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25-07-2024

DEVOCIONAL

Devocional: Jueces 8

En muchos aspectos, Gedeón fue un gran hombre. Cauteloso cuando el Señor lo llamó por primera vez, tomó los primeros pasos de la obediencia de noche (Jueces 6). Luego, lleno del Espíritu del Señor (6:34) y convencido de que Dios estaba con él gracias a dos señales extraordinarias (6:36-40), dirigió a su pequeño grupo de trescientos hombres hacia una impresionante victoria sobre los madianitas (Jueces 7). 

No obstante, a pesar de toda su grandeza, Gedeón representa un poco de lo que anda mal en la nación. Graves defectos de carácter y la inconsistencia se multiplican y se corrompen, de manera que al final del libro, la nación entera se encuentra en un estado desastroso. 

En el primer incidente de Jueces 8, Gedeón sale bien parado y los hombres de Efraín bastante mal. Nadie estaba dispuesto a pelear contra los madianitas antes de que Dios levantara a Gedeón. Ahora que la victoria con Gedeón fue tan asombrosa, los hombres de Efraín le acusan de no invitarles a participar de la lucha con anterioridad. Él responde de manera diplomática, alabando sus esfuerzos en la etapa final de la operación, y ellos quedan aplacados (8:1-3). Ni los pueblos de Sucot y Peniel, ni Gedeón quedaron bien (8:4-9, 13-17). Los residentes de estos pueblos son cobardes, sin principios y dispuestos a mantenerse neutrales hasta ver en qué dirección están soplando el viento. Sin embargo, la respuesta de Gedeón, por justa que parezca, es vengativa. Cuando se trata de la ejecución de los reyes madianitas Zeba y Zalmuna (8:28-21), su decisión no se basa exactamente en principios de justicia pública ni en los mandatos del Señor en cuanto a la limpieza de la tierra. Más bien, se deja llevar por una venganza personal: sus propios hermanos habían muerto en la guerra. 

Por un lado, Gedeón no parece tener sed de poder. Rechaza la aclamación popular que buscaba hacerle rey, afirmando que sólo Dios debe gobernar sobre este pueblo del pacto (8:22-23). Pero luego tropieza de manera muy fea. Solicitó anillos de oro y acaba con tal cantidad que construye un efod elaborado, una vestimenta externa adornada con más de diecinueve kilos de oro. El estado de la religión en Israel es tan deplorable que este efod pronto se convirtió en un objeto de idolatría, no sólo para la nación, sino incluso para la familia de Gedeón (8:27). La lealtad al pacto que logra mantener en la nación es sólo parcial. 

Se avecinan peores problemas. Toma, no dos ni tres esposas, sino muchas y tiene setenta hijos. A su muerte, la nación regresa a un paganismo desenfrenado y demuestra una ingratitud tenaz hacia la familia de Gedeón (8:33-35). Y uno de sus hijos, Abimelec, resulta ser un carnicero cruel y sediento de poder (Jueces 9).  

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Devocional: Jeremías 21
Jerusalén pasó a ser vasallo de Babilonia de 605 a.C. en adelante, después de que esta derrotase a Egipto en la batalla de Carquemis. Más adelante, se rebeló y cayó derrotada en 597, cuando la mayor parte de la familia real, junto a los nobles, los ricos y los artesanos capacitados, fueron llevados a Egipto, con Sedequías como monarca interino. Este era tío del joven rey Joaquín, al que llevaron al exilio. A pesar de las fuertes advertencias de Dios por medio de Jeremías, en las que decía que Israel no debía rebelarse contra los babilonios, las autoridades de Jerusalén prefirieron escuchar a los falsos profetas. Cuando Judá se rebeló, las represalias de Babilonia fueron implacables. Las tropas de Nabucodonosor destruyeron Judá y asediaron Jerusalén, que sucumbió finalmente en 587.

La profecía de Jeremías 21 tiene lugar durante el reinado de Sedequías, cuando las tropas babilónicas se están reuniendo para el asedio final, probablemente en 589 o 588. El Pasur que el rey envió a consultar a Jeremías no es el que se presenta en 20:1. La destrucción total es una amenaza inminente, como Jeremías ha estado prediciendo durante más de tres décadas. Desesperado, Sedequías consulta a todo el que puede, incluyendo a Jeremías, anhelando encontrar el hilo más fino de esperanza. Quizás el Señor hará grandes milagros de nuevo, como realizó en el pasado, en la época del Éxodo, por ejemplo, o cuando los asirios fueron derrotados durante el reinado de Ezequías, salvando a Jerusalén. Dios contesta por medio del profeta, en tres partes:

Primero, lejos de salvar a la ciudad, Dios está decidido a destruirla (21:3- 7). Luchará junto a los babilonios: “Yo mismo pelearé contra vosotros. Con gran despliegue de poder, y con ira, furor y gran indignación” (21:5). Sedequías y su entorno no se salvarán.

Segundo, se deduce que la única decisión sabia es rendirse. Según los términos establecidos en las situaciones de asedio, la ciudad que se defendía no podía esperar misericordia. Los que se rendían podían acabar como esclavos o exiliados, pero al menos salvarían su vida. Dios propone dos caminos (21:8-10): el de la vida y el de la muerte. Esta elección no es exactamente igual que otras parecidas en las Escrituras (p. ej. Deuteronomio 30:1519Mt. 7:13-14), pero se asemeja en que distingue entre la obediencia y la desobediencia, y sus respectivas consecuencias.

Tercero, como tantas promesas de juicio de Dios, existe una salida, dado que hay una opción de retorno inmediato a la justicia social y personal en la raíz del pacto mosaico (21:11-14). Sin embargo, sin una rápida transformación, la pequeña nación será condenada. Trágicamente, el cambio no llega y no será la última vez que se ignoran las serias advertencias.

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Jueces 8
Derrota de Zeba y Zalmuna
8 Entonces los hombres de Efraín le dijeron: «¿Qué es esto que nos has hecho, al no llamarnos cuando fuiste a pelear contra Madián?». Y lo criticaron duramente. 2 Pero él les dijo: «¿Qué he hecho yo ahora en comparación con ustedes? ¿No es mejor el rebusco de Efraín que la vendimia de Abiezer? 3 Dios ha entregado en manos de ustedes a los jefes de Madián, Oreb y Zeeb; ¿y qué pude hacer yo en comparación con ustedes?». Entonces se aplacó la ira de ellos contra él cuando dijo esto.

4 Gedeón y los 300 hombres que iban con él llegaron al Jordán y lo cruzaron, cansados, pero continuando la persecución. 5 Entonces Gedeón dijo a los hombres de Sucot: «Les ruego que den pan a la gente que me sigue, porque están cansados, y estoy persiguiendo a Zeba y a Zalmuna, reyes de Madián». 6 Pero los jefes de Sucot dijeron: «¿Están ya las manos de Zeba y Zalmuna en tu poder para que demos pan a tu ejército?». 7 Gedeón respondió: «Muy bien, cuando el Señor haya entregado en mi mano a Zeba y a Zalmuna, trillaré las carnes de ustedes con espinos y cardos del desierto».

8 De allí subió Gedeón a Peniel, y les habló de la misma manera; y los hombres de Peniel le respondieron tal como los de Sucot le habían contestado. 9 Y habló también a los hombres de Peniel: «Cuando yo vuelva sano y salvo, derribaré esta torre». 10 Ahora bien, Zeba y Zalmuna estaban en Carcor, y sus ejércitos con ellos, unos 15,000 hombres, los que habían quedado de todo el ejército de los hijos del oriente. Porque los que habían caído eran 120,000 hombres que sacaban espada.

11 Gedeón subió por el camino de los que habitaban en tiendas al este de Noba y Jogbeha, y atacó el campamento cuando el campamento estaba desprevenido. 12 Cuando Zeba y Zalmuna huyeron, los persiguió. Capturó a los dos reyes de Madián, Zeba y Zalmuna, y llenó de terror a todo el ejército.13 Después Gedeón, hijo de Joás, volvió de la batalla por la subida a Heres. 14 Y capturó a un joven de Sucot y lo interrogó. Entonces el joven le dio por escrito los nombres de los príncipes de Sucot y de sus ancianos, setenta y siete hombres. 15 Entonces Gedeón fue a los hombres de Sucot y les dijo: «Aquí están Zeba y Zalmuna, acerca de los cuales ustedes me injuriaron, diciendo: “¿Están ya las manos de Zeba y Zalmuna en tu mano para que demos pan a tus hombres que están fatigados?”». 16 Entonces tomó a los ancianos de la ciudad, y espinos del desierto y cardos, y con ellos castigó a los hombres de Sucot. 17 Derribó la torre de Peniel y mató a los hombres de la ciudad.

18 Después dijo a Zeba y a Zalmuna: «¿Qué clase de hombres eran los que ustedes mataron en Tabor?». «Eran como tú», respondieron ellos, «cada uno parecía hijo de rey». 19 «Eran mis hermanos», dijo él, «hijos de mi madre. Vive el Señor, que si los hubieran dejado con vida, yo no les quitaría la vida a ustedes». 20 Y dijo a Jeter su primogénito: «Levántate y mátalos». Pero el joven no sacó la espada porque tenía temor, pues todavía era muchacho. 21 Entonces Zeba y Zalmuna dijeron: «Levántate tú y cae sobre nosotros; porque como es el hombre, así es su fortaleza». Y se levantó Gedeón y mató a Zeba y a Zalmuna, y tomó los adornos de media luna que sus camellos llevaban al cuello.

Últimos años de Gedeón

22 Los hombres de Israel le dijeron a Gedeón: «Reina sobre nosotros, tú y tus hijos, y también el hijo de tu hijo, porque nos has librado de la mano de Madián». 23 Pero Gedeón les respondió: «No reinaré sobre ustedes, ni tampoco reinará sobre ustedes mi hijo. El Señor reinará sobre ustedes».24 «Quisiera pedirles», Gedeón les dijo, «que cada uno de ustedes me dé un zarcillo de su botín» (pues tenían zarcillos de oro, porque eran ismaelitas). 

25 «De cierto te los daremos», dijeron ellos. Y tendieron un manto, y cada uno de ellos echó allí un zarcillo de su botín.26 El peso de los zarcillos de oro que él pidió fue de 1,700 siclos (19.4 kilos) de oro, sin contar los adornos de media luna, los pendientes y los vestidos de púrpura que llevaban los reyes de Madián y sin contar los collares que llevaban sus camellos al cuello. 27 Gedeón hizo de ello un efod, y lo colocó en Ofra, su ciudad, con el cual todo Israel se prostituyó allí, y esto vino a ser ruina para Gedeón y su casa. 28 Pero Madián fue sometido delante de los israelitas, y ya no volvieron a levantar cabeza. Y el país tuvo descanso por cuarenta años en los días de Gedeón.

29 Entonces Jerobaal, hijo de Joás, fue y habitó en su casa. 30 Y tuvo setenta hijos que fueron sus descendientes directos, porque tuvo muchas mujeres. 31 La concubina que tenía en Siquem también le dio un hijo, y le puso por nombre Abimelec. 32 Gedeón, hijo de Joás, murió a una edad avanzada y fue sepultado en el sepulcro de su padre Joás, en Ofra de los abiezeritas.

33 Al morir Gedeón, los israelitas volvieron a prostituirse con los Baales e hicieron a Baal Berit su dios. 34 Así que los israelitas se olvidaron del Señor su Dios que los había librado de manos de todos sus enemigos en derredor. 35 Tampoco mostraron bondad a la casa de Jerobaal, es decir, Gedeón, conforme a todo el bien que él había hecho a Israel.

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Hechos 12
LIBRO QUINTO
Martirio del apóstol Jacobo y encarcelamiento de Pedro
12 Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos que pertenecían a la iglesia para maltratarlos. Hizo matar a espada a Jacobo, el hermano de Juan.
Y viendo que esto agradaba a los judíos, hizo arrestar también a Pedro. Esto sucedió durante los días de los Panes sin Levadura. Habiéndolo arrestado, lo puso en la cárcel, entregándolo a cuatro grupos de soldados para que lo custodiaran, con la intención de llevarlo ante el pueblo después de la Pascua. Así pues, Pedro era custodiado en la cárcel, pero la iglesia hacía oración ferviente a Dios por él.
Esa misma noche, cuando Herodes estaba a punto de venir a buscarlo, Pedro estaba durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas; y unos guardias delante de la puerta custodiaban la cárcel. De repente se le apareció un ángel del Señor, y una luz brilló en la celda; y el ángel tocó a Pedro en el costado, y lo despertó diciéndole: «Levántate pronto». Y las cadenas se cayeron de las manos de Pedro. «Vístete y ponte las sandalias», le dijo* el ángel. Así lo hizo, y el ángel añadió: «Envuélvete en tu manto y sígueme».

Y saliendo, Pedro lo seguía, y no sabía que lo que hacía el ángel era de verdad, sino que creía ver una visión. 10 Cuando habían pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad, la cual se les abrió por sí misma. Entonces salieron y siguieron por una calle, y de repente el ángel se apartó de él. 11 Cuando Pedro volvió en sí, dijo: «Ahora sé en verdad que el Señor ha enviado a Su ángel, y me ha rescatado de la mano de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo de los judíos».

12 Al darse cuenta de esto, fue a la casa de María, la madre de Juan, llamado también Marcos, donde muchos estaban reunidos y oraban. 13 Cuando llamó a la puerta de la entrada, una sirvienta llamada Rode salió a ver quién era. 14 Al reconocer la voz de Pedro, de alegría no abrió la puerta, sino que corrió adentro y anunció que Pedro estaba a la puerta. 15 «¡Estás loca!», le dijeron ellos. Pero ella insistía en que así era. Y ellos decían: «Es su ángel».

16 Pero Pedro continuaba llamando; y cuando ellos abrieron, lo vieron y se asombraron. 17 Y haciéndoles señal con la mano para que guardaran silencio, les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Y les dijo: «Informen de estas cosas a Jacobo y a los hermanos». Entonces salió, y se fue a otro lugar.

18 Cuando se hizo de día, hubo un alboroto no pequeño entre los soldados sobre qué habría sido de Pedro. 19 Herodes, después de buscarlo y no encontrarlo, interrogó a los guardias y ordenó que los llevaran para matarlos. Después de esto Herodes descendió de Judea a Cesarea, y se quedó allí por un tiempo.

Muerte de Herodes

20 Herodes estaba muy enojado con los de Tiro y de Sidón. Pero ellos, de común acuerdo se presentaron ante él, y habiéndose ganado a Blasto, camarero del rey, pedían paz, pues su región era abastecida por el territorio del rey. 21 El día señalado, Herodes, vestido con ropa real, se sentó en la tribuna y comenzó a hablarles. 22 Y la gente gritaba: «¡Voz de un dios y no de un hombre es esta!». 23 Al instante un ángel del Señor lo hirió, por no haber dado la gloria a Dios; y Herodes murió comido de gusanos.

24 Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba.
25 Bernabé y Saulo regresaron de Jerusalén después de haber cumplido su misión, llevando consigo a Juan, llamado también Marcos.

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Jeremías 21
Profecía sobre la destrucción de Jerusalén

21 Palabra que vino a Jeremías de parte del Señor cuando el rey Sedequías le envió a él a Pasur, hijo de Malquías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías, para decirle: 2 «Consulta ahora de nuestra parte al Señor, porque Nabucodonosor, rey de Babilonia, nos hace la guerra. Tal vez el Señor haga con nosotros conforme a todas Sus maravillas, para que el enemigo se retire de nosotros».

3 Entonces Jeremías les dijo: «Así le dirán a Sedequías: 4 “Así dice el Señor, Dios de Israel: ‘Yo haré volver atrás las armas de guerra que ustedes tienen en sus manos, con las cuales pelean contra el rey de Babilonia y contra los caldeos que los sitian fuera de los muros, y las reuniré en medio de esta ciudad. 5 Yo mismo pelearé contra ustedes con mano extendida y brazo poderoso, aun con ira, furor y gran enojo. 6 Heriré a los habitantes de esta ciudad, y hombres y animales morirán por una gran pestilencia. 7 Y después’, declara el Señor, ‘a Sedequías, rey de Judá, a sus siervos, al pueblo y a los que sobrevivan en esta ciudad de la pestilencia, de la espada y del hambre, los entregaré en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, en manos de sus enemigos y en manos de los que buscan sus vidas; y él los herirá a filo de espada. No los perdonará ni les tendrá piedad ni compasión’”.

8 »También dirás a este pueblo: “Así dice el Señor: ‘Ahora pongo delante de ustedes el camino de la vida y el camino de la muerte. 9 El que se quede en esta ciudad morirá a espada, de hambre y de pestilencia; pero el que salga y se entregue a los caldeos que los sitian, vivirá, y tendrá su propia vida como botín. 10 Porque he puesto Mi rostro contra esta ciudad para mal, y no para bien’, declara el Señor. ‘Será entregada en manos del rey de Babilonia, quien le prenderá fuego’”.

11 »Entonces dile a la casa del rey de Judá:

“Oigan la palabra del Señor,
12 Casa de David, así dice el Señor:
‘Hagan justicia cada mañana,
Y liberen al despojado de manos de su opresor,
No sea que Mi furor salga como fuego,
Y arda y no haya quien lo apague,
A causa de la maldad de las obras de ustedes.

13 ’Yo estoy contra ti, moradora del valle,
Roca de la llanura’, declara el Señor,
‘Los que dicen: “¿Quién descenderá contra nosotros?
¿Quién entrará en nuestras moradas?”.
14 -’Yo los castigaré conforme al fruto de sus obras’, declara el Señor,
‘Y prenderé fuego en su bosque
Que consumirá todos sus alrededores’”»

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Marcos 7
Lo que contamina al hombre
7 Los fariseos, y algunos de los escribas que habían venido de Jerusalén, se reunieron alrededor de Él; 2 y vieron que algunos de Sus discípulos comían el pan con manos inmundas, es decir, sin lavar. 3 (Porque los fariseos y todos los judíos no comen a menos de que se laven las manos cuidadosamente, observando así la tradición de los ancianos. 4 Cuando vuelven de la plaza, no comen a menos de que se laven; y hay muchas otras cosas que han recibido para observarlas, como el lavamiento de los vasos, de los cántaros y de las vasijas de cobre.)

5 Así que los fariseos y los escribas le preguntaron*: «¿Por qué Tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen con manos inmundas?». 6 Jesús les respondió: «Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito:“Este pueblo con los labios me honra,
Pero su corazón está muy lejos de Mí.

7 Mas en vano me rinden culto,
Enseñando como doctrinas preceptos de hombres”.

8 Dejando el mandamiento de Dios, ustedes se aferran a la tradición de los hombres».

9 También les decía: «Astutamente ustedes violan el mandamiento de Dios para guardar su tradición. 10 Porque Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”; y: “El que hable mal de su padre o de su madre, que muera”. 11 Pero ustedes dicen: “Si un hombre dice al padre o a la madre: ‘Cualquier cosa mía con que pudieras beneficiarte es corbán (es decir, ofrenda a Dios)’”, 12 ya no le dejan hacer nada en favor de su padre o de su madre; 13 invalidando así la palabra de Dios por la tradición de ustedes, la cual han transmitido, y hacen muchas cosas semejantes a estas».

14 Llamando de nuevo a la multitud, Jesús les decía: «Escuchen todos lo que les digo y entiendan: 15 no hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo; sino que lo que sale de adentro del hombre es lo que contamina al hombre. 16 Si alguno tiene oídos para oír, que oiga».17 Cuando Jesús dejó a la multitud y entró en casa, Sus discípulos le preguntaron acerca de la parábola.

18 «¿También ustedes son tan faltos de entendimiento?», les dijo*. «¿No comprenden que todo lo que de afuera entra al hombre no lo puede contaminar, 19 porque no entra en su corazón, sino en el estómago, y se elimina?». Jesús declaró así limpios todos los alimentos.20 También decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. 21 Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, 22 avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. 23 Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre».

La mujer sirofenicia

24 Levantándose de allí, Jesús se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa, no quería que nadie lo supiera, pero no pudo pasar inadvertido; 25 sino que enseguida, al oír hablar de Él, una mujer cuya hijita tenía un espíritu inmundo, fue y se postró a Sus pies. 26 La mujer era gentil, sirofenicia de nacimiento; y le rogaba que echara al demonio fuera de su hija.

27 Y Jesús le decía: «Deja que primero los hijos se sacien, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos». 28 «Es cierto, Señor», le dijo* ella; «pero aun los perrillos debajo de la mesa comen las migajas de los hijos». 29 Jesús le dijo: «Por esta respuesta, vete; ya el demonio ha salido de tu hija». 30 Cuando ella volvió a su casa, halló que la niña estaba acostada en la cama, y que el demonio había salido.

Curación de un sordomudo

31 Volviendo Jesús a salir de la región de Tiro, pasó por Sidón y llegó al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. 32 Y le trajeron* a uno que era sordo y tartamudo, y le rogaron* que pusiera la mano sobre él. 33 Entonces Jesús, tomándolo aparte de la multitud, a solas, le metió los dedos en los oídos, y escupiendo, le tocó la lengua con la saliva; 34 y levantando los ojos al cielo, suspiró profundamente y le dijo*: «¡Effatá!», esto es, «¡Abrete!».

35 Al instante se abrieron sus oídos, y desapareció el impedimento de su lengua, y hablaba con claridad. 36 Jesús les ordenó que a nadie se lo dijeran; pero mientras más se lo ordenaba, tanto más ellos lo proclamaban. 37 Y estaban asombrados en gran manera, y decían: «Todo lo ha hecho bien; aun a los sordos hace oír y a los mudos hablar».

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