Vida Cristiana

No persigas la falsa gloria del prestigio personal

Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo (Gá 6:14).

Tener la admiración y la buena opinión de las personas es algo que seduce a todos. Seríamos deshonestos si lo negamos e ingenuos si pensamos que es un sentimiento exclusivo de políticos, deportistas, artistas o celebridades de este mundo.

Aunque para algunas personas este deseo se convierte en una fuerza que los controla y arrastra, no podemos negar que a todos nos atrae la sensación de ser estimados como dignos e importantes por los demás. Incluso los cristianos somos tentados con esto, porque en cada ser humano hay tanto un anhelo genuino por ser valorado, como la arrogancia suficiente para convertir ese anhelo en un ídolo.

Las palabras de Pablo a los gálatas —citadas arriba— están relacionadas con esta propensión humana.

La gloria de Pablo

El motivo principal del apóstol para escribir esta carta era corregir la falsa enseñanza de que podemos salvarnos por nuestras acciones. Por eso dice: «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo» (Gá 2:16). Pero Pablo no solo quería señalar una falsa enseñanza, sino también a los falsos líderes y maestros que estaban haciendo daño a la iglesia.

Los judaizantes entraban en las iglesias y esparcían sus enseñanzas para obligar a los creyentes no judíos a circuncidarse y guardar la ley mosaica para ser justificados ante Dios. Esto, según Pablo, es una distorsión del evangelio y trae el juicio de Dios. Por eso llamó a estos maestros como «anatemas», es decir, malditos (Gá 1:8-9).

Hacia el final de su carta, Pablo expone y condena el carácter de estos líderes judaizantes, quienes buscaban ser admirados por su enseñanza, pero ni siquiera guardaban la ley. Se gloriaban en su influencia y en la aprobación de los demás. La gloria de estos falsos maestros estaba en tener una buena cantidad de seguidores. Por eso el apóstol dice de ellos: «Porque ni aun los mismos que son circuncidados guardan la ley, pero ellos desean hacerlos circuncidar para gloriarse en la carne de ustedes» (Gá 6:13).

La cruz de Cristo es la única y suficiente base para nuestra paz y seguridad, porque ella nos dice cuánto nos ama Dios

 

Pablo marca una distancia con estos líderes: «Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo» (v. 14). Es como si Pablo dijera: «No me atreveré a vanagloriarme en la influencia que pueda tener. Nunca haga tal cosa de jactarme en nada ni nadie que no sea Cristo. Nunca me gloríe en nada que no sea la cruz del calvario. Ni las personas que me siguen ni la influencia que tenga son la causa de mi gloria. Solo confiaré y pondré mi esperanza en lo que el Salvador hizo para mi redención».

Pablo no derivaba su valor de la cantidad de personas que lo seguían, ni de su desempeño en el liderazgo ni de su éxito ministerial. Su valor no provenía de cuán fructífero fuera su trabajo en la iglesia o cuán respetado fuera por los demás. Él solo se gloriaba en la cruz, y puso toda su esperanza en la vida, muerte y resurrección del Señor Jesús.

Nuestra fuente de valor y aprobación

A veces nos sentimos incómodos cuando las personas no reconocen nuestra labor y más aún cuando nos comparamos con otros que sí reciben reconocimiento. No soportamos la crítica, nos molesta el anonimato y nos fascina la alabanza de los hombres.

Esto mismo perseguían los judaizantes en tiempos de Pablo y también los fariseos en los días de Jesús. Por eso nuestro Señor les reprendió diciendo: «¡Ay de ustedes, fariseos! Porque aman los primeros asientos en las sinagogas y los saludos respetuosos en las plazas» (Lc 11:43). Esto nos recuerda cuán arraigado está el deseo por reconocimiento y respetabilidad en el corazón humano. Por eso los cristianos no debemos bajar nunca la guardia.

La cruz de Cristo es la única y suficiente base para nuestra paz y seguridad, porque ella nos dice cuánto nos ama Dios. En la cruz de Jesús está nuestra salvación y todo nuestro sentido de valor. No nos hace falta inflar nuestro prestigio personal con la admiración de los hombres. En Cristo, ya tenemos la aprobación más importante: la de Dios.

El evangelio nos hace verdaderamente libres de la necesidad y la esclavitud por ser admirados, reconocidos y respetados. Todos aquellos que ponen su fe en Cristo son aceptados por Dios y estimados justos ante Sus ojos. No existe un reconocimiento mayor ni más transcendental que el de Dios en Cristo (2 Co 5:21).

¡Oh, cuán libres somos cuando Cristo, y solo Cristo, es nuestra gloria!


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