permite a los profesionales de los centros de salud ofrecer seguridad a quienes viven con discapacidades o enfermedades crónicas y se consideran vulnerables a la sugestión de la muerte.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson

Ewan C. Goligher (MD, PhD) es médico y científico de la Universidad de Toronto. En el marco de su práctica de la medicina de cuidados intensivos, atiende a menudo a pacientes al final de su vida. Es autor de How Should We Then Die? A Christian Response to Physician-Assisted Death [¿Entonces cómo debemos morir? Una respuesta cristiana a la muerte asistida]. Es anciano gobernante en Christ Church Toronto.

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