Vida Cristiana

Usa tu cerebro (para la gloria de Dios)

No te conozco, pero estoy convencida de algo: tienes un cerebro maravilloso.
No necesito ver una imagen por resonancia magnética, tus calificaciones de la primaria, preguntarte qué carrera estudiaste o siquiera saber si fuiste a la universidad.

Es algo seguro: lo que hay en tu cabeza es simplemente fascinante. Eres un humano creado a imagen de Dios y tienes un cerebro sumamente poderoso que el Señor diseñó para Su gloria.

Aunque no entiendas el proceso (ciertamente yo no lo entiendo), tu cerebro te está permitiendo decodificar estas palabras y comprenderlas: quizá estás de acuerdo con ellas; tal vez no. Sea como sea, colocaste tu mirada sobre la pantalla y descifraste un garabato que forma palabras que forman oraciones que forman argumentos.

Quizá escuchaste las palabras leídas en voz alta: las ondas sonoras llegaron hasta las células ciliadas de tu oído interno, que transforman las vibraciones en señales químicas que llegan hasta tu cerebro, el cual las procesa y percibe como, de nuevo, palabras que forman oraciones que forman argumentos que puede que te gusten o puede que no. Simplemente fascinante.

"Dios diseñó el cerebro para que podamos aprender, crecer, disfrutar y servir. Para que podamos amarlo a Él y a nuestro prójimo"

Desafortunadamente, muchos de nosotros pasamos la vida desaprovechando el fantástico regalo que el Señor nos ha dado en nuestro cerebro. En lugar de fortalecerlo con la nutrición, hidratación, movimiento y descanso adecuados, comemos lo que tengamos enfrente y dormimos apenas lo suficiente para funcionar sin poner en peligro la vida de los que nos rodean.

En lugar de cultivar nuestro pensamiento con todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable (Fil 4:8) para andar con diligencia en la piedad y en aquellas buenas obras que Dios ha preparado para nosotros, nos conformamos con entretener y embotar nuestra cabeza con información superficial que no nos es de ningún beneficio.

Decimos que queremos crecer en el conocimiento de Dios y Su Palabra revelada, pero con demasiada facilidad ignoramos el regalo del cerebro con el cuál podemos entender y conocer lo que Él nos ha entregado en la Biblia.

Aprender cuesta

«Es que a mí me cuesta». Esa frase se volvió la respuesta automática de mi hijo cada vez que se encontraba con alguna dificultad. Podría estar intentando leer en voz alta, practicando el piano o resolviendo su tarea de matemáticas… pero cada vez que las cosas se ponían un poco complicadas para él, las mismas palabras salían de su boca:

«Es que a mí me cuesta». ¿Mi respuesta?: «A todos nos cuesta. Así es como aprendemos».
Nos cuesta reconocer esta verdad. Tal vez hemos visto demasiadas películas protagonizadas por un jovencito talentosísimo que básicamente sin esfuerzo ni entrenamiento previo se vuelve una estrella de la música o resuelve una operación matemática que los eruditos más prominentes han tratado de resolver por años.

Pensamos que el mundo se divide en aquellos que «lo tienen» (genios) y aquellos que no (nosotros). No es así.

"Cada «a mí me cuesta» puede ser elevado como adoración al Señor, al estilo de David: «no ofreceré al Señor mi Dios holocausto que no me cueste nada»"


 
Por supuesto, existen personas que cuentan con facultades físicas y cognitivas que facilitan que destaquen en ciertas disciplinas: si eres alto, tendrás más posibilidades de convertirte en un basquetbolista profesional; tener oído absoluto te será de mucho beneficio si quieres convertirte en músico. Pero eso no significa que todo está perdido si deseamos jugar a la pelota o tocar la guitarra (¡o estudiar la Biblia!), cuando no tenemos las «características naturales» que uno esperaría de un atleta o músico (¡o teólogo!).

Mucho menos significa que si no somos buenos «a la primera» —o a la segunda o a la tercera— al lanzar una canasta, sostener una nota o interpretar un texto, jamás lo lograremos.

¿Por qué? Porque nuestro cerebro tiene la increíble capacidad de transformarse y aprender, adquirir habilidades y mejorar. Como escribe la neurocientífica Kaja Nordengen:

Utilizamos el 100 % del cerebro […]. Pero que utilicemos todas las neuronas no significa, sin embargo, que no se pueda extraer más potencial del cerebro. […] se organiza y reorganiza el cerebro por sí mismo como respuesta a nuevas experiencias y nuevos aprendizajes, y almacena información que obtenemos a través de la experiencia, la práctica o la educación.

[…] El cerebro no es un disco rígido que ya está lleno cuando nacemos. El cerebro consiste en alrededor de 86 000 millones de neuronas en cambio constante. Siempre puedes aprender más cosas y mejorar cada vez más (Tu supercerebro, pp. 101-102).


No es raro escuchar que alguien desea aprender a estudiar la Biblia, pero al abrir las páginas de la Escritura se siente completamente abrumado y se rinde después de unos cuantos días de lectura superficial. «Es que a mí me cuesta», termina pensando, y se conforma con escuchar lo que otros dicen acerca de Jesús en lugar de encontrarse con Él en las páginas de la Biblia.

Esa persona podría ser como los de Berea (cp. Hch 17:11) —¡su cerebro tiene la capacidad de desarrollarse para lograrlo!—, pero se ha conformado con quedarse donde está. No tiene que ser así.

Un cerebro moldeado por la verdad

Cada momento —cada acción y experiencia, cada cosa a la cual ponemos atención— moldea nuestro cerebro. Con nuestras pequeñas pero numerosas acciones del día a día, lo nutrimos o lo debilitamos; lo cultivamos o lo atrofiamos.

Cada alimento, cada bebida, cada lectura, cada conversación son oportunidades de transformar ese órgano tan poderoso en uno que esté preparado para glorificar a Dios o en uno que lo deshonre en la pereza y la apatía.

Hacerlo crecer —fortalecerlo en el aprendizaje de todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable— nos costará. Requerirá tiempo, esfuerzo y enfoque; requerirá ser confrontados con nuestra ignorancia, admitir nuestras faltas y corregir el rumbo. Diremos «es que a mí me cuesta», pero no nos quedaremos ahí.

Perseveraremos, porque cada «a mí me cuesta» puede ser elevado como adoración al Señor, al estilo de David: «No ofreceré al Señor mi Dios holocausto que no me cueste nada» (2 S 24:24).
Dios diseñó ese órgano tan fantástico en nuestras cabezas para que podamos aprender, crecer, disfrutar y servir. Para que podamos amarlo a Él y a nuestro prójimo.

Antes éramos incapaces de usar nuestro poderoso cerebro para nada que tuviera que ver con la vida de Dios (Ef 4:18). En Jesús, eso ha cambiado. Ahora tenemos todo lo que necesitamos para ser capaces de aprovechar nuestras neuronas, para la gloria de Dios y para el bien de Su pueblo. No nos conformemos con menos.

Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

Acerca del Autor

0.00 avg. rating (0% score) - 0 votes
Mostrar Más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Back to top button
18405