Vida Cristiana

Viviendo la fe más allá de las palabras

CLAVES PARA HACER LAS METAS REALIDAD

Cuando al pueblo escogido se le preguntaba por su fe, su respuesta no se limitaba a la enumeración de doctrinas acerca de Dios, sino más bien relataban una narrativa que expresaba haber experimentado la presencia divina a lo largo de su historia.

La Fe y su Naturaleza Dinámica

Y es que la Biblia, en lugar de ofrecer una definición estática de la fe (con la excepción de Hebreos 11), presenta el relato de un Dios que confía en la humanidad y busca reciprocidad en esa confianza. Dicho de otra manera, la fe, en lugar de ser definida, se vive, y permanece siempre abierta a nuevos encuentros. En el Nuevo Testamento los focos se centran en el autor y consumador de dicha fe: Jesucristo. En Él, Dios interviene de manera definitiva y demanda una respuesta decisiva por parte del hombre. De ahí uno de los ecos constantes que se recogen en los evangelios y que va dirigido al corazón humano: ¿Crees esto?

La fe no habla de cumplir obligaciones para ganar el favor de Dios; implica acciones y no puede ser simplemente heredada culturalmente. Se fundamenta en la convicción de que el poder divino se manifiesta en Jesús, siendo el criterio último de conducta. No consiste en aceptar doctrinas teóricas, sino en una relación personal que otorga sentido a la vida. No se limita a depositar esperanza en promesas divinas, sino en confiar plenamente en Jesucristo como solución definitiva a los problemas humanos, esperando su salvación.

La Fe: Una Lanzadera para la Madurez Espiritual

La fe cristiana impulsa hacia los propósitos divinos al reflejar el compromiso con la solidaridad y la búsqueda de un mundo más equitativo y libre. Ignorar la dignidad y los derechos humanos sería incoherente con la fe en un Dios que se sacrificó por la humanidad. Sin este compromiso, la fe corre el riesgo de volverse vacía e ideológica, perdiendo su esencia.

La esencia de la fe radica en la confianza en Cristo y en seguirle, un proceso destinado a un crecimiento constante. A medida que maduramos en la fe, dejamos atrás las actitudes propias de la infancia espiritual. Este proceso, que no está limitado por la edad, atraviesa toda la vida. El término «adultescente» describe a aquellos que, a pesar de su edad, se resisten a crecer espiritualmente, reflejando una inmadurez persistente en su fe cristiana. [1]

Es crucial entender que, como seres humanos, experimentamos altibajos en nuestra fe. A veces, nos sentimos profundamente conmovidos por Cristo, mientras que en otras ocasiones percibimos su distancia. Incluso los místicos han expresado sentirse abandonados por Dios, como san Juan de la Cruz en La noche oscura. [2] El desafío radica en comprender cómo puede debilitarse la fe y desvanecerse su dinamismo. La pérdida de la fe surge de la libertad humana: así como hemos creído libremente, también podemos rechazar nuestra fe. Las tentaciones mundanas pueden desviar nuestra atención de la fe y nuestra debilidad puede llevarnos a renunciar a vencerlas.

Los paganos adoraban al sol, pero su luz era limitada. En cambio, los primeros cristianos identificaron a Cristo como el verdadero sol cuyos rayos otorgan vida. Aquel que cree, ve con una luz que ilumina todo el camino, siendo la madurez espiritual un proceso prolongado y paciente, culminando posiblemente en la muerte y basado en una fe sólida, arraigada en convicciones profundas, no en impulsos momentáneos. El progreso hacia la madurez en la fe requiere un esfuerzo personal y una entrega verdadera a Cristo. La seriedad moral y la práctica litúrgica no bastan, ni el estudio teórico de la religión o la influencia del entorno sociocultural.

Fe Como Fundamento y Esperanza

Según Hebreos 11, la fe es una convicción sólida en las realidades celestiales, aunque aún no se hayan materializado. La fe proporciona una certeza sobre lo invisible, trascendiendo lo perceptible y lo tangible. Esta certeza es el cimiento de la esperanza, que surge no de pruebas claras, sino de la experiencia compartida con Jesús. Lo único constante es la certeza del encuentro con el Dios Padre.

La base misma de nuestra fe cristiana reside en la memoria de un evento: Jesucristo. La vida cristiana se desarrolla en dicho recuerdo. Pablo nos urge a realizar una tarea esencial y constante en nuestra vida de fe: «Recuerda a Jesucristo» (2 Tim. 2:8). Si deseamos volver a Jesús, debemos seguir el mismo camino que él y sus seguidores recorrieron. El desafío primordial de la fe cristiana consiste en discernir cómo se configura la memoria de Jesucristo, dado el riesgo en nuestra época de distorsionar su imagen.

Jesús, en su entrega al Padre, demuestra una confianza absoluta, incluso en los momentos más oscuros de su vida, como durante la Pasión y muerte. Creer al estilo de Jesús implica confiar profundamente en el Padre, especialmente en los momentos difíciles, reflejándose una intimidad creciente con Dios, de oración y una comprensión profunda del hombre. Adoptar el estilo de fe de Jesucristo significa confiar en Dios en medio de la tentación, sufrimiento y la aparente ausencia divina, como se evidencia en el grito de Jesús en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mr. 15:34).

El Alcance De La Fe

Sin la Pasión, no podríamos comprender hasta dónde puede llegar la fe, ni entender el grado de despojo y abandono que implican las bienaventuranzas, o hasta qué punto es posible amar a los enemigos. Sin la Resurrección ni Pentecostés, la fe no alcanzaría su plena revelación. Hasta que el Espíritu no los ilumina y los anima desde dentro, los Apóstoles son solo testigos pasivos de la resurrección. Gracias al Espíritu, descubren el significado del acontecimiento pascual para ellos mismos y reconocen que el Resucitado está siempre presente en medio de ellos, viviendo, hablando, sufriendo y triunfando.

El poder de la fe es infinito, otorgando vida eterna y transformando al hombre en hijo de Dios; es redentora y realiza prodigios. La incredulidad se manifiesta en rechazar a Jesucristo y olvidar sus enseñanzas. No es simplemente creer en algo, sino en Alguien, trascendiendo lo intelectual y desarrollándose en la voluntad y el corazón, y fundamentada en la obediencia, confianza y fidelidad.

Fuentes y referencias:

  1. Palencia, B. A. (2023). «¿Somos cristianos “adultescentes”? Avancemos hacia la madurez espiritual». En línea: https://is.gd/8iYqDG
  2. Monroy, J. A. (218). «San Juan de la Cruz: la noche oscura del alma». En línea: https://is.gd/rFxuJY

JOSÉ ÁNGEL SÁNCHEZ
Natural de España, licenciado y masterado en Administración y Dirección de Empresas (Universidad de Oviedo y Escuela de Negocios de Barcelona). Actualmente estudiando un máster en Teología (Universidad de Murcia). Junto con su trabajo secular como responsable de departamento de contabilidad, enseñar y predicar a través de estudios bíblicos y discipulado es su pasión. Miembro de la Primera Asamblea de Dios del Principado de Asturias, sirvió por más de un año y medio en la Cottage Lane Mission Church (Liverpool, Inglaterra) bajo la cobertura de dicha iglesia.

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