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Los agujeros negros y la gloria de Dios

La imagen que ves arriba es histórica. Es la primera “fotografía” de un agujero negro.

Quizá estás familiarizado con el concepto: una región en el espacio-tiempo con una gravedad tan alta que nada puede escapar de ella. Nada. Ni siquiera la luz. Desde que la teoría de la relatividad general de Einstein —postulada a principios del siglo XX— predijera su existencia, los agujeros negros han fascinado tanto a los científicos como al público en general. Nadie sabe exactamente qué es lo que sucede dentro de ellos (aunque las matemáticas nos ayudan a especular), y en su centro encontramos una “singularidad”, un punto de volumen cero y densidad infinita.

Hasta la semana pasada, todas las imágenes de los agujeros negros eran ilustraciones; representaciones artísticas de cómo creíamos debían lucir estas misteriosas esferas de oscuridad. Y resulta que las ideas de los físicos eran bastante acertadas.

Esta no es una fotografía convencional. La cosa fue mucho más complicada que apuntar un telescopio al espacio y hacer clic. Lo que ves es una imagen compuesta, obtenida por el Telescopio Event Horizon (EHT). Y el EHT no es un telescopio, sino 8. Verás, el agujero negro en el centro de la galaxia Messier 87 (M87) es increíblemente grande, pero está muy lejos de nosotros. Tratar de obtener su imagen real es como intentar fotografiar una naranja en la superficie de la luna. Así que para poder verlo necesitábamos un telescopio del tamaño de la tierra. Como esto es imposible, 8 observatorios en 4 continentes se unieron para observar el centro de M87. Cada telescopio, poco a poco, fue obteniendo piezas del rompecabezas. La información —que es más que la de ningún otro experimento en la historia— tardó 2 años en procesarse.

Aunque es difícil negar lo impresionante de este logro científico, muchos se preguntan: ¿por qué debería importarnos? ¿Qué valor tiene saber cómo luce un agujero negro?

Lo que aprendemos del hombre

Dios usa su creación para decirnos quiénes somos y quiénes deberíamos ser.

 

En Génesis se nos presenta a Adán. Dios le otorgó dominio sobre toda la creación, para cultivarla y cuidarla (Gn. 2:15). Poco después vemos al hombre nombrando animales. Más adelante, Abraham intenta contar las estrellas del cielo mientras Dios le hace una promesa. En Proverbios aprendemos cómo vivir al mirar a las hormigas. Dios usa su creación para decirnos quiénes somos y quiénes deberíamos ser.

“Cuando veo Tus cielos, obra de Tus dedos,
La luna y las estrellas que Tú has establecido,
Digo: ¿Qué es el hombre para que Te acuerdes de él,
Y el hijo del hombre para que lo cuides?”, Salmo 8:3-4.

Cuando meditamos en asuntos del cosmos, rápidamente nos damos cuenta de lo pequeños que somos. Un asombro abrumador nos envuelve. Nuestro innato sentido de protagonismo se ve en conflicto con la grandeza del universo. La astronomía nos pone en nuestro lugar; el ego desaparece al borde del horizonte de los sucesos.

Curiosamente, a pesar de nuestra pequeñez, este logro científico también nos recuerda sobre nuestra gloria. El mismo salmo continúa: “¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de Tus manos” (vv. 5-6a). Dios creó un mundo lleno de belleza y potencial para que los humanos lo atendamos y desarrollemos. Lo hizo para que reflejáramos su imagen. Así lo expresó el filósofo Alvin Plantinga:

“La ciencia moderna es una manera muy impresionante en la que la humanidad refleja la naturaleza divina de manera colectiva, un impresionante desarrollo de la imagen de Dios en la humanidad”.[1]

Lo que aprendemos de nuestra relación con los demás

Katie Bouman, informática teórica de tan solo 29 años, dirigió el desarrollo del algoritmo que permitió obtener la imagen del agujero negro en la galaxia M87. Ella ha sido reconocida internacionalmente y celebrada por sus logros. Pero, a pesar de la importancia de su trabajo, Bouman dejó muy claro que este esfuerzo no es el de una sola persona. Escribió:

“La imagen que se muestra hoy es la combinación de imágenes producidas por múltiples métodos. Esta imagen no fue creada por un solo algoritmo o una sola persona, [sino que] requirió el increíble talento de un equipo de científicos de todo el mundo y años de arduo trabajo […]. Ha sido un verdadero honor, y soy muy afortunada de haber tenido la oportunidad de trabajar con todos ustedes”.

La primera imagen de un agujero negro nos recuerda que los seres humanos fuimos creados para crear en comunidad.

 

La primera imagen de un agujero negro nos recuerda que los seres humanos fuimos creados para crear en comunidad (Gn. 2:18). En nuestro pecado, muchas veces usamos este poder humano para nuestro propio beneficio (¿recuerdas la torre de Babel?); y también solemos apuntar con el dedo en lugar de asumir la culpa (Gn. 3:12). Con todo, en su gracia común, Dios todavía nos permite disfrutar del gozo de asombrarnos, descubrir, y producir juntos. ¿Cuánto más maravilloso será esto en la gloria?

Lo que aprendemos de Dios

En nuestro intento por descubrir cómo funciona el universo, descubrimos al Dios que lo creó.

Que mentes humanas hayan predicho la realidad de los agujeros negros más de cien años antes de tener pruebas directas de su existencia nos muestra lo infinitamente superior que es la mente de Aquel que nos creó. El tamaño de este agujero negro (6.5 mil millones de veces la masa del Sol), nos da un vistazo a lo increíblemente grande del Dios que llama a cada estrella por su nombre. Solo pensar en el tiempo que la luz tarda en llegar desde M87 hasta nosotros (55 millones de años) hace que la cabeza nos dé vueltas ante la inmensidad del tiempo y el espacio.

Hoy, los seres humanos están frente a frente con uno de los misterios más grandes del universo. Es el lugar donde termina nuestro entendimiento de cómo funcionan las cosas y contemplamos —como dijo el irónicamente ateo Stephen Hawking— la mente de Dios.

Que sea para Su gloria.


[1] Where The Conflict Really Lies, p. 5.

Imagen: Event Horizon Telescope Collaboration

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.


Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día» y «Lo que contemplas te transforma». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

Acerca del Autor

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