Vida Cristiana

Creciendo en masculinidad bíblica en el matrimonio

Escucho de muchas mujeres que anhelan que sus esposos se levanten para ser los líderes de sus hogares. Muchas mujeres que aman a Cristo desean que sus esposos las encaminen con sabiduría, compasión y fidelidad. Sujetarse de esta manera es un gozo para ellas. Mientras escucho historias sobre la falta de liderazgo de los esposos, siento compasión, pero cuando me toca vivir de esta forma para mi propia familia, muchas veces me gana la pereza.

Sin embargo, también hay destellos de esperanza en mi caminar con Jesús, como cuando noto que amé a mi esposa con motivaciones más puras, y le doy gracias a Dios porque camina conmigo. Todavía tengo mucho que recorrer. Pero, por lo menos, hoy tengo más claridad sobre lo que la Biblia enseña acerca de la masculinidad en el matrimonio y estoy comenzando a entender que el ingrediente que me falta no es más fuerza de voluntad. Al contrario, la masculinidad bíblica demanda que los hombres crezcamos en dependencia, rindiéndonos diariamente ante la oferta de Cristo de perdonar, sanar y restaurar.

Tentado por una masculinidad fácil

Cuando era niño y escuchaba prédicas sobre Efesios 5:22-30, me parecían tan teóricas, pero, hoy que leo los versos que ya me son familiares, confieso que hay partes de este pasaje que me incomodan como hombre. Leamos el inicio de este famoso texto, que ha llegado a formar mi marco conceptual de cómo debo vivir como esposo:

Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo (Ef 5:22-24, énfasis añadido).

Me imagino que muchos hombres celebran el hecho de ser cabeza y que sus esposas tengan que sujetarse a ellos. Pero, honestamente, a mí me incomoda. Confieso que hay veces en las que el sistema de este mundo, el cual abandona los roles y funciones bíblicas para encontrar libertad en la ambigüedad, me es atractivo. Llego a pensar que sería mucho más fácil para mí solamente dejar «fluir» la relación y que mi esposa haga su mejor esfuerzo mientras yo también hago el mío por mi lado.

Cuando dejo que mi rol como hombre se defina por mis ‘ganas’, no estoy siguiendo los pasos seguros de Jesús, quien sacrificó Su vida por amor

 

Quizás te identifiques conmigo, con muchos días en los que no quisieras ser el líder. El hecho de que alguien se nos sujete nos demanda responsabilidad y sacrificio. ¿Por qué tenemos que cargar con la presión de liderar cuando sería más fácil no hacerlo? La respuesta a esta pregunta nos lleva al camino de conocer lo que la Biblia enseña sobre la masculinidad y todo esto se centra en la piedra angular que es Cristo.

Jesús, el Esposo perfecto

Veamos cómo, en el resto de Efesios 5, se presenta el rol del esposo, siguiendo el ejemplo de Cristo:

Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.

Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia; porque somos miembros de Su cuerpo (Ef 5:25-30).

El modelo de Cristo contrasta dramáticamente con lo que normalmente quiero hacer. Jesús es humilde de corazón. Aunque todas las estrellas, galaxias, ciencias y átomos se sujetan ante la realeza de Jesús, Él vivió una vida sirviendo a otros porque consideraba el amor más importante que Su reputación. Mientras que a mí me es atractiva la idea de encontrar mi función y rol dentro de lo que me es cómodo y lo que más me gusta. Mi carne no quiere lidiar con más cosas ni ser responsable de otros:

  • «Hoy no tengo ganas de orar con mi esposa así que no lo haré».
  • «No quiero animar a mi esposa porque todavía le falta mucho por aprender».
  • «No quiero extender tanta gracia en mi hogar porque tal vez mi esposa se acostumbre a eso».

Pero todos esos argumentos nos llevan a amarnos más a nosotros mismos de manera egoísta y alejarnos de la masculinidad que Jesús modeló con Su esposa, es decir, la iglesia. Cuando mi rol como hombre se define más por mis «ganas» que por lo que la Biblia enseña, puedo saber que no estoy siguiendo los pasos seguros de Jesús, quien sacrificó Su vida por amor. Pero ¿por qué seguir el modelo bíblico de masculinidad en el matrimonio es tan difícil? Porque nos santifica.

Imitar la masculinidad de Jesús me santifica

Crecer en Cristo y dejar a un lado al viejo hombre es de las cosas más difíciles que tenemos que hacer, porque es de lo más importante que tenemos por hacer por medio de Su Espíritu. La masculinidad no es algo estrictamente social, sino que la capacidad de ser bíblicamente masculino crece en lugares secretos y donde nadie nos ve.

La capacidad de ser bíblicamente masculino crece en lugares secretos y donde nadie nos ve: cuando paso más tiempo con Jesús

 

Me doy cuenta de que, cuando paso más tiempo con Jesús, se me hace más fácil entender lo que se requiere de mí como hombre en mi matrimonio. Nunca he salido de mi tiempo con Jesús con el pecho inflado y gritando órdenes a mi familia. La masculinidad de Jesús no es así. Crezco en masculinidad en mi matrimonio cuando afino mi habilidad para aprender de Jesús. Cuando entendemos nuestro rol como hombres en el matrimonio, esto nos da libertad para amar de acuerdo con el diseño de un Dios generoso y perfecto.

Mientras escribía esto, un amigo, a quien considero como un hermano, me contaba sobre sus luchas para amar con motivaciones más puras, reconociendo su tendencia de «hacer todo bien» para comprobar que es un hombre independiente. Me identifiqué tanto con él. A veces busco maniobrar mis manos sobre el timón de mi vida y relaciones, creyendo que si demuestro mi capacidad de ser independiente y bueno, pondré en jaque a mi esposa y se verá obligada a rebalsar de gratitud por la bendición de tenerme.

Me duele escribir estas palabras, porque me muestra cuánto me falta crecer en humildad y ser santificado. Ser un hombre como Cristo es crecer en mansedumbre, esa humildad de corazón que se da a conocer en nuestras palabras, iniciativa, actitudes y acciones, pero también en nuestras motivaciones.

¡Vale la pena!

Crecer en verdadera masculinidad en el matrimonio es pensar menos en mí, sin menospreciar lo que Dios está haciendo en mi propio corazón. Crecer en masculinidad en el matrimonio es un camino estrecho, pero con un Guía fiel que es paciente con nosotros.

Cuando quiero acomodarme a los patrones de este mundo que me invitan a una masculinidad fácil, recuerdo la fidelidad y firmeza de Cristo. Recuerdo que, en Él, el proceso de crecer en santidad en mi matrimonio es posible y vale toda la pena.


David McCormick es el Director Ejecutivo de la Alianza Cristiana para los Huérfanos, y padre de cuatro hijos: tres biológicos y uno del corazón. Siendo psicólogo graduado en Canadá, se ha especializado en el apego, estilos de crianza, trauma y liderazgo parental. David ha dedicado su vida a la niñez y adolescencia en estado de vulnerabilidad, trabajando para que cada uno de ellos pueda contar con una familia permanente y amorosa.

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