Vida Cristiana

Fuiste hecho para más que una vida de comodidad y entretenimiento

Las manos del niño, agarrotadas de frío, rompieron con emoción el papel que envolvía la barra de chocolate. Un resplandor dorado le iluminó el rostro.

Contra toda expectativa, Charlie Bucket consiguió uno de los cinco boletos que servían de invitación a la misteriosa fábrica del excéntrico Willy Wonka.

En un santiamén, el flacucho pequeño pasó de ser pobre a ser dueño de un tesoro por el que miles de personas habrían ofrecido cualquier cosa por conseguir. Y lo hicieron.

«Escucha», susurró el hombre. «Te lo compraré. Te daré cincuenta dólares. ¿Qué te parece, eh? Y también te daré una bicicleta nueva. ¿De acuerdo?».

«¿Estás loco?» gritó una mujer que estaba parada igualmente cerca. «¡Por Dios, le daría quinientos dólares por ese boleto! ¿Quieres vender ese boleto por quinientos dólares, joven?».

Charlie Bucket estaba aturdido. Afortunadamente, no estaba solo.

«¡Eso es suficiente!» gritó el gordo dueño de la tienda, abriéndose paso entre la multitud y tomando a Charlie firmemente del brazo. «¡Dejen al chico en paz, por favor! ¡Abran paso! ¡Déjenlo salir!».

El comerciante miró fijamente a Charlie y no permitió que perdiera de vista lo valioso que era el pedazo de papel que tenía en las manos.

«No se lo des a nadie. Llévalo directo a casa rápidamente antes de que lo pierdas. Corre todo el camino y no te detengas hasta que llegues, ¿entendiste?» (Roald Dahl, Charlie and the
Chocolate Factory, pp. 45-46).


Charlie entendió y corrió. Así fue como su vida cambió para siempre.

La invitación más maravillosa del mundo

En Charlie y la fábrica de chocolate, una historia del autor británico Roald Dahl, podemos experimentar la maravilla de ser invitado a ser parte de algo único.

Entre las páginas de este libro, descubrimos cómo la vida se transforma por completo cuando alguien muy especial te llama y tú lo escuchas. Por supuesto, la historia no hubiera sido historia si Charlie hubiera vendido ese boleto dorado y regresado a casa con quinientos dólares. Perder —aun peor, entregar voluntariamente— algo tan valioso hubiera sido una tragedia.

Me pregunto si nos damos cuenta de la tragedia que nosotros mismos protagonizamos con demasiada frecuencia. Tú y yo tenemos entre las manos algo mucho más precioso que un boleto y estamos permitiendo que nos lo arrebaten.

De hecho, lo estamos regalando voluntariamente. Lo intercambiamos por billetes y bicicletas metafóricas.

Es una invitación, pero no a una fábrica fantástica de dulces, sino a ser parte de la misión del Creador del universo de reunir todas las cosas en Cristo (Ef 1:10).

Los cristianos hemos sido llamados a contarle al mundo acerca de cómo Dios, Jesús, ha traído redención. Los discípulos de Cristo hemos sido enviados a hacer otros discípulos de Cristo, para que así el reino de Dios se establezca en los corazones de muchos, para gloria y alabanza de Dios (Mt 28:18).

"Los cristianos hemos sido llamados a contarle al mundo acerca de cómo Dios, Jesús, ha traído redención"

Muchos leerán las oraciones anteriores y exclamarán «¡Amén!». El problema es que no vivimos cada día como si tuviéramos esa maravillosa tarea entre las manos.

En lugar de caminar a cada instante con los dos más grandes mandamientos —amar a Dios y al prójimo— y la gran comisión —hacer discípulos de todas las naciones— en el frente y en el centro de nuestras vidas, dejamos que los días pasen entre afanes y entretenimiento.

Nos esforzamos mucho, pero no por ver el avance del evangelio en los corazones de las personas que nos rodean, sino por construir vidas cómodas. Y entre más cómodas son nuestras vidas, más matamos el tiempo y la energía que nos sobra entreteniéndonos en una pantalla.

Esta manera de vivir no nos satisface (siempre estamos buscando más comodidades y más pantalla), pero en lugar de volvernos al Señor para encontrar nuestra satisfacción en Él y que

Él nos diga en dónde deberíamos invertir nuestros esfuerzos, nos ponemos una nueva meta vacía (más comodidades) o ignoramos la insatisfacción con algo nuevo con qué entretenernos (más pantalla).

Despreciando el boleto dorado

¿Qué pasa con nosotros? La triste realidad es que con demasiada frecuencia vivimos como si nuestros años nos pertenecieran y como si el cristianismo fuera una herramienta para que nos vaya bien en la vida.

«Si vamos a la iglesia», pensamos, «Dios estará contento con nosotros y nos dará la casa, el trabajo, los hijos, el grado académico y la estabilidad emocional con la que soñamos».

O podría ser que no vivamos en misión porque pensamos que el mandamiento de Jesús a hacer discípulos es solo para los pastores y líderes de nuestras iglesias.

Consideramos que nuestro rol como creyentes es asistir el domingo a la iglesia, servir de vez en cuando en algún ministerio y aportar económicamente para construir un lugar al que las personas puedan venir a escuchar el evangelio predicado.

Tal vez somos tímidos o introvertidos… eso de hablar «no es nuestro don». O quizá queremos hablar, pero no sabemos qué decir. Pensamos que no tenemos el conocimiento necesario para hablar efectivamente acerca de Jesús y lo que Él hizo para salvarnos.

Puede ser cualquiera de estas cosas u otra más, pero todo acaba en el mismo lugar: la comodidad y el entretenimiento nos paralizan e impiden vivir en la misión.

En el mejor de los casos, combinamos la comodidad y el entretenimiento para tener una copia barata de la misión:

– Vemos horas de sermones en Internet en lugar de invertir tiempo en predicar el evangelio a nuestros familiares.

– Comentamos con unas «manitas de oración» la noticia de alguna tragedia mientras ignoramos al vecino que no tiene comida ni esperanza.

– Compartimos imágenes con versículos bíblicos mientras nuestras biblias se encuentran olvidadas en un rincón.


– Vestimos de piedad la desobediencia al Señor. Jesús nos dijo «vayan» y nosotros respondemos «¿puedo hacerlo desde mi cama?».

Despierta: ¡Tienes una misión!

Es hora de recordar que nuestra vida no es nuestra, sino de Dios. Si Él nos tiene aquí todavía es con un propósito mucho mayor que construir una vida cómoda y pasar el rato entretenidos.

Por supuesto, podemos disfrutar de nuestros hogares, trabajos y ministerios, pero debemos hacerlo mientras vemos cada uno de estos lugares como centros de la misión, donde hacemos discípulos de Jesús y somos discipulados por otros.

"La comodidad y el entretenimiento nos paralizan e impiden vivir en la misión"

Y no, esta no es una misión para unos cuantos. Es una misión para cada cristiano. Tú tienes dones y talentos que te han sido dados para la edificación del cuerpo de Cristo, para que ayudes a tus hermanos y hermanas a ser más como Jesús (Ef 4:1-16).

Como todos tenemos dones diferentes, ser parte de la misión no lucirá igual para todos (no tienes que pararte sobre una caja roja a predicar en un parque), pero eso no significa que no somos parte de la misión. Y sí, quizá no puedas explicar cada concepto teológico con la maestría de tu predicador favorito, pero eso no significa que no tengas nada que ofrecer ahora mismo. Jesús nos dijo «vayan» y nosotros debemos responder «sí, Señor».

Muchos cristianos hoy estamos como Charlie, paralizados con un boleto dorado en la mano. Cientos de voces a nuestro alrededor nos piden que intercambiemos el tesoro de la misión de Jesús por un montón de comodidades y entretenimientos que en el momento parecen atractivos, pero al final no valen nada.

El mundo nos seduce para que, en lugar de vivir enfocados en andar en los dos grandes mandamientos y la gran comisión, que nos ha sido entregada hasta que Cristo regrese, vivimos para tratar de satisfacer nuestra hambre de propósito a través de una vida tranquila y una pantalla.

Si Charlie hubiera intercambiado ese boleto en la tienda de golosinas lo hubiera perdido para siempre, pero la buena noticia es que nosotros todavía tenemos la oportunidad de ocuparnos en lo que hemos desatendido. En Cristo Jesús, la misericordia de Dios es nueva cada mañana.

En cada momento de nuestra existencia aquí en la tierra, el Señor nos da una oportunidad para caminar en obediencia a Él, levantando la mirada de nuestros dispositivos para servir a nuestro prójimo y glorificar el nombre de Dios con alegría. Empieza hoy.

Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

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