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Lectura de Hoy

14-12-2023

Devocional

Devocional: Zacarías 1

Como su contemporáneo Hageo, Zacarías es un profeta posexílico. Si, bajo la mano de Dios, Hageo es ampliamente responsable de alentar al pueblo a seguir adelante y edificar el segundo templo, la contribución de Zacarías, aunque en cierto modo más relevante, es más difícil de marginar. Aquí encontramos mordaces visiones apocalípticas, enigmáticas, pasajes decididamente difíciles y una perspectiva elevada. Por complicados que puedan ser, los capítulos 9—14 constituyen la sección más citada del Antiguo Testamento en las narrativas de la pasión de los Evangelios canónicos, y la segunda fuente más importante (después de Ezequiel) para las numerosas alusiones al Antiguo Testamento del libro de Apocalipsis. Pocos libros proféticos veterotestamentarios han provocado una diversidad más extensa de “teorías de partición”, teorías que asignan los capítulos 9—14, o ciertas partes de estos, a algún escritor distinto al Zacarías histórico.

Este no es, desde luego, el lugar para tratar todos esos debates. Nos ocuparemos de lidiar con las partes del texto tal como aparecen. Por el momento, nos centramos en Zacarías 1:1-17.

Los seis versículos de apertura constituyen una introducción a los capítulos 1—8. La palabra del Señor llega a Zacarías en octubre o noviembre del 520 a.C. La carga de esta introducción consiste en revisar el juicio catastrófico del 587, cuando Jerusalén y el templo cayeron, lo que llevó a que esto sucediera y lo que se derivó de ello. “Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros” (1:3) es la lección que se debe aprender. En un principio, el pueblo no escuchó. Sin embargo, al final, fueron llevados al exilio y empezó a reflexionar con mayor seriedad en todos los mensajes que se les había dado. En el destierro, recobraron el juicio: “El Señor Todopoderoso nos ha tratado tal y como había resuelto hacerlo: conforme a lo que merecen nuestra conducta y nuestras acciones” (1:6). La implicación es obvia: las bendiciones y los juicios del pacto siguen vigentes y el pueblo de Dios debe venir a él con reverencia y temor piadoso, no sea que lleguen a ser tan obcecados como sus antepasados y provoquen la caída del juicio sobre ellos.

Siguen ocho visiones (1:7—6:15), a las que se suele referir de forma colectiva como “el libro de las visiones”. Estas ocho visiones tienen, más o menos, una forma estándar. Tras una expresión introductoria, se nos dice lo que el profeta ve. Le pregunta al ángel lo que esas cosas son o significan, y este le proporciona una explicación. Cuatro de las visiones van acompañadas por un oráculo o profecía (1:14-17; 2:6-13; 4:6-10a; 6:9-15), por lo general al final, pero no de modo invariable. Las ocho visiones son temáticamente quiásticas: la primera y la octava son similares, la segunda y la séptima, etc. Todas ellas desvelan algo sobre el futuro de Jerusalén y Judá. ¿Qué contribución aporta la primera?

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Publicaciones Andamio, 2016. Usado con permiso.

Devocional: 2 Crónicas 16

Empezar bien no garantiza acabar bien. Judas Iscariote comenzó como apóstol; Demas empezó como un ayudante apostólico. Sabemos cómo terminaron. Asa comenzó como un rey reformador, con celo de Dios, y desplegó una formidable fe y valentía cuando los cusitas atacaron (ver meditación de ayer), pero es francamente inquietante ver cómo acabó en 2 Crónicas 16.

La crisis se precipitó cuando Baasa, rey de Israel, atacó a algunos de los pueblos y ciudades de las afueras de Judá. En vez de reflejar la misma fe firme que había mostrado veinticinco años antes, cuando se enfrentó a los cusitas (que eran mucho más formidables), Asa optó por un recurso político que resultó costoso. Despoja de sus riquezas al templo y a su propio palacio, y lo envía a Ben-adad, gobernante de Aram, una potencia regional centrada en Damasco que estaba emergiendo. Asa quiere que Ben-adad ataque a Israel desde el norte, obligando así a Baasa a retirar sus tropas del ataque en el sur para defenderse en el norte. El plan funcionó.

Esto también unió a Judá con Aram de forma peligrosa. Más importante aún, el profeta Hanani identifica el peor elemento de esta estrategia: Asa depende de la política y el dinero, no de Dios el Señor. “También los cusitas y los libios formaban un ejército numeroso, y tenían muchos carros de combate y caballos, y sin embargo el Señor los entregó en tus manos, porque en esa ocasión tú confiaste en él. El Señor recorre con su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles. Pero de ahora en adelante tendrás guerras, pues actuaste como un necio” (16:8-9).

Aun en ese momento, se pudo haber solventado la situación: Dios escucha regularmente a los que se arrepienten de verdad. Pero Asa sencillamente se enojó tanto, se enfureció de tal manera, que metió en la cárcel a Hanani el profeta. Sus tendencias dictatoriales se multiplicaron y Asa comenzó a maltratar al pueblo (16:10). Cuatro años después, contrajo una enfermedad terrible, pero, en vez de pedirle ayuda al Señor (y, sobre todo, perdón), se hundió en la amargura y sólo buscó ayuda de los médicos. Después de dos años enfermo, murió.

¿Y qué de todos esos años de reforma piadosa? No estamos, desde luego, en posición de ofrecer una conclusión final: eso le compete únicamente a Dios. Pero la realidad es que la gente puede apoyar la bondad y la reforma por muchas razones que no son el amor a Dios; en términos fenomenológicos, las personas pueden tener un corazón inclinado hacia Dios durante un amplio período (15:17), pero marchitarse antes de demostrar una perseverancia final. En una persona disciplinada, puede pasar mucho tiempo antes de que se vea la verdad. Pero cuando esto sucede, la prueba, como siempre, es fundamental: ¿soy yo lo primero, o es Dios?

2 Crónicas 16

Guerra entre Asa y Baasa

16 En el año treinta y seis del reinado de Asa, subió Baasa, rey de Israel, contra Judá y fortificó Ramá para prevenir que nadie saliera o entrara en ayuda de Asa, rey de Judá. Entonces Asa sacó plata y oro de los tesoros de la casa del SEÑOR y de la casa del rey, y los envió a Ben Adad, rey de Aram, que habitaba en Damasco, diciéndole: «Haya alianza entre tú y yo, como hubo entre mi padre y tu padre. Mira, te he enviado plata y oro. Ve, rompe tu alianza con Baasa, rey de Israel, para que se aparte de mí». Y Ben Adad escuchó al rey Asa y envió a los capitanes de sus ejércitos contra las ciudades de Israel, y conquistaron Ijón, Dan, Bel Maim y todas las ciudades de almacenaje de Neftalí. Y cuando Baasa se enteró, dejó de fortificar Ramá, y abandonó su obra. Entonces el rey Asa trajo a todo Judá, y se llevaron las piedras de Ramá y la madera con que Baasa la había estado edificando, y con ellas fortificó Geba y Mizpa.

En ese tiempo el vidente Hananí vino a Asa, rey de Judá, y le dijo: «Por cuanto te has apoyado en el rey de Aram y no te has apoyado en el SEÑOR tu Dios, por eso el ejército del rey de Aram ha escapado de tu mano. ¿No eran los etíopes y los libios un ejército numeroso con muchísimos carros y hombres de a caballo? Sin embargo, porque te apoyaste en el SEÑOR, Él los entregó en tu mano. Porque los ojos del SEÑOR recorren toda la tierra para fortalecer a aquellos cuyo corazón es completamente Suyo. Tú has obrado neciamente en esto. Ciertamente, desde ahora habrá guerras contra ti». 10 Entonces Asa se irritó contra el vidente y lo metió en la cárcel, porque estaba enojado contra él por esto. Por ese tiempo, Asa oprimió a algunos del pueblo.

11 Los hechos de Asa, los primeros y los postreros, están escritos en el libro de los reyes de Judá y de Israel. 12 En el año treinta y nueve de su reinado, Asa se enfermó de los pies. Su enfermedad era grave, pero aun en su enfermedad no buscó al SEÑOR, sino a los médicos. 13 Y Asa durmió con sus padres. Murió el año cuarenta y uno de su reinado. 14 Lo sepultaron en el sepulcro que él había excavado para sí en la ciudad de David, y lo pusieron sobre el lecho que él había llenado de especias de varias clases, mezcladas según el arte de los perfumistas. Además le encendieron una hoguera muy grande.

Apocalipsis 5

El Cordero y el libro de los siete sellos

5 En la mano derecha de Aquel que estaba sentado en el trono vi un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Vi también a un ángel poderoso que anunciaba a gran voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos?». Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirar su contenido. Yo lloraba mucho, porque nadie había sido hallado digno de abrir el libro ni de mirar su contenido.

Entonces uno de los ancianos me dijo*: «No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos». Miré, y vi entre el trono (con los cuatro seres vivientes) y los ancianos, a un Cordero, de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra. El vino y tomó el libro de la mano derecha de Aquel que estaba sentado en el trono. Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban* un cántico nuevo, diciendo:

«Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con Tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación.

10 Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra».

11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de millares, 12 que decían a gran voz:

«El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza».

13 Y oí decir a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay:

«Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos».

14 Los cuatro seres vivientes decían: «Amén», y los ancianos se postraron y adoraron.

Zacarías 1

Exhortación al arrepentimiento

1 En el octavo mes del segundo año de Darío, vino la palabra del SEÑOR al profeta Zacarías, hijo de Berequías, hijo de Iddo, diciendo: «El SEÑOR se enojó mucho contra sus padres. Diles, pues: “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: ‘Vuélvanse a Mí’, declara el SEÑOR de los ejércitos, ‘y Yo me volveré a ustedes’, dice el SEÑOR de los ejércitos. ‘No sean como sus padres, a quienes los antiguos profetas proclamaron, diciendo: “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: ‘Vuélvanse ahora de sus malos caminos y de sus malas obras’”. Pero no me escucharon ni me hicieron caso’, declara el SEÑOR. ‘Sus padres, ¿dónde están? Y los profetas, ¿viven para siempre? ¿Acaso no alcanzaron a sus padres Mis palabras y Mis estatutos que Yo ordené a Mis siervos los profetas? Por eso se arrepintieron y dijeron: “Como el SEÑOR de los ejércitos se propuso hacer con nosotros conforme a nuestros caminos y conforme a nuestras obras, así ha hecho con nosotros”’”».

Visiones de los caballos, de los cuernos y de los artesanos

El día veinticuatro del mes undécimo, que es el mes de Sebat, en el segundo año de Darío, vino la palabra del SEÑOR al profeta Zacarías, hijo de Berequías, hijo de Iddo, de esta manera: En una visión nocturna vi un hombre que iba montado en un caballo rojo. El hombre estaba entre los mirtos que había en la quebrada, y detrás de él, caballos rojos, castaños y blancos. Entonces dije: «¿Quiénes son estos, señor mío?». Y el ángel que hablaba conmigo me dijo: «Te mostraré quienes son estos». 10 Y el hombre que estaba entre los mirtos respondió: «Estos son los que el SEÑOR ha enviado a recorrer la tierra». 11 Y ellos respondieron al ángel del SEÑOR que estaba entre los mirtos y dijeron: «Hemos recorrido la tierra, y toda la tierra está en paz y tranquila».

12 Entonces el ángel del SEÑOR respondió: «Oh SEÑOR de los ejércitos, ¿hasta cuándo seguirás sin compadecerte de Jerusalén y de las ciudades de Judá, contra las cuales has estado indignado estos setenta años?». 13 Y el SEÑOR respondió al ángel que hablaba conmigo palabras buenas, palabras consoladoras. 14 Y el ángel que hablaba conmigo me dijo: «Proclama, diciendo: “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: ‘Estoy celoso en gran manera por Jerusalén y por Sión. 15 Pero Yo estoy muy enojado contra las naciones que están confiadas; porque cuando Yo estaba un poco enojado, ellas contribuyeron al mal’. 16 Por tanto, así dice el SEÑOR: ‘Me volveré a Jerusalén con compasión. En ella será reedificada Mi casa’, declara el SEÑOR de los ejércitos, ‘y el cordel será tendido sobre Jerusalén’”.

17 »Proclama de nuevo: “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: ‘Otra vez rebosarán Mis ciudades de bienes, otra vez el SEÑOR consolará a Sión y de nuevo escogerá a Jerusalén’”».

18 Después alcé mis ojos y miré cuatro cuernos. 19 Y dije al ángel que hablaba conmigo: «¿Qué son estos?». «Estos son los cuernos que dispersaron a Judá, a Israel y a Jerusalén», me respondió. 20 Entonces el SEÑOR me mostró cuatro artesanos. 21 Y dije: «¿Qué vienen a hacer estos?». Y él respondió: «Aquellos son los cuernos que dispersaron a Judá, de modo que nadie ha podido levantar la cabeza; pero estos artesanos han venido para aterrorizarlos, para derribar los cuernos de las naciones que alzaron sus cuernos contra la tierra de Judá para dispersarla».

Juan 4

La mujer samaritana

4 Por tanto, cuando el Señor supo que los fariseos habían oído que Él hacía y bautizaba más discípulos que Juan (aunque Jesús mismo no bautizaba, sino Sus discípulos), salió de Judea y se fue otra vez para Galilea. Y Él tenía que pasar por Samaria.

Llegó*, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la parcela de tierra que Jacob dio a su hijo José; y allí estaba el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Una mujer de Samaria vino* a sacar agua, y Jesús le dijo*: «Dame de beber».

Pues Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Entonces la mujer samaritana le dijo*: «¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». (Porque los judíos no tienen tratos con los samaritanos).

10 Jesús le respondió: «Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva».

11 Ella le dijo*: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? 12 ¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo del cual bebió él mismo, y sus hijos, y sus ganados?».

13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, 14 pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna».

15 «Señor», le dijo* la mujer, «dame esa agua, para que no tenga sed ni venga hasta aquí a sacarla». 16 Jesús le dijo*: «Ve, llama a tu marido y ven acá». 17 «No tengo marido», respondió la mujer. Jesús le dijo*: «Bien has dicho: “No tengo marido”, 18 porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».

19 La mujer le dijo*: «Señor, me parece que Tú eres profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar».

21 Jesús le dijo*: «Mujer, cree lo que te digo: la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que lo adoren. 24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorar en espíritu y en verdad».

25 La mujer le dijo*: «Sé que el Mesías viene (el que es llamado Cristo); cuando Él venga nos declarará todo». 26 Jesús le dijo*: «Yo soy, el que habla contigo».

27 En esto llegaron Sus discípulos y se admiraron de que hablara con una mujer, pero ninguno le preguntó: «¿Qué tratas de averiguar?» o: «¿Por qué hablas con ella?». 28 Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo* a los hombres: 29 «Vengan, vean a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será este el Cristo?». 30 Y salieron de la ciudad y fueron adonde Él estaba.

31 Mientras tanto, los discípulos le rogaban: «Rabí, come». 32 Pero Él les dijo: «Yo tengo para comer una comida que ustedes no saben». 33 Entonces los discípulos se decían entre sí: «¿Le habrá traído alguien de comer?».

sup>34 Jesús les dijo*: «Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra. 35 ¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses, y después viene la siega”? Pero Yo les digo: alcen sus ojos y vean los campos que ya están blancos para la siega. 36 Ya el segador recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra se regocije junto con el que siega. 37 Porque en este caso el dicho es verdadero: “Uno es el que siembra y otro el que siega”. 38 Yo los envié a ustedes a segar lo que no han trabajado; otros han trabajado y ustedes han entrado en su labor».

39 Y de aquella ciudad, muchos de los samaritanos creyeron en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio, diciendo: «Él me dijo todo lo que yo he hecho». 40 De modo que cuando los samaritanos vinieron, rogaban a Jesús que se quedara con ellos; y Él se quedó allí dos días. 41 Muchos más creyeron por Su palabra, 42 y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho, porque nosotros mismos le hemos oído, y sabemos que Este es en verdad el Salvador del mundo».

43 Después de los dos días, Jesús salió de allí para Galilea. 44 Porque Jesús mismo dio testimonio de que a un profeta no se le honra en su propia tierra. 45 Así que cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron, pues habían visto todo lo que Él hizo en Jerusalén durante la fiesta; porque ellos también habían ido a la fiesta.

Curación del hijo de un oficial del rey

46 Entonces vino otra vez Jesús a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había allí cierto oficial del rey cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. 47 Cuando él oyó que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a Su encuentro y le suplicaba que bajara y sanara a su hijo, porque estaba al borde de la muerte. 48 Jesús entonces le dijo: «Si ustedes no ven señales y prodigios, no creerán». 49 El oficial del rey le dijo*: «Señor, baja antes de que mi hijo muera». 50 «Puedes irte, tu hijo vive», le dijo* Jesús. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. 51 Y mientras bajaba a su casa, sus siervos le salieron al encuentro y le dijeron que su hijo vivía. 52 Entonces les preguntó a qué hora había empezado a mejorar. Y le respondieron: «Ayer a la una de la tarde se le quitó la fiebre».

53 El padre entonces se dio cuenta que fue a la hora en que Jesús le dijo: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su casa. 54 Esta fue la segunda señal que Jesús hizo cuando fue de Judea a Galilea.

Nueva Biblia de las Américas Copyright © 2005 por The Lockman Foundation, La Habra, California. Todos los derechos reservados. Para más información, visita www.exploranbla.com

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