Vida Cristiana

Cómo no exasperar a tus hijos

Muchos padres cristianos conocen las instrucciones de Pablo de no exasperar ni provocar a ira a sus hijos (Ef 6:4Col 3:21). Pero la línea entre la disciplina amorosa y la disciplina exasperante puede ser difícil de discernir cuando los padres se enfrentan a las personalidades únicas de sus hijos.

Aunque no existe una fórmula universal para disciplinar y educar a un niño, Pablo da dos indicadores claros de que un niño se siente exasperado: la ira y el desánimo.

Llevo más de quince años aconsejando a jóvenes adultos que luchan con las ramificaciones de la forma en que fueron criados, lo que me ha llevado a reflexionar profundamente sobre los comportamientos específicos de los padres que provocan sentimientos de ira y desánimo en la mayoría de los niños. Hay un tipo de crianza que cruza la línea de lo instructivo y educativo a lo opresivo y exasperante. Es importante que comprendamos la diferencia, porque nuestra forma de criar a nuestros hijos tiene consecuencias para ellos y porque nuestra forma de crianza es un reflejo del evangelio.

¿Cuál es el gran problema?

Si lees los capítulos que conducen a estos mandatos a los padres, una cosa es evidente: Pablo no se cansa de hablar del evangelio. Antes de dar órdenes prácticas sobre la dinámica familiar, Pablo dedica tiempo a transmitir la gloriosa realidad de que Dios nos «predestinó» para ser adoptados «antes de la fundación del mundo» (Ef 1:4-5), para «alabanza de la gloria de Su gracia» (Ef 1:6).

Debemos tomar en serio el llamado a evitar una crianza que exaspere y provoque a ira a nuestros hijos, porque nuestra crianza es un reflejo del evangelio

 

Pablo explica que ser hijo de Dios no tiene nada que ver con nuestro desempeño o nuestra capacidad para retribuirle. Nuestra adopción fue una operación de rescate, un plan de «redención» que le costó a Jesús Su «sangre» (Ef 1:7). Para limpiarnos del pecado, Dios «derramó abundantemente» Su «gracia» sobre nosotros «con toda sabiduría y discernimiento» (Ef 1:7-8) para que «todas las cosas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra» sean reunidas en Él (Ef 1:10).

Aquellos que han sido adoptados inmerecidamente en la familia de Dios reciben un «nuevo yo, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento conforme a la imagen de Aquel que lo creó», llevándolo a tener «entrañable misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col 3:1012). La salvación produce paz, amor y gratitud en los corazones de los creyentes (Col 3:14-15Ef 2:175:2) porque el evangelio «nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado» (Col 1:13).

Tras estos capítulos llenos de la verdad del evangelio, Pablo dice: «No provoquen a ira a sus hijos» (Ef 6:4), y: «Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (Col 3:21). Debemos tomar en serio el llamado a evitar una crianza que exaspere y provoque a ira a nuestros hijos, porque nuestra crianza es un reflejo del evangelio.

Tres maneras de exasperar a los niños

Los padres son sabios al notar cuando su hijo parece enojado o desanimado y considerar cómo su propio comportamiento puede haber afectado al niño. Después de años de conversaciones con adolescentes y adultos que crecieron en hogares cristianos, he notado tres comportamientos en la crianza que, ya sean intencionales o no, comúnmente exasperan a los hijos hasta el punto de la ira y el desánimo.

1. Generarles culpa

El generar culpa intenta hacer que las personas se sientan culpables para moldear o controlar su comportamiento. Puede surgir del deseo de mantener a los hijos alejados del peligro potencial o del dolor futuro, pero a menudo demuestra un sentido personal de derecho. El padre podría decir declaraciones como estas:

  • «¿Acaso no te importo?»
  • «Si no estuviera aquí para ayudarte, tu vida sería un desastre».
  • «Trabajo tan duro por ti, ¿y así es como me lo pagas?»
  • «Cuando tenía tu edad, yo ya estaba…»

En lugar de dirigir al niño de manera gentil y creativa hacia el amor fortalecedor de Dios que nos motiva a hacer lo correcto, el padre o la madre pone sus propias necesidades, deseos y logros como prioridad.

Si nuestra reacción principal cuando nuestros hijos hacen algo desobediente o peligroso es hacer que la situación se trate de nosotros, deberíamos considerar si estamos utilizando la generación de culpa. ¿Estamos entrenando a nuestros hijos para que crean que Jesús debe tener «en todo la primacía» (Col 1:18) o que nosotros deberíamos tenerla?

Cuando recurrimos a generar culpa para moldear el comportamiento de nuestro hijo, reemplazamos la historia del evangelio de la gracia con una cosmovisión de reclamar derechos. La realidad de la muerte y resurrección de Cristo debería liberar a los padres cristianos para crear con calma un ambiente seguro para un diálogo productivo y una comunión «sincera» (1 P 1:22) centrada en la supremacía de Cristo (Col 1:18). Las conversaciones impregnadas de verdades del evangelio promoverán la paz (Col 3:15); las conversaciones impregnadas de reclamar nuestros derechos causarán confusión, ira y desánimo en nuestros hijos.

2. Leyes creadas por el hombre

Cuando guiamos a nuestros hijos hacia el evangelio de la gracia, tenemos la responsabilidad de enseñarles a amar la ley de Dios y a someterse a ella, ya que es un reflejo de Su bondad, sabiduría y amor perfectos. En el proceso, debemos tener cuidado de diferenciar entre la ley de Dios y nuestras preferencias.

Es bueno tener normas razonables para un niño como parte funcional de un sistema familiar, pero si estas normas son incoherentes, impredecibles o injustas, el niño puede exasperarse. Por ejemplo, si un niño responde sistemáticamente a una norma o expectativa concreta con enfado o desánimo, los padres deberían plantearse si esa norma es necesaria. ¿Suprimirla haría que su hijo desobedeciera de alguna manera la ley de Dios? ¿O es principalmente una cuestión de preferencia de los padres?

Considera qué temas y ocasiones tienden a evocar conflictos entre tú y tu hijo. Sobre todo cuando nos relacionamos con hijos adolescentes y adultos, las expectativas sobre cómo celebrar las festividades, con qué frecuencia llamar o enviar mensajes de texto cada semana, cómo educar a los hijos y cómo tomar decisiones pueden provocar enfado y desánimo si convertimos nuestras preferencias en leyes.

Cuando un hijo no está de acuerdo con las normas u opiniones de sus padres, puede ser fácil atribuirlo a desobediencia o falta de respeto. Pero el evangelio debería liberarnos para escuchar a nuestros hijos si se sienten desanimados o enfadados por una norma concreta. Antes de descartar la frustración de un niño, adolescente o adulto, los padres deben considerar si sus expectativas han sido claramente comunicadas y si son apropiadas para la etapa de la vida de su hijo.

3. Ira

La ira puede parecer fácil de justificar en la crianza de los hijos. A menudo pensamos que es la única manera de que nuestros hijos entiendan. Pero si somos sinceros, nuestra ira hacia nuestros hijos rara vez, o nunca, es justa (Ef 4:26). Por lo general fluye de un sentido inapropiado de reclamar derechos o de una demanda orgullosa por respeto.

He escuchado demasiadas historias de padres cristianos apuntando con cuchillos a sus hijos, lanzándoles objetos, empujándoles contra las paredes y amenazándoles verbalmente. Estos comportamientos no son solo exasperantes; son abusivos.

La ira puede hacer que nuestros hijos nos obedezcan temporalmente, pero no les ayudará a crecer en la justicia de Dios

 

Incluso si no hemos recurrido a esos medios, hay otras formas de expresar la ira que no deberían normalizarse: hablar con dureza, gritar, mirar mal, insultar, burlarse y ser sarcásticos. Estos comportamientos no promueven la paz, la unidad y el entendimiento; nos alejan de nuestros hijos y los desaniman profundamente. La ira puede hacer que nuestros hijos nos obedezcan temporalmente, pero no les ayudará a crecer en la justicia de Dios (Stg 1:20).

¿Qué hago si ya he exasperado a mi hijo?

No todos los sentimientos de ira y desánimo de los hijos se deben al comportamiento de sus padres. Hay muchas otras razones por las que un niño puede tener estos sentimientos. Pero Efesios 6:4 y Colosenses 3:21 nos recuerdan que debemos tener en cuenta cómo nuestro comportamiento afecta a nuestros hijos, y nos exhortan a criar a nuestros hijos de forma coherente con el evangelio de Cristo.

Tanto si nuestros hijos viven en nuestra casa como si se han independizado, el evangelio debería liberarnos para pedir humildemente su opinión, intentar comprenderlos de verdad, pedir perdón sinceramente por comportamientos exasperantes y para tratarlos intencionalmente con dignidad y respeto. Esas conversaciones pueden ser largas y dolorosas, y pueden requerir la ayuda de un pastor, mediador o consejero. Pero son necesarias para una verdadera reconciliación. Si sabes que tu hijo se ha enojado o desanimado a causa de tu comportamiento, busca la paz «en cuanto de [ti] dependa» (Ro 12:18).

No debes preocuparte de que disculparte sinceramente con tus hijos haga que se aprovechen de ti. Te sorprenderá descubrir lo contrario. Cuando los padres confiesan sus pecados abiertamente y buscan una rendición de cuentas efectiva, sus hijos se sienten más seguros y más libres para disfrutar de la compañía de sus padres y buscar una relación sana. Esto es lo que produce la verdadera vida del evangelio: relaciones sinceras entre padres e hijos basadas en el amor, la paz y la gratitud, no en la ira y el desánimo.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.

Hannah Carmichael (MA, Southeastern University) es una esposa de pastor que disfruta educando a sus tres hijos en casa. Pertenece a Christ Bible Church en Los Ángeles, California.

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