Vida Cristiana

Cuando tu teléfono se interpone en tu relación con Dios

Nota del editor: 

Este es un fragmento del libro Lo que contemplas te transforma: Encontrando libertad en un mundo de tiranía digital (B&H Español, 2024), por Ana Ávila.

La vida en el mundo digital es fascinante. A nadie le debería sorprender que nos atraiga con tanta fuerza.

En la pantalla, puedo simplemente mirar; en la vida real, tengo que aprender a actuar. En la pantalla, las personas me animan y me entretienen; en la vida real, las personas me lastiman y me ofenden. En la pantalla, puedo saturar mis sentidos; en la vida real, debo enfrentarme al silencio. En la pantalla, siempre hay algo más que conocer; en la vida real, tengo que reconocer que muchas veces la respuesta es: «No sé». En la pantalla, me llegan decenas de «feliz cumpleaños»; en la vida real, podría ser que nadie venga a mi casa para comer pastel. En la pantalla, me entero de lo que está sucediendo ahora mismo en Turquía; en la vida real, no puedo sostener cinco minutos de conversación sobre la economía de mi país. En la pantalla, puedo compartir el ángulo perfecto del pan del desayuno; en la vida real, tengo que comerme el lado que salió quemado. En la pantalla, los colores y los sonidos de las caricaturas embelesan incluso al niño más inquieto; en la vida real, mi hijo interrumpe siete veces la lectura del cuento antes de ir a dormir.

Por supuesto, la vida en la pantalla no es siempre color de rosa. Nos encontramos con videos, imágenes o mensajes desagradables, pero lo único que tenemos que hacer para escapar de ellos es deslizar hacia arriba y pasar a lo siguiente. Los algoritmos que controlan el contenido que aparece frente a nosotros son cada vez más poderosos para darnos justo lo que más deseamos, incluso si no estamos orgullosos o siquiera conscientes de qué es lo que más deseamos. La vida en la pantalla es una vida diseñada para mí, sin importar la clase de mí que yo sea.

Por otro lado, la vida real duele. En ella hay confusión e incomodidad, cansancio y sufrimiento. En un mundo quebrantado y lleno de pecadores, esto es simplemente inevitable. Con todo, nos aferramos al delirio de que podemos escapar. Las pantallas nos ayudan a sostener la ilusión. Las pantallas enmascaran el dolor. A veces, esto es apropiado; por ejemplo, cuando un cirujano utiliza anestesia para intervenir de manera literalmente desgarradora y salvar la vida de su paciente.

Pero si jamás pudiéramos sentir dolor, no podríamos identificar cuando nuestro cuerpo está herido y necesita restauración. Las pantallas nos acostumbran a adormecer el dolor de nuestras mentes de forma constante. Es nuestra primera reacción ante cualquier adversidad. Lo veo en lo pequeño. Escribo estas palabras y, en ocasiones, me siento perdida. No sé cómo continuar. Mi impulso es a huir hacia alguna aplicación que me distraiga de esta dolorosa dificultad y traiga un poco de alivio a mi mente. Postergo lo que sé que debo hacer, una y otra vez. Lo que disfruto hacer. Lo que Dios me ha llamado a hacer para Su gloria y el bien de mi prójimo.

También lo veo en lo más grande. Ofendo a mi esposo y él se aleja herido. Sé que debo ir y arrepentirme del pecado que cometí contra él. Sé que necesito enfrentar su dolor y el mío para poder restaurar nuestra relación. Pero eso es incómodo y amenaza mi orgullo. Es mejor tomar el teléfono y ver algo gracioso en Internet. Es posible que se le pase la molestia mientras me distraigo. Dentro de unos días, me preguntaré por qué nuestro matrimonio es tan frío; pero por ahora, esconderé otra vez nuestros problemas debajo de la alfombra del universo virtual.

Así pasan nuestros días. Nos entumimos con brillo azulado para no sentir el dolor, el enojo y la tristeza. Sustituimos esa incomodidad por alegrías digitales superficiales, como si cubriéramos algo de hierro oxidado con capas de pintura barata. Se nos escapa que el mundo real, por duro que sea antes de su restauración en el día final, es el mundo para el que fuimos hechos. Se nos escapa que Dios quiere hablarnos a través de nuestro dolor.

En uno de sus libros, C. S. Lewis escribió que el dolor «reclama insistentemente nuestra atención. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo». Se nos olvida también que Dios utiliza las dificultades y los dolores de esta vida para llevarnos a crecer más y más. Suponemos que la piedad es algo que simplemente sucederá en algún momento, en lugar de reconocer que la virtud se desarrolla conforme se practica, con frecuencia en las situaciones más dolorosas.

Ciertamente, la vida real es más difícil que la vida en la pantalla. Así que no sorprende que pasemos los días sumergidos en el remolino complaciente del mundo digital. Lo raro es que queramos salir. Pero queremos salir. ¿Por qué? Perdernos entre pixeles nos deja profundamente insatisfechos, porque fuimos creados para algo mucho más glorioso que pasar la vida delante de un rectángulo brillante.

La Biblia nos muestra cuál es esa gloria en la que estamos hambrientos por vivir: la comunión con Dios que resulta en vidas transformadas, que transforman todo a su alrededor.



Ana Ávila
 es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día» y «Lo que contemplas te transforma». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

Acerca del Autor

0.00 avg. rating (0% score) - 0 votes
Mostrar Más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Back to top button