Reseñas

Encuentra libertad en un mundo de tiranía digital

Una reseña del libro «Lo que contemplas te transforma».

Mientras tenía las manos sobre el teclado, trataba de organizar mis pensamientos sobre lo que aprendí en mi lectura del nuevo libro de Ana Ávila, Lo que contemplas te transforma: Encontrando libertad en un mundo de tiranía digital (B&H Español, 2024).

En realidad, escribir esta reseña me llevó más tiempo debido a que me enfrenté a distracciones causadas por mi teléfono. Por eso me propuse controlar su uso. Un tiempo después, recibí la notificación de «tiempo en pantalla» informándome que mi consumo digital había bajado un 30 %. Es decir, pasé a estar frente al teléfono 3 horas y 27 minutos por día.

Eso sería satisfactorio si no hubiera leído el libro de Ana Ávila, quien ayuda a otros a ejercer la productividad para la gloria de Dios. Aunque muchas de sus publicaciones cumplen con este propósito, este nuevo recurso muestra una evolución, tanto en su forma de escribir como en su manera de entender bíblicamente el corazón humano. La autora apunta directo a nuestras motivaciones, confrontándonos con ideas contraculturales y realistas para la vida cristiana.

Este libro es un «¡Alto!» necesario en nuestras vidas siempre conectadas: «Es una oportunidad para detenernos y considerar si deberíamos estar haciendo lo que estamos haciendo» (p. 30).

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Lo que contemplas te transforma

Ana Ávila

Este libro es un «¡Alto!» necesario en nuestras vidas siempre conectadas: «Es una oportunidad para detenernos y considerar si deberíamos estar haciendo lo que estamos haciendo» (p. 30).

B&H Español. 176 páginas.


Interactuando con “Cartas del diablo a su sobrino”

Ávila toma prestada una idea de C. S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino, pero con un giro interesante. Es decir, Lewis imaginó a un diablo que escribía cartas y usaba artimañas escondidas en el periódico, pero hoy —según Ávila— usaría las apps de nuestros teléfonos. Como lector de Lewis, considero que la contextualización que la autora hace de la analogía del escritor británico es atinada y nos ayuda a ver el sutil, pero poderoso engaño que hay detrás de los dispositivos.

Es importante aclarar que este libro no es un «refrito» de dicha obra, sino que más bien se desarrolla a partir de la idea de cómo el diablo usa la distracción para desviar la mirada de lo verdaderamente importante: Jesús y Su Reino. Ávila lo explica por medio de su propia experiencia cuando pasaba «inadvertida» viendo un video tras otro por horas, reconociendo su propia caída en la trampa:

En mi mente nublada por el desvelo, recordé las palabras de Cartas del diablo a su sobrino, un libro satírico escrito por C. S. Lewis. Escrutopo le escribe a Orugario, un demonio en entrenamiento, acerca de cómo tentar al humano al que está tratando de desviar en su caminar espiritual […] Me llenó de rabia comprobar que Escrutopo tenía razón. No se necesita nada extraordinario para atrapar mi mente. Mi atención errante fue capturada por un video del que ya no tengo ningún recuerdo, para luego pasar a otro y a otro más. Lo detesto (p. 16).

Advertencias y lecciones

Aunque Ávila no lo presenta así, puedo ver en el libro una línea conductora a lo largo de sus capítulos.

Los primeros tres representan el problema al que nos enfrentamos en el mundo digital: la encrucijada, la trampa y la culpa. Luego presenta la esperanza de la libertad, para después seguir con los medios de gracia provistos para glorificar a Dios en la vida real: la Biblia, la oración y la comunidad. Finalmente, Ávila vuelve a hacer énfasis en el riesgo de vivir contemplando nuestras pantallas, para luego desarrollar un llamado a la acción.

Este libro de apenas 160 páginas es de lectura fluida y relevante en sus implicaciones para los cristianos. Ávila no deja espacio para las excusas, va directo al problema y ofrece el punto central de la solución: contemplar al Salvador.

Evadir es más fácil que enfrentar, pero —en general— es más peligroso. Lo que contemplas te transforma muestra que el riesgo mayor no es solo la falsedad en las redes sociales, sino que perdemos de vista lo más importante al conformarnos con conocer a Dios de manera superficial, y también a las personas. Esto sucede mientras el Rey del universo mismo nos invita a sentarnos con Él, escuchar Sus palabras y conocer Su amor.

La autora no solo nos hará sentir confrontados —porque esa es nuestra reacción cuando alguien hace que notemos nuestra adicción a Internet—, sino que además busca que demos un giro para reconocer el poder que el mundo digital tiene sobre nosotros y tomemos una decisión al respecto (p. 139).

Pero quizá el asunto más álgido para una cultura que adora la superficialidad es reconocer que como cristianos hemos caído en la trampa de consumir sin procesar. Casi todos podemos reconocer que seguimos principalmente a cuentas de contenido cristiano, compartimos frases de predicadores cristianos, nos metemos en debates teológicos en un hilo de comentarios en Facebook. Hacer esto incluso puede darnos la falsa idea de considerarnos cristianos sin realmente serlo.

Las apps de Escrutopo nos convierten en «perros de Pavlov», salivando sin satisfacernos en Dios a través de Su Palabra. Hacen que nos conformemos con recibir información sobre Jesús en lugar de conocerlo por nosotros mismos. Hacen que nos maravillemos de lo que otros pueden comprender y expresar a través de la pantalla. Comentamos «amén», damos «me gusta» y compartimos a través de nuestros grupos de mensajería instantánea, conformándonos con el alimento que otros han masticado para nosotros (p. 85).

Puestos los ojos en el Libertador

Nuestros dispositivos ofrecen alternativas instantáneas, pero Ávila presenta tres estrategias para responder al interactuar en las redes sociales, las cuales presenta por medio de tres frases.

De esas tres opciones, una sola es perdurable: «Pero qué necesidad», la cual muestra que es insensato involucrarse en un proceso que identificamos como innecesario y que suele ser destructivoSu visión parece drástica y muy costosa. Dejar por completo nuestra vida digital parece absurdo, incluso por la inversión que hemos hecho en ella, pero —aunque me cueste reconocerlo— es torpe seguir atados a algo que solo nos explota. La autora confronta al lector con las siguientes preguntas retóricas:

¿Qué necesidad hay de entrar cada día o cada semana a una corriente diseñada para arrastrarme hacia la distracción, el consumo compulsivo y la manipulación? ¿Qué necesidad de buscar información, ánimo y conexión en las apps de Escrutopo cuando hay tantísimos otros lugares en donde puedo conseguirlos? ¿Qué necesidad de invertir mi energía en resistir la tentación de acabar atrapado en una espiral digital que me aleja de las cosas maravillosas que puedo disfrutar en la Biblia, la oración y mi comunidad? (p. 147).

Ávila comienza el libro como lo termina: diciéndole a sus lectores que es posible escapar de la esclavitud digital, pero que serán necesarios algunos sacrificios. La autora es empática cuando reconoce que perderemos cierta información, pero valdrá la pena.

La decisión final que presenta Ávila no está en función de nuestras preferencias personales, sino de la realidad con la que el mismo Jesús confrontó al mundo: «Deja todo y sígueme» (Mt 9:9Lc 9:59).

No seremos capaces de salir completamente de las garras de las apps de Escrutopo hasta que amemos a Jesús más de lo que amamos lo que nos ofrecen estas apps. Todo empieza con mirar de vuelta a Aquel que nos está mirando con ojos de amor hoy y dejar atrás cualquier cosa que nos impida seguirlo (p. 153).

Lee este libro y, mientras lo haces, elimina toda distracción. Sé intencional, ora porque Dios te hable y te haga contemplar lo maravilloso que es ver Su gloria y lo pálida que resulta la pantalla de tu teléfono.


Rodrigo Gómez es editor del contenido en español para el ministerio Open the Bible y para el ministerio The Word One to One, cuya misión es llevar la Palabra a quienes nunca la han leído. Actualmente se está preparando en una Certificación en Consejería Bíblica por la ACBC. Lo puedes encontrar en Instagram y en su blog De vuelta a la cruz. Vive en la Ciudad de México con su esposa Paty y su hija Naíma.

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