Fe y Trabajo

Los siervos excelentes no son siervos multitarea

Jaime tiene la Biblia abierta en su escritorio; dentro de unos días compartirá una reflexión desde Marcos 7 en la reunión de jóvenes de su congregación. A su izquierda están tres comentarios teológicos para ayudarlo en su estudio. Desafortunadamente, no parece que esos tomos serán consultados en el futuro cercano. Verás, Jaime no está pensando en las palabras de Jesús a los fariseos acerca de las tradiciones humanas. Mientras pasa la mirada por las palabras de la Escritura, sus pensamientos se dirigen a la pantalla de su computador.

El correo electrónico está abierto y en cualquier momento podría llegar un mensaje de su pastor (están terminando de ajustar todos los detalles para la reunión). Además, Jaime está esperando un correo del banco, porque hubo unos problemas con el depósito de su sueldo. Toma el cursor y abre una hoja de cálculo con el presupuesto del hogar: está apretado, pero con algunos ajustes su familia estará bien hasta que se resuelva el asunto del banco. ¿Cuánto deben pagar de luz este mes? Jaime abre la página web de la compañía eléctrica para revisar. Una noticia aparece en la pantalla: Avenida central cerrada por protestas. Oh, no. Toma el móvil para avisar a su esposa que ir por los niños al colegio quizá le tomará más tiempo de lo normal. Se encuentra con tres mensajes, un meme y un enlace para un video de YouTube de su comentarista social favorito.

Tiempo después (mucho o poco, quién sabe), Jaime levanta la cabeza y se da cuenta de que es hora de salir de la oficina. Derrotado, le cuesta admitir que pasó la mañana haciendo un montón de cosas y terminó sin hacer nada. Se consuela con un suspiro, diciendo algo parecido a «¡Hay tanto por hacer para el reino! No alcanza el tiempo, qué ocupado estoy». Se convence de que está siendo fiel, ignorando la triste realidad: en muchos aspectos está siendo un necio.

Y es que Jaime no ha entendido que los siervos fieles no son siervos multitarea. No son siervos que saltan de un lado a otro, dejando las cosas a medias pretendiendo estar enfocados en cinco cosas a la vez. Los siervos fieles se enfocan en la tarea que tienen delante y la realizan con excelencia, porque saben que solo Dios es omnipresente. Los siervos fieles reconocen que son criaturas limitadas: los seres humanos solo podemos estar en un lugar a la vez, en nuestro cuerpo y en nuestra mente.

Reconoce tus límites

Es tristemente común que las personas se convenzan de que están limitadas de tal manera que les resulta imposible alcanzar metas buenas y justas («es que yo no nací para las matemáticas» o «soy demasiado viejo para entender la Biblia»). Es bueno despertar de este engaño y reconocer que Dios nos dio cerebros capaces de desarrollarse y aprender. Con todo, debemos tener cuidado de no cometer este error en la dirección opuesta: fingiendo que no existen límites reales en nuestra condición humana y frustrarnos al pensar que hay algo malo con nosotros cuando nos topamos con ellos.

Los siervos fieles se enfocan en la tarea que tienen delante y la realizan con excelencia, porque saben que solo Dios es omnipresente

 

Una manera en que los seres humanos somos limitados es en nuestra incapacidad de realizar de manera adecuada más de una actividad que requiera nuestra atención consciente a la vez. Nota que no dije «incapacidad de realizar más de una cosa a la vez».

Todos podemos hacer más de una cosa a la vez. Yo estoy, por ejemplo, respirando mientras escribo estas palabras. Es muy probable que puedas caminar mientras charlas con un amigo o escuchas un audiolibro. Pero caminar y respirar son cosas que hacemos sin prestar atención consciente. Respirar es un instinto y aprendimos a caminar hace varias décadas. Nuestra atención puede colocarse en otros lados mientras que otros sistemas cognitivos que funcionan fuera de nuestra consciencia se encargan de caminar y respirar «en automático». El problema surge cuando queremos realizar al mismo tiempo dos tareas que necesitan de nuestra atención para completarse: estudiar la Biblia y responder un correo electrónico, ajustar un presupuesto y leer las noticias, enviar un mensaje y comprender el argumento de un video. No puedes hacerlo porque tu cerebro no está diseñado para hacerlo.

¿Por qué insistimos en ir en contra de este límite real de nuestra mente? Pienso en cuatro razones:

1. No queremos planear

Sabemos que tenemos mucho que hacer; Jaime debe preparar una enseñanza, organizar una reunión, revisar un presupuesto, pelearse con el banco y traer a sus hijos a casa. Desafortunadamente, la mayoría de nosotros no sabemos cuándo y cómo hemos de hacer lo que tenemos que hacer. La mayoría de nosotros no planeamos.

En lugar de seguir el principio de Proverbios 16:3 —«Encomienda tus obras al SEÑOR, / Y tus propósitos se afianzarán»—, simplemente permitimos que las responsabilidades caigan encima del escritorio metafórico de nuestras vidas, sin preguntarnos cuánto tiempo y energía requerirán de nosotros ni cuál es el proceso a través del cual completaremos cada actividad.

Esta falta de planeación resulta en que brincamos de un lado a otro, apagando fuegos urgentes, en lugar de caminar con propósito y diligencia para cumplir las responsabilidades que el Señor ha puesto en nuestras manos. Demasiados de nosotros invertimos muy poco tiempo preparándonos para andar en las buenas obras que Dios ya preparó para nosotros (Ef 2:10).

2. No queremos estar incómodos

Muchas tareas importantes en nuestras vidas son incómodas:

  • Preparar una charla me revela lo poco que sé y lo difícil que es expresar las ideas de manera concisa y precisa. ¿Qué tal si reviso el correo mientras se me ocurren algunos ejemplos para el punto dos de mi argumento?
  • Ajustar el presupuesto me hace sentir culpable porque gasté de más en libros la semana pasada. ¿Por qué no veo un video de YouTube sobre el ahorro?
  • Hacer mis ejercicios de cálculo diferencial es agotador para mi mente. ¿Será que poner ruido de fondo, usando mi serie de televisión favorita, me ayudará a concentrarme?

Somos muy creativos para justificar nuestro deseo de huir de la incomodidad.

Saltar de una actividad a otra no está ayudándonos a concentrarnos, todo lo contrario. Nuestra mente necesita tiempo para «calentar motores» —determinando el objetivo de la tarea y seleccionando la información relevante que necesitamos para completarla— y entrar de lleno en la actividad que tenemos delante. Suspender este proceso al saltar a un nuevo contexto cognitivo nos hace sentir mejor solo un momento. Al final, las cosas terminan tomándonos mucho más tiempo del que pudieron tomar inicialmente, si nos hubiéramos enfocado en una actividad de principio a fin (y también resultan en un trabajo de menor calidad).

3. No queremos «quedar mal»

Esta excusa suele tomar la forma de «Yo quisiera enfocarme en una sola cosa a la vez, pero otros [mi jefe, los hijos, los miembros de la iglesia, mi mamá y las tareas de la casa, etc.] no me dejan». Si bien es cierto que en algunas etapas de la vida es poco realista esperar enfocarte en una actividad sin interrupción por más de unos minutos (lo sé, tengo dos hijos), la realidad es que gran parte de nuestra dinámica multitarea es autoinfligida: si tienes un devocional durante la siesta de tus pequeños, nadie te está obligando a abrir tu Biblia en tu tablet con diez aplicaciones listas para distraerte de la lectura.

Esta es una trampa sutil: que nuestro interés esté en la apariencia de fidelidad y no en la verdadera fidelidad al Señor

 

No podemos dejar de considerar uno de los más grandes imanes para el multitarea: nuestros móviles. Algunos de nosotros planeamos y eliminamos las escapatorias del entretenimiento solo para terminar sucumbiendo al multitarea porque alguien nos envió un mensaje que simplemente tenemos que contestar ahora mismo, o porque alguien nos envió un correo electrónico pidiéndonos un documento que tenemos que enviar en este mismísimo instante.

Por supuesto, algunas interrupciones en la vida son realmente apremiantes (si eres médico de emergencias, no ignores tu teléfono), pero la gran mayoría solo son urgentes en nuestra imaginación. Nos sentimos obligados a atenderlas no porque realmente sea imposible aplazarlas unas horas, sino porque no queremos que alguien piense mal de nosotros o se ofenda porque no respondimos de inmediato.

En lugar de ser buenos mayordomos de nuestra atención, la entregamos por todos lados para intentar «quedar bien» con todo el mundo, sin darnos cuenta de que estamos «quedando mal» con el Señor a quien servimos, porque hicimos a medias la tarea que Él nos llamó a hacer.

4. No queremos dejar de sentirnos importantes

Finalmente, a algunos de nosotros simplemente nos gusta vivir ajetreados. Nos sentimos importantes, útiles y necesitados cuando saltamos de un lugar a otro atendiendo a cualquier actividad o persona que demande nuestra atención, sea cual sea el momento en que lo haga.

Esta es una trampa sutil: nuestro interés está en la apariencia de fidelidad y no en la verdadera fidelidad al Señor. No nos interesa hacer con excelencia las tareas que Dios nos llamó a hacer; nos interesa sentir que estamos haciendo muchas cosas para Él (y que de paso otros nos vean haciendo muchas cosas para Él) sin importar si las terminamos bien.

Sé fiel, no multitarea

Lo que llamamos «multitarea» es en realidad obligar a nuestra mente a saltar de un lado a otro. Insistir en invertir nuestro tiempo y energía de esta manera solo resulta en frustración y en un montón de tareas medio completadas al final del día.

¿Queremos honrar a nuestro Dios, realizando nuestras tareas con dedicación y excelencia, reconociendo la limitación de nuestras mentes de solo poder estar en un lugar a la vez? Pidámosle al Señor que examine nuestro corazón para ver si realmente estamos haciendo todo «de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Col 3:23). Si no es así, corramos a Cristo, en quien hay gracia para ser perdonados y transformados en siervos fieles que se parecen cada vez más al Siervo fiel.


Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

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