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Lectura de Hoy

04-03-2024

Devocional

Devocional: Lucas 18

Cada una de las cuatro unidades de Lucas 18 se presta al malentendido; cada una de ellas se comprende clarísimamente cuando se lee en el contexto de las otras cuatro.

La primera (Lucas 18:1-8) es una parábola que Jesús explica a sus discípulos “para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse” (18:1). Un juez injusto se encuentra sometido a una presión continua por parte de una viuda, de modo que acaba por concederle la justicia que ella reclama. “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles?” (18:7). Si hasta este juez injusto finalmente hace justicia, ¿cuánto más lo hará Dios, al suplicarle sus “escogidos”? Por sí sola, por supuesto, esta parábola podría interpretarse en el sentido de “cuánto más oras, más recibirás” – una especie de acuerdo proporcional, justamente la clase de “oración” que Jesús mismo critica en otra parte (Mateo 6:5-15). Pero el último versículo (18:8) nos muestra el quid de la cuestión: “No obstante, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. El problema no es que Dios no está dispuesto a conceder nuestras peticiones, sino que somos demasiado indiferentes o perezosos para pedir.

La segunda parábola (18:9-14) describe el caso de un fariseo y un recaudador de impuestos que acuden al templo para orar. Algunos relativistas contemporáneos deducen de este relato que Jesús acepta a todo el mundo, sean los que sean sus pecados persistentes, sus hábitos o su estilo de vida. Sólo rechaza a los hipócritas religiosos que se justifican a sí mismos. Es cierto que Jesús rechaza a estos últimos. No obstante, la parábola no da la impresión de que el recaudador de impuestos tuviese la intención de con­tinuar pecando. Más bien, suplica la misericordia de Dios, consciente de lo que es; acude a Dios desde una necesidad personal que él mismo ha reconocido.

En la tercera parábola (18:15-17), Jesús insiste en que los niños pequeños le sean traídos “porque el reino de Dios es de quienes son como ellos”. Uno debe recibir “el reino de Dios como un niño” o quedar sin recibirlo. No obstante, esta parábola no quiere recomendar un comportamiento infantil en todos los sentidos: la ingenuidad, el pensar a corto plazo, la inmadurez moral, el ‘NO’ perpetuo de los terribles chiquillos. Pero los niños gozan de una gran apertura, una libertad refrescante de toda autopromoción, una sencillez que simplemente pide y confía.

En la cuarta unidad (18:18-30), Jesús dice al rico gobernador que venda todos sus bienes y dé lo que tiene a los pobres, y que luego, si quiere tener riquezas en el cielo, siga a Cristo. ¿Acaso esto quiere decir que sólo a base del ascetismo y la penuria gozará alguien las bendiciones celestiales? ¿No se trata más bien de que Cristo pone de manifiesto y desmonta el verdadero dios de este hombre, y el cimiento más bien patético de su confianza en sí mismo, a fin de que simplemente ponga su confianza en Jesús y le siga plenamente, sin apegos?

¿Podéis ver lo que hace que estos cuatro relatos estén cohesionados entre sí?

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.

Devocional: Job 33

Uno de los diálogos entre Job y los “miserables consoladores” hace un alto en el camino, un nuevo personaje aparece en escena. El discurso de Eliú ocupa los capítulos 32-37. Es un hombre joven que no ha hablado hasta ahora porque el protocolo de la época exigía que los más mayores hablasen primero. Eliú aparece como un individuo bastante presuntuoso que ha estado conteniéndose de hablar hasta este momento. Sin embargo, las palabras manan ahora de su boca como un torrente (como él mismo reconoce, 32:18-21) y promete que no adulará a nadie (32:22).

El contenido del discurso de Eliú toma forma primero en Job 33. Dejando de lado su pomposidad ligeramente defensiva, Eliú tiene algunas cosas importantes que decir. Opina de forma parecida a los demás en algunos aspectos, pero se aparta totalmente de sus errores más indignantes, de forma que la configuración total de su exposición es bastante diferente.

En este capítulo, se dirige a Job; después, lo hará a los “consoladores”. Explica dos conceptos fundamentales al primero.

En primer lugar, Eliú afirma que, aunque Job ha reconocido la grandeza de Dios (de hecho, ha insistido en ella), se ha equivocado recalcando su propia justicia, hasta el punto de que ha provocado que Dios quede como una especie de ogro.

“Pero déjame decirte que estás equivocado” (33:12). Sabiamente, Eliú para aquí. No sigue diciendo, como hicieron los tres “consoladores”, que Job debía admitir totalmente su culpabilidad. Para Eliú, el único pecado de Job es cargar a Dios con la culpa.

En segundo lugar, Eliú dice que Dios no es tan distante ni inaccesible como Job hace que lo sea (33:14 y siguientes). El Señor puede aparecerse a una persona en un extraño sueño que le advierta de abandonar un mal camino (33:15-18) o, más concretamente, hablar realmente en el lenguaje del dolor, impidiendo la arrogancia y la independencia (33:19-28). Puede hacer estas cosas más de una vez a alguien, salvando así su alma del sepulcro (33:29-30). Eliú hace preguntas relativas al sufrimiento por el que no han pasado Job o sus antagonistas. No está diciendo que el primero merezca todo lo que le está ocurriendo; de hecho, insiste en que quiere darle la razón (33:32).

Además de la importancia del asunto en sí, que el sufrimiento puede tener como propósito algo más que infligir un castigo merecido, todo este debate nos recuerda una importante lección pastoral. Por supuesto, no siempre es invariablemente así, pero, cuando dos enemigos se enfrentan y ninguno de ellos cede un milímetro, no han reflexionado adecuadamente acerca de todos los parámetros del tema


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.

Éxodo 15

Cántico triunfal de Moisés

15 Entonces Moisés y los israelitas cantaron este cántico al Señor, y dijeron:

«Canto al Señor porque ha triunfado gloriosamente;
Al caballo y a su jinete ha arrojado al mar.
Mi fortaleza y mi canción es el Señor,
Y ha sido para mí salvación;
Este es mi Dios, y lo glorificaré,
El Dios de mi padre, y lo ensalzaré.
El Señor es fuerte guerrero;
El Señor es Su nombre.
Los carros de Faraón y su ejército arrojó al mar,
Y los mejores de sus oficiales se ahogaron en el Mar Rojo.
Los abismos los cubren;
Descendieron a las profundidades como una piedra.
Tu diestra, oh Señor, es majestuosa en poder;
Tu diestra, oh Señor, destroza al enemigo.
En la grandeza de Tu excelencia derribas a los que se levantan contra Ti;
Envías Tu furor, y los consumes como paja.
Al soplo de Tu aliento se amontonaron las aguas,
Se juntaron las corrientes como en un montón;
Se cuajaron los abismos en el corazón del mar.
El enemigo dijo: “Perseguiré, alcanzaré, repartiré el despojo;
Se cumplirá mi deseo contra ellos;
Sacaré mi espada, los destruirá mi mano”.
10 Soplaste con Tu viento, los cubrió el mar;
Se hundieron como plomo en las aguas poderosas.
11 ¿Quién como Tú entre los dioses, oh Señor?
¿Quién como Tú, majestuoso en santidad,
Temible en las alabanzas, haciendo maravillas?
12 Extendiste Tu diestra,
Los tragó la tierra.
13 En Tu misericordia has guiado al pueblo que has redimido;
Con Tu poder los has guiado a Tu santa morada.
14 Lo han oído los pueblos y tiemblan;
El pavor se ha apoderado de los habitantes de Filistea.
15 Entonces se turbaron los príncipes de Edom;
Los valientes de Moab se sobrecogieron de temblor;
Se acobardaron todos los habitantes de Canaán.
16 Terror y espanto cae sobre ellos;
Por la grandeza de Tu brazo quedan inmóviles, como piedra,
Hasta que Tu pueblo pasa, oh Señor,
Hasta que pasa el pueblo que Tú has comprado.
17 Tú los traerás y los plantarás en el monte de Tu heredad,
El lugar que has hecho para Tu morada, oh Señor,
El santuario, oh Señor, que Tus manos han establecido.
18 El Señor reinará para siempre».

19 Porque los caballos de Faraón con sus carros y sus jinetes entraron en el mar, y el Señor hizo volver sobre ellos las aguas del mar. Pero los israelitas anduvieron por en medio del mar sobre tierra seca. 20 Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó en su mano el pandero, y todas las mujeres salieron tras ella con panderos y danzas. 21 Y Miriam les respondía:

«Canten al Señor porque ha triunfado gloriosamente;
Al caballo y su jinete ha arrojado al mar».

Las aguas de Mara

22 Moisés hizo partir a Israel del Mar Rojo, y salieron hacia el desierto de Shur. Anduvieron tres días en el desierto y no encontraron agua. 23 Cuando llegaron a Mara no pudieron beber las aguas de Mara porque eran amargas. Por tanto al lugar le pusieron el nombre de Mara. 24 El pueblo murmuró contra Moisés diciendo: «¿Qué beberemos?».

25 Entonces Moisés clamó al Señor, y el Señor le mostró un árbol. Él lo echó en las aguas, y las aguas se volvieron dulces. Y Dios les dio allí un estatuto y una ordenanza, y allí los puso a prueba. 26 Dios les dijo: «Si escuchas atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo que es recto ante Sus ojos, y escuchas Sus mandamientos, y guardas todos Sus estatutos, no te enviaré ninguna de las enfermedades que envié sobre los egipcios. Porque Yo, el Señor, soy tu sanador».

27 Entonces llegaron a Elim, donde había doce fuentes de agua y setenta palmeras, y acamparon allí junto a las aguas.

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Lucas 18

Parábola de la viuda y el juez injusto

18 Jesús les contó una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer: «Había en cierta ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre alguno. También había en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él constantemente, diciendo: “Hágame usted justicia de mi adversario”. Por algún tiempo el juez no quiso, pero después dijo para sí: “Aunque ni temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continuamente me agote la paciencia”».

El Señor dijo: «Escuchen lo que dijo* el juez injusto. ¿Y no hará Dios justicia a Sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles? Les digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?».

Parábola del fariseo y el publicano

Dijo también Jesús esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. 11 El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. 12 Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano”. 13 Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador”.

14 »Les digo que este descendió a su casa justificado pero aquel no; porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que se humilla será engrandecido».

Jesús y los niños

15 Y traían a Jesús aun a los niños muy pequeños para que los tocara. Al ver esto los discípulos, los reprendían. 16 Pero Jesús, llamándolos a su lado, dijo: «Dejen que los niños vengan a Mí, y no se lo impidan, porque de los que son como estos es el reino de Dios. 17 En verdad les digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él».

El joven rico

18 Cierto hombre prominente le preguntó a Jesús: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

19 Jesús le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios. 20 Tú sabes los mandamientos: “No cometas adulterio, no mates, no hurtes, no des falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre”». 21 «Todo esto lo he guardado desde mi juventud», dijo el hombre.

22 Cuando Jesús oyó esto, le dijo: «Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme». 23 Pero al oír esto, se puso muy triste, pues era sumamente rico.

24 Mirándolo Jesús, dijo: «¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas! 25 Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios». 26 Los que oyeron esto, dijeron: «¿Y quién podrá salvarse?». 27 «Lo imposible para los hombres es posible para Dios», respondió Jesús.

28 Y Pedro dijo: «Nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». 29 Entonces Él les contestó: «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por la causa del reino de Dios, 30 que no reciba muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero, la vida eterna».

Jesús anuncia Su muerte por tercera vez

31 Tomando aparte a los doce discípulos, Jesús les dijo: «Miren, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que están escritas por medio de los profetas acerca del Hijo del Hombre. 32 Pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burla, afrentado y escupido; 33 y lo azotarán, y después lo matarán, y al tercer día resucitará». 34 Pero ellos no comprendieron nada de esto. Este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía.

Curación de un ciego

35 Aconteció que al acercarse Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando. 36 Al oír que pasaba una multitud, preguntaba qué era aquello. 37 Y le informaron que pasaba Jesús de Nazaret. 38 Entonces gritó: «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!».

39 Y los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten misericordia de mí!». 40 Jesús se detuvo y ordenó que lo trajeran; y cuando estuvo cerca, le preguntó: 41 «¿Qué deseas que haga por ti?». «Señor, que recobre la vista», contestó el ciego. 42 Jesús entonces le dijo: «Recibe la vista, tu fe te ha sanado».

43 Al instante recobró la vista y lo seguía glorificando a Dios. Cuando toda la gente vio aquello, dieron gloria a Dios.

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Job 33

Eliú censura a Job

33 »Por tanto, Job, oye ahora mi discurso,
Y presta atención a todas mis palabras.
Ahora abro mi boca,
En mi paladar habla mi lengua.
Mis palabras proceden de la rectitud de mi corazón,
Y con sinceridad mis labios hablan lo que saben.
El Espíritu de Dios me ha hecho,
Y el aliento del Todopoderoso me da vida.
Contradíceme si puedes;
Colócate delante de mí, ponte en pie.
Yo, al igual que tú, pertenezco a Dios;
Del barro yo también he sido formado.
Mi temor no te debe espantar,
Ni mi mano agravarse sobre ti.

»Ciertamente has hablado a oídos míos,
Y el sonido de tus palabras he oído:
“Yo soy limpio, sin transgresión;
Soy inocente y en mí no hay culpa.
10 Dios busca pretextos contra mí;
Me tiene como Su enemigo.
11 Pone mis pies en el cepo;
Vigila todas mis sendas”.
12 Pero déjame decirte que no tienes razón en esto,
Porque Dios es más grande que el hombre.

13 »¿Por qué te quejas contra Él,
Diciendo que no da cuenta de todas Sus acciones?
14 Ciertamente Dios habla una vez,
Y otra vez, pero nadie se da cuenta de ello.
15 En un sueño, en una visión nocturna,
Cuando un sueño profundo cae sobre los hombres,
Mientras dormitan en sus lechos,
16 Entonces Él abre el oído de los hombres,
Y sella su instrucción,
17 Para apartar al hombre de sus obras,
Y del orgullo guardarlo;
18 Libra su alma de la fosa
Y su vida de pasar al Seol.

19 »El hombre es castigado también con dolor en su lecho,
Y con queja continua en sus huesos,
20 Para que su vida aborrezca el pan,
Y su alma el alimento favorito.
21 Su carne desaparece a la vista,
Y sus huesos que no se veían, aparecen.
22 Entonces su alma se acerca a la fosa,
Y su vida a los que causan la muerte.

23 »Si hay un ángel que sea su mediador,
Uno entre mil,
Para declarar al hombre lo que es bueno para él,
24 Y que tenga piedad de él, y diga:
“Líbralo de descender a la fosa,
He hallado su rescate”;
25 Que su carne se vuelva más tierna que en su juventud,
Que regrese a los días de su vigor juvenil.
26 Entonces orará a Dios, y Él lo aceptará,
Para que vea con gozo Su rostro,
Y restaure Su justicia al hombre.
27 Cantará él a los hombres y dirá:
“He pecado y pervertido lo que es justo,
Y no es apropiado para mí.
28 Él ha redimido mi alma de descender a la fosa,
Y mi vida verá la luz”.

29 »Dios hace todo esto con frecuencia a los hombres,
30 Para rescatar su alma de la fosa,
Para que sea iluminado con la luz de la vida.
31 Pon atención, Job, escúchame;
Guarda silencio y déjame hablar.
32 Si algo tienes que decir, respóndeme;
Habla, porque deseo justificarte.
33 Si no, escúchame;
Pon atención y te enseñaré sabiduría».


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2 Corintios 3

Ministros del nuevo pacto

3 ¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O acaso necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para ustedes o de parte de ustedes? Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres, siendo manifiesto que son carta de Cristo redactada por nosotros, no escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos.

Esta confianza tenemos hacia Dios por medio de Cristo. No que seamos suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios, el cual también nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.

Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, de tal manera que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro, la cual se desvanecía, ¿cómo no será aún con más gloria el ministerio del Espíritu? Porque si el ministerio de condenación tiene gloria, mucho más abunda en gloria el ministerio de justicia. 10 Pues en verdad, lo que tenía gloria, en este caso no tiene gloria por razón de la gloria que lo sobrepasa. 11 Porque si lo que se desvanece fue con gloria, mucho más es con gloria lo que permanece.

Transformados de gloria en gloria

12 Teniendo, por tanto, tal esperanza, hablamos con mucha franqueza. 13 Y no somos como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los israelitas no fijaran su vista en el fin de aquello que había de desvanecerse.

14 Pero el entendimiento de ellos se endureció. Porque hasta el día de hoy, en la lectura del antiguo pacto el mismo velo permanece sin alzarse, pues solo en Cristo es quitado. 15 Y hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. 16 Pero cuando alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado.

17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. 18 Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.

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