Vida Cristiana
¿No te sientes cerca de Dios? Mira la evidencia de Su amor.
Me gusta pensar que soy una persona bastante racional. Fui entrenada en las ciencias naturales: aprendí a hacer preguntas, proponer hipótesis, poner a prueba mis ideas, recopilar evidencia con sumo cuidado y presentar descubrimientos con confianza, pero sin pretender certeza absoluta.
Desafortunadamente, son demasiadas las ocasiones en que las emociones turbulentas nublan mi razón. Olvido observar con cuidado la evidencia y me conformo con saltar a conclusiones basadas en lo que siento en ese momento. Como es de esperar, mi esposo suele ser la víctima número uno de mi racionalidad quebrantada.
- A veces es un momento fugaz y ridículo. «No me amas», espeto. Usualmente solo se me queda mirando con ojos muy abiertos… con el «¿Y ahora qué hice?» en su mente. Yo igual gruño: «Te levantaste a poner el café en lugar de abrazarme más tiempo».
- En otras ocasiones, la tormenta interior es más insistente y abrumadora. Me convenzo a mí misma de que mi esposo se cansará de mí y me abandonará. Mi matrimonio será un fracaso.
En lugar de recopilar toda la evidencia con cuidado —sí, fui áspera, pero mi esposo me perdonó entre risas, me abrazó y me dijo que me ama—, ignoro los momentos maravillosos de nuestro matrimonio imperfecto y pongo bajo el microscopio cada discusión.
Esta es una buena noticia: aunque tú no puedes cambiar lo que sientes, Dios sí puede transformar tu corazón
Poco a poco he aprendido a expresar en voz alta lo que sucede en mi cabeza. Por ejemplo, me acerco a mi esposo y le digo: «Siento que te vas a cansar de mí». Él me abraza, me dice «lamento que te sientas así» y reafirma su amor por mí. Me presenta la evidencia. Toda la evidencia.
Yo decido creerle, aunque no pueda cambiar lo que siento.
Quizá leas todo lo anterior y te parezca que mi esposo se casó con una loca (te entiendo). Pero tal vez puedas identificarte. No tienes que estar casado para hacerlo… muchos cristianos actuamos de la misma manera con Dios.
“¿Dónde estás? ¿Por qué no me amas?”
Siento que Dios no está cerca. Siento que Dios no me ama. Siento que a Dios no le importa.
Podría ser en medio de una dificultad financiera. Tu familia se encuentra contando los pesos para llegar a fin de mes. Tal vez es un dolor crónico y sin diagnóstico. Los doctores te han dejado con más preguntas de las que tenías al inicio de todo ese asunto. Quizá es un pecado en el que caes una y otra vez. Ya ni siquiera sabes si eres cristiano.
¿Dónde estás? ¿Por qué parece que no te importa? ¿Por qué me miras sufrir y no haces nada? ¿Por qué te escondes? ¿Por qué no respondes?
Pero Dios no está callado. Lo que sucede es que olvidamos mirar la evidencia completa. Mientras examinamos de cerca cada aflicción, cada decepción, interpretándola como un silencio o rechazo de Dios, hacemos oídos sordos al clamor más grande de Su cuidado. Ignoramos la evidencia más contundente de que de tal manera nos amó: la cruz del calvario (Jn 3:16).
En la cruz, Dios declaró Su amor por nosotros de una manera tajante. El Verbo eterno Se encarnó y llevó sobre Sí nuestra culpa para traernos de vuelta hacia Él. Nosotros éramos rebeldes, pero Él decidió mostrarnos Su amor y vencer a la muerte para siempre. Él hizo esto para traernos a casa, para amarnos por siempre y para que nos gocemos amándole.
Es cierto que a veces no sentimos el amor de Dios, Su cercanía. Las mentiras del enemigo y de nuestro propio corazón nos hacen sentir que nuestro dolor no le importa. Pero la evidencia sigue ahí. El Dios del universo se humilló hasta la muerte por amor (Fil 2:5-8). Rompió el velo que nos separaba (Mt 27:51). La evidencia sigue ahí.
Es por eso que, con una esperanza mucho más clara que la que el salmista tuvo, podemos unirnos a su canto: «¿Por qué te desesperas, alma mía, / Y por qué te turbas dentro de mí? / Espera en Dios, pues he de alabarlo otra vez» (Sal 42:5). Nuestro corazón turbulento se ve tentado a alejarse, a quejarse y decir: «¡Estoy solo!». Pero nosotros podemos hablarle de vuelta. Dile a tu alma: «Mira la evidencia. Decide creer». Clama al Señor: «Creo; ayúdame en mi incredulidad» (Mr 9:24).
No puedes obligarte a sentir. Pero sí puedes ser obediente para volver tu rostro al Señor y no dejarte arrastrar por la tormenta de tu interior