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Lectura de Hoy

21-02-2024

Devocional

Devocional: Éxodo 4

En Éxodo 4, encontramos el comienzo de algunos fenómenos complejos que se prolongan hacia adelante por todo el resto de la Biblia.

El primero de ellos es la razón que Dios da por la cual el faraón no iba a dejarse impresionar por los milagros realizados por Moisés. Dios declara, “Yo, por mi parte, endureceré su corazón para que no deje ir al pueblo” (4:21). A lo largo de los capítulos posteriores, la expresión varía: no sólo “yo voy a endurecer el corazón del faraón” (7:3), sino también “el faraón endureció su corazón”, o “este había endurecido su corazón” (7:13, 22; 8:19, etc.) y “endureció su corazón” (8:15, 32, etc.). No se detecta ningún patrón en estas referencias. Por un lado, no podemos decir que el proceso sea hacia arriba, a partir de “el faraón endureció su corazón” hasta que “el Señor endureció el corazón del faraón” (como si el endurecimiento efectuado por Dios fuese sólo la confirmación de algo que el hombre hubiese elegido para sí mismo); por otro lado, tampoco podemos decir que haya un proceso en la dirección contraria desde “el Señor endureció el corazón del faraón” hasta “este había endurecido su corazón” o “el faraón endureció su corazón” (como si el endurecimiento de su propio corazón por parte del faraón no fuera más que el resultado inevitable del mandato divino).

Hay tres observaciones que podrían arrojar luz sobre estos textos: (a) Dada la línea narrativa de la Biblia hasta aquí, se da por sentado que el faraón ya es una persona inclinada hacia el mal. En concreto, ha esclavizado al pueblo del pacto de Dios. Dios no ha endurecido el corazón de un hombre moralmente neutral; ha pronunciado juicio sobre un hombre malo. El infierno es un lugar donde el arrepentimiento ya no es posible. El endurecimiento tuvo el efecto de ejecutar dicha sentencia antes de lo habitual. (b) En todas las acciones humanas, Dios no queda nunca completamente pasivo: este es un universo teísta, de modo que las frases “el Señor endureció el corazón del faraón” y “el faraón endureció su corazón”, lejos de ser afirmaciones disyuntivas son en realidad complementarias. (c) Este no es el único texto donde encontramos algo así. Ver, por ejemplo, 1 Reyes 22; Ezequiel 14:9 y, especialmente, 2 Tesalonicenses 2:11-12: “Por eso Dios permite que, por el poder del engaño, crean en la mentira. Así serán condenados todos los que no creyeron en la verdad sino que se deleitaron en el mal”.

El segundo elemento en la narrativa que se extiende hacia adelante es el uso del término “hijo”: “Israel es mi primogénito. Y te he dicho: “Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo para que me rinda culto, pero tú no has querido dejarlo ir. Por lo tanto, voy a quitarle la vida a tu primogénito” (Éxodo 4:22-23). Esta primera referencia a Israel como el hijo de Dios se desarrolla y se convierte en una tipología vibrante que incluye al rey Davídico como el hijo por excelencia, lo cual culmina en Jesús, el último Hijo de Dios, el verdadero Israel y el Rey mesiánico.

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.

Devocional: Job 21

El segundo discurso de Zofar (Job 20) concluye la segunda ronda de los tres “consoladores miserables”. La respuesta de Job (Job 21) acaba con este ciclo.

Job dice que, si no le pueden proporcionar ningún consuelo, lo mínimo que pueden hacer es escucharle cuando les responde (21:2). Cuando termine, podrán seguir con sus burlas (21:3).

El meollo de la respuesta de Job da que pensar a cualquiera que se preocupe de la moralidad y la justicia: “¿Por qué siguen con vida los malvados, cada vez más viejos y más ricos?” (21:7). No sólo parece que no existe un patrón obvio de juicio temporal sobre los abiertamente impíos, sino que muy frecuentemente se produce lo contrario: los malos pueden ser los más prósperos de todos. “Sus toros son verdaderos sementales; sus vacas paren y no pierden las crías” (21:10). Tienen muchos hijos sanos, cantan y bailan. Exhiben un total desinterés en Dios (21:14), pero disfrutan de la prosperidad (21:13). Es raro que su lámpara se apague (21:17). Proverbios populares como “Dios reserva el castigo para los hijos del pecador” (21:19) no impresionan a Job; a los verdaderamente malvados, no les preocupa dejar a su familia en la miseria, ya que ellos están cómodos (21:21). Por esta razón, los impíos necesitan beber “la ira del Todopoderoso” (21:20), pero esto no ocurre habitualmente. Es verdad que Dios lo sabe todo; Job no quiere negar el conocimiento y la justicia del Todopoderoso (21:22). Sin embargo, no se pueden ocultar los hechos. Una vez que el rico y el pobre mueren, ambos sufren la misma descomposición (21:23-26). ¿Dónde está la justicia aquí?

Incluso con las exageraciones de Job (después de todo, algunos impíos sufren juicios temporales), no debería despreciarse su reflexión. Si las cuentas de la bendición y el castigo se calculan únicamente en base a lo que acontece en esta vida, este mundo es muy injusto. Millones de personas relativamente buenas mueren entre sufrimientos, pobreza y degradación; millones de personas relativamente malas disfrutan de una vida completa y mueren durmiendo. Todos podemos citar ejemplos que demuestran la justicia de Dios en esta vida, ¿pero qué pasa con el resto de las historias?

El sistema moral de los tres interlocutores de Job, basado en el ojo por ojo, no puede gestionar los millones de casos complicados existentes. Además, como ellos, Job no quiere cuestionar la justicia de Dios, pero los hechos son los hechos: distorsionar la verdad y la realidad no es una virtud, ni siquiera cuando se está defendiendo esa justicia de Dios.

Con el paso del tiempo quedará más claro que la justicia definitiva se impartirá después de la muerte, y que el Dios de justicia conoce por sí mismo la injusticia, no solo por su omnisciencia, sino por su experiencia en una cruz.


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.

Éxodo 4

Dios da poderes a Moisés

4 Moisés respondió: «¿Y si no me creen, ni escuchan mi voz? Porque quizá digan: “No se te ha aparecido el Señor”». Y el Señor le preguntó: «¿Qué es eso que tienes en la mano?». «Una vara», respondió Moisés. «Echala en tierra», le dijo el Señor. Y él la echó en tierra y se convirtió en una serpiente. Moisés huyó de ella; pero el Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano y agárrala por la cola». Él extendió la mano, la agarró, y se convirtió en una vara en su mano. «Por esto creerán que se te ha aparecido el Señor, Dios de sus padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Ahora mete la mano en tu seno», añadió el Señor. Y Moisés metió la mano en su seno, y cuando la sacó, estaba leprosa, blanca como la nieve. «Vuelve a meter la mano en tu seno», le dijo Él. Y él volvió a meterla en su seno, y cuando la sacó, se había vuelto como el resto de su carne. «Y sucederá que si no te creen, ni obedecen el testimonio de la primera señal, quizá crean el testimonio de la segunda señal. Pero si todavía no creen estas dos señales, ni escuchan tu voz, entonces sacarás agua del Nilo y la derramarás sobre la tierra seca; y el agua que saques del Nilo se convertirá en sangre sobre la tierra seca».

10 Entonces Moisés dijo al Señor: «Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente. Ni ayer ni en tiempos pasados, ni aun después de que has hablado a Tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua». 11 Y el Señor le dijo: «¿Quién ha hecho la boca del hombre? ¿O quién hace al hombre mudo o sordo, con vista o ciego? ¿No soy Yo, el Señor? 12 Ahora pues, ve, y Yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que has de hablar». 13 Pero Moisés dijo: «Te ruego, Señor, envía ahora el mensaje por medio de quien Tú quieras». 14 Entonces se encendió la ira del Señor contra Moisés, y le dijo: «¿No está allí tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él habla bien. Y además, ahora él sale a recibirte. Al verte, se alegrará en su corazón. 15 Y tú le hablarás, y pondrás las palabras en su boca. Yo estaré con tu boca y con su boca y les enseñaré lo que tienen que hacer. 16 Además, Aarón hablará por ti al pueblo. Él te servirá como boca y tú serás para él como Dios. 17 Y esta vara la llevarás en tu mano, y con ella harás las señales».

Moisés regresa a Egipto

18 Moisés se fue y volvió a casa de su suegro Jetro, y le dijo: «Te ruego que me dejes ir para volver a mis hermanos que están en Egipto, y ver si aún viven». «Ve en paz», le contestó Jetro. 19 Y el Señor dijo a Moisés en Madián: «Ve, vuelve a Egipto, porque han muerto todos los hombres que buscaban tu vida». 20 Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los montó sobre un asno y volvió a la tierra de Egipto. Moisés tomó también la vara de Dios en su mano.

21 Y el Señor dijo a Moisés: «Cuando vuelvas a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano. Pero Yo endureceré su corazón de modo que no dejará ir al pueblo. 22 Entonces dirás a Faraón: “Así dice el Señor: ‘Israel es Mi hijo, Mi primogénito. 23 Y te he dicho: “Deja ir a Mi hijo para que me sirva”, pero te has negado a dejarlo ir. Por tanto mataré a tu hijo, a tu primogénito’”».

24 Y aconteció que en una posada en el camino, el Señor le salió al encuentro a Moisés y quiso matarlo. 25 Pero Séfora tomó un pedernal, cortó el prepucio de su hijo y lo echó a los pies de Moisés, y le dijo: «Ciertamente tú eres para mí un esposo de sangre». 26 Entonces Dios lo dejó. Pues ella había dicho: «Eres esposo de sangre», a causa de la circuncisión.

27 Y el Señor dijo a Aarón: «Ve al encuentro de Moisés en el desierto». Él fue y le salió al encuentro en el monte de Dios, y lo besó. 28 Moisés contó a Aarón todas las palabras del Señor con las cuales le enviaba, y todas las señales que le había mandado hacer.

29 Entonces fueron Moisés y Aarón y reunieron a todos los ancianos de los israelitas, 30 Aarón les habló todas las palabras que Dios había hablado a Moisés. Este hizo entonces las señales en presencia del pueblo. 31 El pueblo creyó, y al oír que el Señor había visitado a los israelitas y había visto su aflicción, se postraron y adoraron.

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Lucas 7

Jesús sana al siervo del centurión

7 Cuando terminó todas Sus palabras al pueblo que le oía, Jesús se fue a Capernaúm.

Y el siervo de cierto centurión, a quien este apreciaba mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Al oír hablar de Jesús, el centurión envió a Él unos ancianos de los judíos, pidiendo que viniera y salvara a su siervo. Cuando ellos llegaron a Jesús, le rogaron con insistencia, diciendo: «El centurión es digno de que le concedas esto; porque él ama a nuestro pueblo y fue él quien nos edificó la sinagoga».

Jesús iba con ellos, pero cuando ya no estaba lejos de la casa, el centurión envió a unos amigos, diciendo: «Señor, no te molestes más, porque no soy digno de que Tú entres bajo mi techo; por eso ni siquiera me consideré digno de ir a Ti, tan solo di la palabra y mi siervo será sanado. Pues yo también soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a este: “Ve”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace».

Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la multitud que lo seguía: «Les digo que ni aun en Israel he hallado una fe tan grande». 10 Cuando los que habían sido enviados regresaron a la casa, encontraron sano al siervo.

Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín

11 Aconteció poco después que Jesús fue a una ciudad llamada Naín; y Sus discípulos iban con Él acompañados por una gran multitud. 12 Y cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban fuera a un muerto, hijo único de su madre, y ella era viuda; y un grupo numeroso de la ciudad estaba con ella. 13 Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores».

14 Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: «Joven, a ti te digo: ¡Levántate!». 15 El que había muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. 16 El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros». También decían: «Dios ha visitado a Su pueblo». 17 Este dicho que se decía de Él, se divulgó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Jesús y los discípulos de Juan

18 Entonces los discípulos de Juan le informaron de todas estas cosas. 19 Y llamando Juan a dos de sus discípulos, los envió a preguntar al Señor: «¿Eres Tú el que ha de venir, o esperamos a otro?».

20 Cuando los hombres llegaron a Él, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado para que te preguntáramos: “¿Eres Tú el que ha de venir, o esperamos a otro?”». 21 En esa misma hora curó a muchos de enfermedades, aflicciones y malos espíritus, y a muchos ciegos les dio la vista. 22 Entonces Él les respondió: «Vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio. 23 Y bienaventurado es el que no se escandaliza de Mí».

Jesús habla de Juan el Bautista

24 Cuando los mensajeros de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar a las multitudes acerca de Juan: «¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 Pero, ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Miren, los que visten con esplendor y viven en deleites están en los palacios de los reyes. 26 Pero, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, les digo, y uno que es más que un profeta. 27 Este es aquel de quien está escrito:

“He aquí, Yo envío Mi mensajero delante de Ti,
Quien preparará Tu camino delante de Ti”.

28 Les digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él».

29 Al oír esto, todo el pueblo y los recaudadores de impuestos reconocieron la justicia de Dios, y fueron bautizados con el bautismo de Juan. 30 Pero los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron los propósitos de Dios para con ellos, al no ser bautizados por Juan.

31 «¿A qué, entonces, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? 32 Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y se llaman unos a otros, y dicen: “Les tocamos la flauta, y no bailaron; entonamos endechas, y no lloraron”. 33 Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan, ni bebe vino, y ustedes dicen: “Tiene un demonio”. 34 Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. 35 Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos».

Jesús perdona a una pecadora

36 Uno de los fariseos pidió a Jesús que comiera con él; y entrando Él en la casa del fariseo, se sentó a la mesa37 Había en la ciudad una mujer que era pecadora, y cuando se enteró de que Jesús estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y poniéndose detrás de Él a Sus pies, llorando, comenzó a regar Sus pies con lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza, besaba Sus pies y los ungía con el perfume. 39 Pero al ver esto el fariseo que lo había invitado, dijo para sí: «Si Este fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, que es una pecadora».

40 Y Jesús le dijo*: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», le contestó. 41 «Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía 500 denarios y el otro cincuenta; 42 y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, lo amará más?».

43 «Supongo que aquel a quien le perdonó más», respondió Simón. Y Jesús le dijo: «Has juzgado correctamente».

44 Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: «¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para Mis pies, pero ella ha regado Mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar Mis pies. 46 No ungiste Mi cabeza con aceite, pero ella ungió Mis pies con perfume. 47 Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama». 48 Entonces Jesús le dijo a la mujer: «Tus pecados han sido perdonados».

49 Los que estaban sentados a la mesa con Él comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es Este que hasta perdona pecados?». 50 Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».


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Job 21

Respuesta de Job a Zofar

21 Entonces Job respondió:

«Escuchen atentamente mis palabras,
Y que sea este su consuelo para mí.
Tengan paciencia y hablaré;
Y después que haya hablado, se podrán burlar.
En cuanto a mí, ¿me quejo yo al hombre?
¿Y por qué no he de ser impaciente?
Mírenme, y quédense atónitos,
Y pongan la mano sobre su boca.
Aun cuando me acuerdo, me perturbo,
Y el horror se apodera de mi carne.
¿Por qué siguen viviendo los impíos,
Y al envejecer, también se hacen muy poderosos?
En su presencia se afirman con ellos sus descendientes,
Y sus vástagos delante de sus ojos;
Sus casas están libres de temor,
Y no está la vara de Dios sobre ellos.
10 Su toro engendra sin fallar,
Su vaca pare y no aborta.
11 Envían fuera a sus niños cual rebaño,
Y sus hijos andan saltando.
12 Cantan con pandero y arpa,
Y al son de la flauta se regocijan.
13 Pasan sus días en prosperidad,
Pero de repente descienden al Seol.
14 Y dicen a Dios: “¡Apártate de nosotros!
No deseamos el conocimiento de Tus caminos.
15 ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos,
Y qué ganaríamos con rogarle?”.
16 No está en mano de ellos su prosperidad;
El consejo de los impíos lejos está de mí.

17 »¿Cuántas veces es apagada la lámpara de los impíos,
O cae sobre ellos su calamidad?
¿Reparte Dios dolores en Su ira?
18 ¿Son como paja delante del viento,
Y como tamo que arrebata el torbellino?
19 Ustedes dicen: “Dios guarda la iniquidad de un hombre para sus hijos”.
Que Dios le pague para que aprenda.
20 Vean sus ojos su ruina,
Y beba de la furia del Todopoderoso.
21 Pues ¿qué le importa la suerte de su casa después de él
Cuando el número de sus meses haya sido cortado?
22 ¿Puede enseñarse a Dios sabiduría,
Siendo que Él juzga a los encumbrados?
23 Uno muere en pleno vigor,
Estando completamente tranquilo y satisfecho;
24 Sus costados están repletos de grasa,
Húmeda está la médula de sus huesos,
25 Mientras otro muere con alma amargada,
Y sin haber probado nada bueno.
26 Juntos yacen en el polvo,
Y los gusanos los cubren.

27 »Yo conozco los pensamientos de ustedes,
Y los designios con los cuales me dañarían.
28 Porque dicen: “¿Dónde está la casa del noble,
Y dónde la tienda donde moraban los impíos?”.
29 ¿No han preguntado a los caminantes,
Y no reconocen su testimonio?
30 Porque el impío es preservado para el día de la destrucción;
Ellos serán conducidos en el día de la ira.
31 ¿Quién le declarará en su cara sus acciones,
Y quién le pagará por lo que ha hecho?
32 Mientras es llevado al sepulcro,
Velarán sobre su tumba.
33 Los terrones del valle suavemente lo cubrirán,
Y le seguirán todos los hombres,
E innumerables otros irán delante de él.
34 ¿Cómo, pues, me consuelan en vano?
Sus respuestas están llenas de falsedad».


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1 Corintios 8

Cuidado con la libertad

8 En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Si alguien cree que sabe algo, no ha aprendido todavía como debe saber; pero si alguien ama a Dios, ese es conocido por Él.

Por tanto, en cuanto a comer de lo sacrificado a los ídolos, sabemos que un ídolo no es nada en el mundo, y que no hay sino un solo Dios. Porque aunque haya algunos llamados dioses, ya sea en el cielo o en la tierra, como por cierto hay muchos dioses y muchos señores, pero para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio de Él existimos nosotros.

Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Porque algunos, estando acostumbrados al ídolo hasta ahora, comen alimento como si este fuera sacrificado a un ídolo, y su conciencia, siendo débil, se mancha. Pero la comida no nos recomendará a Dios, pues ni somos menos si no comemos, ni somos más si comemos. Pero tengan cuidado, no sea que esta libertad de ustedes de alguna manera se convierta en piedra de tropiezo para el débil. 10 Porque si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no será estimulada su conciencia, si él es débil, a comer lo sacrificado a los ídolos?

11 Por tu conocimiento se perderá el que es débil, el hermano por quien Cristo murió. 12 Y así, al pecar contra los hermanos y herir su conciencia cuando esta es débil, pecan contra Cristo. 13 Por tanto, si la comida hace que mi hermano caiga en pecado, no comeré carne jamás, para no hacer pecar a mi hermano.

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