Vida Cristiana

5 lecciones que aprendemos de las herejías

En mi vida como cristiana, tengo muy pocos recuerdos de personas haciendo referencia a los padres de la iglesia, a los credos o a algún evento histórico del cristianismo que no fuera la Reforma protestante.

Desafortunadamente, no creo que esa sea solo mi experiencia. La mayoría de los creyentes actúa como si fuéramos los primeros seguidores de Jesús. Como si el cristianismo recién empezó cuando nosotros decidimos creer. Pero nada podría estar más alejado de la realidad.

Continuamos con un legado de fe

En mis estudios teológicos recibí instrucción sobre la historia de la iglesia y su teología, donde aprendí que una de las verdades maravillosas de nuestra fe en Cristo es que seguimos el legado de los cientos de millones de cristianos que nos precedieron. Tomamos el batón de sus manos y ahora continuamos la labor de confesar a Jesús como Señor, de proclamar la verdad de Su resurrección y de compartir el fundamento sólido de Sus enseñanzas.

Esta continuidad es vital para la iglesia. En la fe cristiana, no hay lugar para innovar creencias. No nos sentamos frente a nuestras biblias pensando que vamos a encontrar en ellas algo que nunca nadie ha visto antes. Todo lo contrario. Nos ocupamos de transmitir de generación a generación el mismo evangelio que los primeros creyentes recibieron y propagaron.

En la fe cristiana no hay lugar para innovar creencias. Transmitimos el mismo evangelio que los primeros creyentes recibieron y propagaron

 

Por supuesto, no hemos llegado a dos milenios de cristianismo sin que haya habido personas o grupos de personas que procuraran negar o cambiar algunas de las verdades esenciales de nuestra fe, tales como la Trinidad; la encarnación, muerte y resurrección de Jesús; la humanidad y divinidad de Cristo y Su Segunda Venida. Cuando una idea se desvía de los principios básicos de nuestra confesión cristiana, la llamamos «herejía». Una herejía no es un error teológico menor, sino el abandono de algo que ha sido creído «en todas partes, siempre y por todos [los cristianos]» (Vicente de Lérins, siglo V).

Aprendiendo de la historia de las herejías

Las herejías y los herejes forman parte importante de la historia de la iglesia. Aunque parezca contradictorio, en muchas oportunidades han impulsado el desarrollo teológico. Al enfrentarse con mentiras, los creyentes de distintas épocas se han visto obligados a fortalecerse en la verdad. El resultado ha sido una iglesia global mejor capacitada para combatir las artimañas engañosas del error.

En esa misma línea, los herejes también nos han dejado valiosas lecciones que podemos aplicar a nuestras vidas cristianas particulares. Estas son, al menos, cinco lecciones que podemos aprender todos los cristianos de las herejías que surgieron en la historia de la iglesia.

1. Entender en qué creemos es un antídoto contra el error.

Arrio es uno de los herejes más prominentes de la historia de la iglesia. Este sacerdote de Alejandría del siglo IV aceptaba la deidad y eternidad de Jesús, pero negaba que compartiera una misma esencia con el Padre. Aunque la iglesia sabía que la declaración de Arrio era una herejía, los creyentes carecían del lenguaje necesario para comunicar la verdad expresada en las Escrituras.

Esto propició la primera reunión mundial de obispos en el año 325 d. C. El resultado fue la creación del famoso Credo Niceno, que reafirma con base en la Biblia la igualdad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La herejía de Arrio causó división y conflicto en la iglesia, pero también impulsó a los creyentes a desarrollar un vocabulario preciso y consistente con las Escrituras para referirse a la relación entre las personas de la Trinidad.

Necesitamos entender qué creemos y por qué lo creemos. Preguntémonos: ¿Qué enseña la Palabra de Dios al respecto?

 

Por la insistencia y popularidad del error de Arrio, los creyentes entendieron que no bastaba con llamar a algo «incorrecto», sino que debían definir a qué llamaban «correcto» a la luz de las Escrituras. A los seguidores de Cristo hoy, esto nos enseña que debemos armarnos con la verdad en nuestra lucha contra el error.

En términos prácticos, esto significa saber qué pasajes bíblicos muestran la realidad del Dios Trino o la verdad de que Cristo vendrá por segunda vez, por dar algunos ejemplos. Necesitamos entender qué creemos y por qué lo creemos. Preguntémonos: ¿Qué enseña la Palabra de Dios al respecto? ¿Dónde lo dice? ¿Qué ha enseñado la iglesia por siglos al respecto? ¿Qué tan esencial es este tema para nuestra fe? Las respuestas nos ayudarán a identificar el error y a resistirlo bíblicamente.

2. Los misterios de Dios no se explican, se protegen.

Si el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, ¿cómo es que solo existe un Dios? ¡Qué buena pregunta! En el siglo III, el teólogo Sabelio propuso la siguiente «explicación» (que luego fue condenada como herejía): El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres personas diferentes, sino que se trata de un solo Dios que se manifiesta en diferentes «modos» .

Por ejemplo, decía Sabelio, Dios en la creación se presentó como «Padre»; en la cruz, como «Cristo»; y en Pentecostés, como «Espíritu Santo». Las Escrituras, sin embargo, enseñan que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas distintas, quienes comparten una misma esencia. El problema de Sabelio fue tratar de entender algo que Dios nunca explicó. El concepto de la naturaleza trinitaria de Dios es difícil de comprender, ¡porque Dios es santo, infinito y glorioso! No debería sorprendernos que Su naturaleza escape de nuestra comprensión.

Por esa razón, la iglesia primitiva nunca procuró explicar el misterio de la Trinidad de manera exhaustiva. Más bien, la respetaron como misterio y se limitaron a preservar su complejidad, sin ir más allá de lo revelado en la Escritura. Del mismo modo, parte de nuestra labor como creyentes consiste en reconocer los límites de nuestra razón y aceptar que, con Dios, a veces tendremos preguntas sin respuesta y eso está bien.

3. La buena teología no se produce con buenas intenciones.

Algunos herejes prominentes de la iglesia probablemente tenían buenas intenciones.

Apolinar, por ejemplo, propuso que Cristo era humano solo en apariencia. En Su interior, explicaba, era completamente Dios. Su intención era noble: quería defender la completa deidad de Cristo. Desafortunadamente, minimizó Su humanidad en el proceso. Esto fue condenado por la iglesia en el siglo IV, pues las Escrituras presentan a Cristo como completamente Dios y completamente hombre.

Ninguna persona empieza su vida cristiana con el deseo de convertirse en un hereje. Pero es posible tener un deseo genuino de agradar a Dios y, al mismo tiempo, promover una mentira. Nuestro objetivo, por tanto, debe ser alinearnos con lo que el Señor verdaderamente ha revelado en Su palabra (cp. 1 Ti 4:16).

4. Debemos estudiar las Escrituras en comunidad.

Las personas no pasan a la historia como herejes simplemente porque malinterpretaron un texto bíblico o una doctrina. Después de todo, incluso los cristianos más fieles a veces incurren en errores doctrinales.

Los herejes son considerados como tal cuando, después de haber sido confrontados por la iglesia, rechazan la corrección y deciden permanecer en su error. En otras palabras, los herejes no son herejes por accidente. Estos se separan voluntariamente de lo que la iglesia considera esencial y verdadero. El teólogo Marción del siglo II es un buen ejemplo de esto.

Escuchar las voces del pasado nos ayuda a enfrentar las nuevas formas en que las viejos errores resurgen

 

Marción rechazó los libros del Antiguo Testamento por considerarlos inconsistentes con el Dios de gracia del Nuevo Testamento. Por tanto, armó su propio canon de las Escrituras y desarrolló su propia teología. La iglesia condenó sus ideas y él, en vez de aceptar la corrección, prefirió fundar su propia iglesia con un sistema de creencias de su agrado. Esto, por supuesto, hizo mucho daño a la unidad de la iglesia visible.

Su error y rebeldía, sin embargo, nos enseña que, aunque el estudio personal de las Escrituras tiene valor, nunca debemos olvidar que pertenecemos a una comunidad de creyentes. Nuestra interpretación privada no es perfecta. Por tanto, necesitamos a otros creyentes para evaluar nuestras conclusiones y madurar en el conocimiento de nuestra fe.

5. Debemos ser estudiantes de nuestra historia como iglesia.

«Quien no conoce su historia está condenado a repetirla», dijo el filósofo George Santayana; y pienso que nadie podría estar más de acuerdo con él que los cristianos. Muchos de los errores que circulan entre los cristianos hoy son herejías que la iglesia ya ha condenado en el pasado. Al desconocer nuestra historia, enfrentamos esas herejías sin las herramientas que nuestros predecesores en la fe han dejado para nosotros.

Por ejemplo, a los cristianos no nos hace falta ni siquiera considerar que podemos ganarnos la salvación a través de nuestras buenas obras o que «Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos». Estas son ideas heréticas, condenadas por la iglesia universal en el siglo V cuando el monje Pelagio las propuso por primera vez. No, Dios no ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. De hecho, parafraseando a Agustín de Hipona: Si alguien cree que la naturaleza humana no necesita el poder de Cristo, es un enemigo de la gracia de Dios.

La iglesia lo ha estado enseñando así por siglos. Escuchar las voces del pasado nos ayuda a enfrentar las nuevas formas en que los viejos errores resurgen. Así pues, al considerar una corriente de pensamiento, vale la pena preguntarnos: «¿La iglesia ya ha escuchado esta idea antes? ¿Cómo respondió a ella?». ¡Consideremos la sabiduría de Dios en nuestros hermanos y hermanas del pasado!

Los cristianos formamos parte de un gran legado de fe. Por eso nos conviene mirar hacia atrás y tomar nota de lo que, como iglesia, hemos aprendido. Sí, podemos vivir como cristianos sin pensar en los creyentes que nos precedieron, pero ¿por qué querríamos hacerlo? ¡Cuánta sabiduría hallamos en las páginas de nuestra historia como iglesia! Apropiémonos de esa sabiduría mientras continuamos con nuestro trabajo de proclamar la verdad de Cristo a nuestra generación.



Natacha Glorvigen
 tiene una Maestría en Teología del Seminario Teológico de Dallas (DTS). Vive con su esposo y su hija en Dallas, Texas. Juntos sirven en el ministerio de misiones locales de su iglesia Northway Church. Puedes encontrarla en natacharglorvigen.com.

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