Vida Cristiana

No uses tu descanso como excusa para la pereza

He pasado junto al campo del perezoso
Y junto a la viña del hombre falto de entendimiento,
Y vi que todo estaba lleno de cardos,
Su superficie cubierta de ortigas,
Y su cerca de piedras, derribada.

Cuando lo vi, reflexioné sobre ello;
Miré, y recibí instrucción.

«Un poco de dormir, otro poco de dormitar,
Otro poco de cruzar las manos para descansar»,
Y llegará tu pobreza como ladrón,
Y tu necesidad como hombre armado (‭‭Pr‬ ‭24‬:‭30‬-‭34).

Uno de mis teólogos favoritos (mi esposo) dijo en cierta ocasión: «No te hagas tonto tú solo». Es una advertencia que vale la pena considerar continuamente. La razón es que a los seres humanos nos encanta salirnos con la nuestra, engañándonos a nosotros mismos en el proceso si es necesario. Lo hacemos en nuestra productividad: «Mañana lo hago, solo tomará unos cinco minutos». Lo hacemos en nuestras relaciones: «Sí, sí… nos enviamos mensajes coquetos todo el día, pero solo somos amigos». Lo hacemos en el teléfono: «No estoy viendo nada malo, no seas legalista. ¡La Biblia no dice cuántas horas podemos pasar en Internet!».

También, como vemos en Proverbios, nos hacemos tontos abusando de nuestro reposo: «Hey, no me juzgues: Dios nos llama a descansar; es hora de dormitar». Utilizamos la verdad de que a Dios le importa nuestro descanso para justificar nuestra falta de diligencia. Nos engañamos a nosotros mismos todo lo que podemos, hasta que la realidad nos golpea en la cara.

Una viña que se cae a pedazos

Todos tenemos distintas áreas de responsabilidad que requieren de nuestra continua diligencia para que florezcan de manera adecuada. Probablemente no estamos administrando un campo, pero tenemos hogares, iglesias, ministerios o lugares de trabajo en los cuales hemos sido llamados a invertir nuestros dones, energía, tiempo y atención.

Dios nos creó a Su imagen para reflejar Su gloria ejerciendo dominio sobre esta tierra como Sus representantes, amando a nuestro prójimo como hemos sido amados y haciendo discípulos que conozcan y vivan el evangelio de Jesús. Muchas veces, sin embargo, olvidamos el maravilloso privilegio de este llamado y nos conformamos con hacer lo mínimo para que nuestros hogares, iglesias, ministerios y lugares de trabajo funcionen. No trabajamos como para el Señor. Las cosas avanzan, pero no avanzan bien.

Todos tenemos distintas áreas de responsabilidad que requieren de nuestra continua diligencia para que florezcan de manera adecuada

 

La pila de platos sucios tiene dos semanas acumulándose y amenaza con derribarse como la cerca de piedra del perezoso. El sermón preparado en menos de dos horas está lleno de malas hierbas. Los correos electrónicos y proyectos medio completados saturan nuestra lista de tareas como cardos espinosos. No hemos sido diligentes para limpiar, organizar, reparar y preparar. Al principio parece que no pasa nada; nos decimos que son detalles menores que hemos ignorado «en un descuido», sin admitir que son evidencia de nuestra pereza. Si los dejamos pasar sin arrepentirnos y hacer cambios, nuestra viña metafórica empezará a caerse a pedazos y nos veremos obligados a lidiar con las consecuencias más severas de nuestra negligencia.

Sucede de repente, como el ataque de un ladrón o un hombre armado (Pr 24:34). El hijo que creció sin escuchar regularmente las verdades de la Biblia anuncia en la cena que ya no cree en Dios. La mujer que tiene quince años asistiendo a tu congregación te llama para avisar que se está divorciando, aunque tú no tenías la menor idea de que desde hace una década solo habla en monosílabos con su marido. El jefe te llama para avisarte que este será tu último mes en la compañía y que no le pidas una carta de recomendación: no tiene nada bueno que decir acerca de tu trabajo.

Por supuesto, hay ocasiones en que nuestras viñas colapsan por el pecado de otros, porque estamos intentando hacer demasiadas cosas, porque no pedimos ayuda o porque nuestras expectativas son poco realistas (no, no necesitas una casa estilo Instagram; no, no tienes que predicar como Sugel Michelén; no, no tienes que ser el número uno en ventas todos los meses). Pero también hay ocasiones —más de las que nos gustaría admitir— en las que nuestras viñas están colapsando por nuestra negligencia, pereza y falta de entendimiento.

¿Eres como el perezoso?

Una pista de que estamos viviendo como el falto de entendimiento de Proverbios 24 es que no tenemos tiempos regulares de esfuerzo y reposo.

En Cristo Jesús encontramos la sabiduría para no cansarnos de hacer el bien, arrepintiéndonos por nuestra pereza y caminando en diligencia

 

No hemos buscado sabiduría para discernir cuándo es tiempo de trabajar y cuándo es tiempo de descansar. O quizá sabemos el tiempo, pero no lo respetamos. En ambos casos terminamos trabajando a medias y descansando a medias, diciendo «un poco de dormir, otro poco de dormitar, otro poco de cruzar las manos para descansar» (v. 33), cuando en realidad es momento de ser diligentes. Además, durante el reposo, no hacemos actividades que realmente nos llenen de vigor, sino que saturamos nuestras mentes de entretenimiento para apaciguar la preocupación por todo lo que nos queda por hacer porque no hemos trabajado bien en el tiempo adecuado.

Otra pista de nuestra negligencia es lo que otros aprenden de nosotros. Esto se revela más bien en lo que no nos dicen. Cuando admiramos a alguien por su diligencia, no podemos evitar preguntar: «¿Cómo lo haces?». Cuando alguien cumple con excelencia con sus responsabilidades en el hogar, el ministerio o en cualquier otra labor similar a la nuestra, queremos aprender de él o ella. Si nadie se ha acercado a ti para recibir consejo o dirección, tal vez es porque —solo con ver— está aprendiendo de ti lo que no debe hacer: «He pasado junto al campo del perezoso… Cuando lo vi, reflexioné sobre ello; / Miré, y recibí instrucción» (vv. 30, 32).

Los cristianos debemos ser capaces de decir —en humildad y sabiendo que toda piedad en nosotros es fruto de la obra del Espíritu de Dios— «sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Co 11:1).

Hay esperanza

Proverbios 24 nos confronta, pero no sin esperanza.

El Siervo perfecto pagó por nuestras faltas y nos da todo lo que necesitamos para que cada día seamos más como Él. En Cristo Jesús encontramos la sabiduría para no cansarnos de hacer el bien, arrepintiéndonos por nuestra pereza y caminando en diligencia, sabiendo que nuestro trabajo jamás será en vano (Gá 6:9-10).


Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día» y «Lo que contemplas te transforma». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

Acerca del Autor

0.00 avg. rating (0% score) - 0 votes
Mostrar Más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Back to top button
18405