Los fariseos en el Nuevo Testamento nos recuerdan que es posible creer que somos temerosos de Dios, cuando en realidad nos engañamos a nosotros mismos y buscamos nuestra gloria en vez de la gloria de Dios, al ser presas del temor al hombre (Jn 5:44).
Ellos son una prueba de que la fe no puede crecer en un corazón enfocado en la aprobación humana, y este es uno de los problemas más grandes en la iglesia hoy, cuando muchas personas desean fama e influencia y vemos tanta autopromoción en el cuerpo de Cristo. Actitudes que son claramente vanidosas y egocéntricas ahora son normales en el mundo y la iglesia.
Piensa, por ejemplo, en cómo tenemos a líderes más interesados en ser influencers y famosos que en ser siervos fieles en sus iglesias, incluso si eso implica mayor anonimato. Esta es una tentación para mí, y apuesto a que en algún punto lo será para ti, si todavía no lo es. Pero la«influencia» que el mundo valora nunca será suficiente. De hecho, cuando pasas tiempo buscando la gloria de los hombres, es normal que descuides la intimidad con Dios en lo secreto (comp. Mat. 6:5‑6).
Entonces empiezas a vivir una doble vida: una en la iglesia, en redes sociales, o en público; y otra descuidando en lo privado tu relación con Dios. Así es más fácil que llegue la caída moral, y luego los cristianos nos sorprendemos de los líderes que parecían ser piadosos y usados por Dios, pero que se apartan de la fe o caen en pecados notorios que les quitan credibilidad. A decir verdad ¿qué estábamos esperando?
Es crucial que los líderes entendamos que no somos llamados a buscar nuestra propia gloria siendo gobernados por el temor al hombre. Ni siquiera en nombre de «compartir el evangelio», «alcanzar a los jóvenes» o «ser buenos mayordomos de la influencia que tenemos». Un millón de «me gusta», aplausos, palmadas en la espalda y elogios de los demás jamás saciarán nuestras almas. No fuimos hechos para eso, sino para estar satisfechos en Dios.
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