Vida Cristiana

¡Ayúdame en mi incredulidad!

La incredulidad es un pecado que de una manera u otra está presente en nosotros. Muchas veces nubla nuestro corazón o se asoma en medio de nuestro actuar en fe.

Como cuando Pedro caminó sobre las aguas en fe, pero la incredulidad se asomó y comenzó a hundirse (Mt 14:29-31). O como Tomás, quien en incredulidad dijo que no creería hasta que viera a Jesús y pusiera sus dedos en Sus llagas; pero quien, aun en medio de su incredulidad, tuvo fe y se quedó con los discípulos ocho días más hasta que Jesús volvió a aparecer (Jn 20:24-28).

Aunque la incredulidad sea común y se presente también en medio de la vida en fe, no debemos perder de vista lo dañina que puede ser y hasta qué punto puede llevarnos. Esto nos advierte la Escritura: «Tengan cuidado, hermanos, no sea que en alguno de ustedes haya un corazón malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo» (He 3:12).

La incredulidad que se asienta en el corazón puede llevarnos a apartarnos del Dios vivo, y eso no es poca cosa. Así que, necesitamos correr a Cristo para que nos ayude en medio de nuestra incredulidad, como hizo un padre que se encontró con Jesús.

“Creo, ayúdame en mi incredulidad”

Marcos nos presenta la escena de un padre desesperado por su hijo, el cual había sido poseído por un espíritu (9:14-29). Este padre recurrió a los discípulos de Jesús esperando que lo sanaran, pero estos no pudieron hacer nada. Cuando ellos fallaron y no parecía haber nada más que hacer, intervino Jesús.

La vida de fe no tiene como objetivo que Dios nos conceda lo que queramos, sino creer en Su carácter, Sus promesas y la manifestación de Su voluntad

 

Este padre había agotado sus opciones y le quedaba solo un hombre a quien recurrir, sobre el cual seguramente había escuchado grandes cosas, pero a pesar de esto todavía la fe no había conquistado su corazón. Su incredulidad no se hizo esperar; él dijo: «Si Tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos» (Mr 9:22). Tenía la esperanza de que Jesús hiciera algo por su hijo, pero en su corazón escuchaba otras voces que lo hacían dudar en cuanto a si este Jesús realmente tenía el poder para sanarlo.

¿Cuántas veces nuestras oraciones tienen ese mismo tono de incredulidad? Luego de haber decidido escuchar cualquier voz que nos aparta de Jesús, cuando al fin nos damos cuenta de que hemos estado envueltos en la mentira, deseamos correr a Él, pero en nuestro interior todavía está latente la incredulidad. Solemos poner todo en tela de juicio al decir: «Quizás Dios pueda hacer algo» o «Quizás Él pueda perdonarme».

De manera similar, este hombre estaba lidiando con la incredulidad, pero Jesús le responde con toda Su autoridad y poder: «¿Cómo “si Tú puedes”?… Todas las cosas son posibles para el que cree» (Mr 9:23). Entonces el padre se dió cuenta de que Jesús es mucho más de lo que había pensado. Su poder era mayor del que había imaginado y Su gloria mucho más radiante que las tinieblas que habían envuelto a su hijo por años. En ese momento creyó: «El padre del muchacho gritó y dijo: “Creo; ayúdame en mi incredulidad”» (Mr 9:24).

La presencia de la fe en un momento determinado no erradica la incredulidad por completo. Jesús debe llenar esos vacíos de confianza en el corazón

 

Este padre había entendido algo importante: la presencia de la fe en un momento determinado no erradica la incredulidad por completo. Jesús debe llenar esos vacíos de confianza en el corazón. El clamor de este hombre a Jesús era la evidencia de su necesidad.

La fe de este padre en medio de la incredulidad, iluminada por su clamor a Cristo para que supliera la fe que le faltaba, resultó en el milagro que había esperado por tanto tiempo. Al fin su hijo fue liberado por el poder de Aquel que tiene toda autoridad sobre principados y potestades. El poder de Aquel que sustenta todo con Su Palabra. El poder que lo sostuvo en la cruz e hizo que la muerte misma se postrara delante de Él (Col 1:13-20).

La fe de este hombre terminó en la liberación de su hijo, pero esto no es lo que ocurre siempre con cada persona y cada circunstancia. No debemos leer esta historia concluyendo que nuestra fe nos dará automáticamente lo que queremos. El enfoque de este relato está en el autor mismo de esta fe, Jesús, y no en la liberación del joven endemoniado.

Un enfoque correcto

La vida de fe no tiene como objetivo que Dios nos conceda lo que queramos, sino creer en Su carácter, Sus promesas y la manifestación de Su voluntad, que siempre es buena, aceptable y perfecta (Ro 12:1-2). Una vida de fe en la persona de Jesús nos lleva a creer y confiar en Él y no en las mentiras que llegan a nuestra mente. Nos lleva a hablarnos a nosotros mismos para llevar nuestras mentes y corazones débiles al lugar en el que deben estar, porque por fe sabemos que no hay lugar más seguro ni nadie más que nos pueda sustentar que Él.

En medio de la incredulidad de nuestros corazones, corramos a Jesús y clamemos las mismas palabras del padre del relato: «Creo, ayúdame en mi incredulidad».


Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana. Patricia es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute. Ama enseñar la Palabra a otras mujeres y está felizmente casada con Jairo desde el 2008 y juntos tienen tres hermosos hijos, Ezequiel, Isaac, y María Ester. Puedes encontrarla en Instagram y YouTube.

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