El pastor y teólogo John Stott concebía la labor pastoral de predicar como un puente entre el mundo de la Palabra de Dios y el mundo contemporáneo en el que los pastores viven y ministran. Esta analogía trasciende el púlpito y se extiende a todo creyente comprometido con su fe.
Así como el predicador debe crear ese puente que inicia al comprender las realidades cambiantes de su época a la luz de la verdad eterna de las Escrituras, cada creyente tiene el llamado de Dios a desempeñar un papel similar al reflejar y promover el evangelio en una sociedad cambiante. De esta manera, cada creyente se convierte en un mediador entre la verdad divina y las realidades humanas, que busca aplicar los valores y las enseñanzas de la Escritura en los contextos culturales y sociales actuales.
En ese sentido, tenemos un doble llamado: adentrarnos en el mundo del texto bíblico y procurar interpretar nuestro mundo a la luz del texto.
El llamado a adentrarnos en el mundo del texto
Aquel que ha sido unido a Cristo por medio de la gracia de Dios hace de las Escrituras su autoridad y guía. El teólogo puritano Thomas Watson solía decir que «los dos testamentos en las Escrituras son los dos labios por medio de los cuales Dios nos habla» (Tratado de teología p. 18).
Como declara la Palabra misma: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2 Ti 3:16). Observa que este verso contiene cuatro verbos importantes: enseñar, reprender, corregir e instruir. Debido a este carácter práctico de la Palabra, los puritanos también solían decir que la Palabra de Dios contiene credenda et facienda (lat. cosas para creer y para practicar).
Lamentablemente, algunas iglesias evangélicas adoptan una especie de postura gnóstica al asumir que la vida de los creyentes se desarrolla en «grados» de iluminación: creen que los cristianos comunes son aquellos que leen la Biblia los domingos, mientras que los súpercristianos se adentran en las profundidades de las Escrituras.
Pablo no vería esto como correcto bajo ninguna circunstancia, ya que adentrarse en el mundo del texto bíblico —conocerlo, comprenderlo y vivirlo— es el llamado principal para todo hijo de Dios (p. ej., Jos 1:9; Sal 119; Esd 7:10; Jn 5:39). Este llamado no es solo para el pastor de la iglesia o para el estudiante que cursa un doctorado en teología, sino para todo aquel que llama Señor a Cristo.
La postura de cualquier cristiano genuino que comprende este llamado es la misma del salmista que rogaba habitualmente: «Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley» (119:18). No existe tal cosa como un cristiano que odie la Palabra de Dios, de la misma manera que no existe un organismo que pueda vivir sin alimento. Debido a esto, el cristiano puede ser comparado con aquel «ciervo que anhela las corrientes de agua» (Sal 42:1). No obstante, esto va de la mano con un segundo llamado a tener en cuenta.
El llamado a interpretar “el mundo con el texto”
En ocasiones, los cristianos podemos caer en el error de encerrarnos en nuestra propia burbuja teológica con el propósito de «no contaminarnos» con lo externo. Dicha actitud puede provenir de un deseo genuino de agradar a Dios, pero también puede significar que estamos «encendiendo una luz para ponerla en el sótano» (Lc 11:13).
El llamado de Dios es sinigual. ¿Acaso Dios no ha vencido al mundo? (Jn 16:33). Su victoria sobre el mundo y Su autoridad sobre todo lo creado —en virtud de Su labor como Creador y Redentor (Col 1:16; Mt 28:18)— nos da una confianza plena en Dios de que podemos vivir en este mundo de manera sabia debido a que la victoria ya ha sido anunciada.
Pero ¿qué significa que el cristiano también tenga el llamado a ver «el mundo frente al texto»? Con esta frase me refiero a nuestro momento en la historia y la cultura, a nuestra interacción con sus costumbres y patrones, sus miedos y aspiraciones más profundas, sus expresiones y sus ídolos. Para usar una palabra del lenguaje filosófico alemán: necesitamos prestar atención al zeitgeist (espíritu de la época) a la luz de la Escritura.
Esto fue lo que Pablo hizo en su exposición del evangelio en el Areópago:
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía dentro de él al contemplar la ciudad llena de ídolos. Así que discutía en la sinagoga con los judíos y con los gentiles temerosos de Dios, y diariamente en la plaza con los que estuvieran presentes (Hch 17:16-17).