Vida Cristiana

Cultiva la disciplina de la contemplación bíblica

Cuando estaba en la primera etapa de enamoramiento con quien ahora es mi esposo, pasaba el día pensando en él y en la forma en que me miraba, prestaba especial atención a las palabras que elegía para hablarme y a sus actos de servicio. Sin querer, lo contemplaba. Al hacerlo, tenía el profundo deseo de conocerlo más. Quería saber qué le gustaba, qué hacía que estallara en risas, pero también qué era aquello que lo molestaba profundamente.

Al contemplarlo lo fui descubriendo más, lo que permitió que ese enamoramiento superficial se transformara en un amor cada vez más maduro y profundo.

Quiero extrapolar este ejemplo para usarlo como una ilustración de nuestra relación con Dios. Cuando conocemos a Jesús, pasamos por una primera etapa a la que solemos llamar «el primer amor». Entonces, tenemos todo el deseo de que nuestros ojos sean abiertos a las maravillas de Aquel que nos ha salvado. Sin embargo, con el pasar del tiempo es como si la «vida real» nos golpeara de nuevo y ese «primer amor» empezara a diluirse.

"Tenemos la capacidad de pensar intencionalmente y por consiguiente podemos elegir pensar en Dios de manera diaria"

La dificultad más grande para deleitarnos en Dios consiste en que con mucha facilidad olvidamos todo lo que Él ha hecho por nosotros. Además, olvidamos que tenemos la capacidad de pensar intencionalmente y por consiguiente podríamos elegir pensar en Dios de manera diaria. Pero en lugar de eso, nos entregamos a la deriva de nuestros pensamientos, sin considerar cómo eso reduce nuestro concepto de quién es Dios y en qué formas seca nuestra vida espiritual.

Nuestra naturaleza pecaminosa tiene la tendencia a volver apática la relación con Dios, si no nos acercamos a Él en cada momento. Pero Dios sabe lo que necesitamos. Sabe que, si somos intencionales en contemplar Su majestad, podremos buscar mantener el calor de ese «primer amor».

La disciplina de la contemplación

Cuando hablo de contemplación, me refiero a pensar profunda y detenidamente en algo o en alguien. Cuando hablamos de contemplar a Dios, esto no se trata únicamente de pensar en nuestra lectura bíblica del día, sino en dejar que nuestra mente le dé vueltas una y otra vez a lo que las verdades bíblicas nos muestran sobre Dios y Su obra (por eso hablo de contemplación bíblica).

Necesitamos mantener nuestros afectos enfocados en Dios. Por eso Él nos dejó la contemplación como una disciplina establecida en la Escritura.

Por ejemplo, Dios le dice a Josué lo siguiente, ante la gran tarea que tenía de dirigir a Israel para conquistar la tierra prometida: «Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito. Porque entonces harás prosperar tu camino y tendrás éxito» (Jos 1:8).

La ley de Dios refleja Su carácter (cp. Ro 7:7). Así que el Señor, en vez de darle en primer lugar un plan de acción o una estrategia para las batallas que tenía por delante, le dio a Josué la tarea de contemplar quién es Él. Tú y yo necesitamos hacer lo mismo.

El ejemplo de los autores bíblicos

Los autores de la Biblia entendieron la necesidad profunda que tenemos como hombres y mujeres caídos —con la tendencia a endurecer nuestros corazones— de ser intencionales en aquello en lo que ponemos atención o pensamos con intensidad. Todos ellos tienen en común que, en medio de sus circunstancias, fijaron su mirada en el carácter de Dios, pues decidieron de forma premeditada cómo pensar.

Son muchos los autores de la Biblia que admiro por lo intencionales que fueron en cómo cambiar su forma de pensar. Por ejemplo, Pablo nos llama a renovar constantemente nuestra mente (Ro 12:2) y a pensar en todo aquello que sea bueno y puro (Fil 4:8). El rey David con frecuencia se anticipó y se preparó para saber cómo pensar cuando el día malo llegara y qué pensamientos traería a su mente entonces (Sal 56:3). También Jeremías, en medio de sus lamentaciones, se detuvo para recordar quién era el Dios en el que creía y cómo eso traía esperanza a su corazón (Lm 3:21).

¿Cómo luce la contemplación bíblica?

Mantener nuestra relación con Dios en un aspecto racional, en la que solo nos llenamos de conocimiento, enfría nuestra alma y nos endurece. Necesitamos, por nuestro propio bien, buscar un despertar de los afectos de nuestro corazón hacia nuestro Dios incomparable. Estamos en una profunda miseria separados de Él y solo podemos ser despertados hacia Él cuando pasamos tiempo pensando en Él.

Dios es nuestro primer y gran amor, el amante de nuestra alma y quien lo dio todo por nosotros. ¿Qué otro amor más grande que este es capaz de despertar a nuestro corazón del desierto? Cuando contemplamos a Dios llenamos nuestra mente con la verdad de Su Palabra y atesoramos la presencia de Dios en nuestros corazones (cp. Ef 3:16-17). Nos acercamos a Él, reconociendo que al estar cerca de Él, en nuestra alma se encienden todos nuestros afectos para exaltarlo y amarlo más y mejor.

Contemplar a Dios dirige todos nuestros esfuerzos a profundizar en quién es Él como se ha revelado en la Biblia. Al mismo tiempo, al entender Quién es nuestro Señor podemos ver quiénes somos realmente nosotros y valorar mejor la obra de Cristo en la cruz. También podemos contemplarlo a la luz de Su creación, al observar las maravillas que ha creado, así como reconociendo las innumerables obras que ha hecho en nuestras vidas y en las de las personas que están a nuestro alrededor.

Los resultados de la contemplación

El gran beneficio de fijar nuestra mirada en Dios es que, cuando nuestros afectos y nuestro corazón arden en Su presencia, nuestra voluntad se rinde a Sus propósitos (cp. Sal 119:97-104). Crece en nosotros un deseo genuino por honrarlo y querer vivir para Él, el pecado duele más y el deseo por estar en Su presencia y no fallarle es más fuerte (cp. Ro 7:22-25).

"Cuando contemplamos la belleza de Cristo, anhelamos con más fuerza ser transformados a Su imagen"

Cuando contemplamos Su belleza, anhelamos con más fuerza ser transformados a la imagen de Cristo (2 Co 3:18) y descubrimos que Él era la respuesta para nuestra alma agobiada, cansada y turbada. Entendemos que en Él hay esperanza aun cuando nuestra realidad nos dice todo lo contrario. El sufrimiento y las pruebas cobran sentido para nosotros porque podemos experimentar Su presencia en medio de toda circunstancia y crece en nosotros el deseo profundo de querer estar con Él.

De esa manera podemos ver nuestros corazones y reconocer la oscuridad de nuestro pecado y la profunda necesidad que tenemos de Dios. Nuestro corazón se dispone a pensar a la luz de Su voluntad y va transformándose cada vez más en un corazón sensible y vulnerable, que se acerca a su Salvador tal como es.

Viendo el rostro de Dios

El rey David confiaba en que podría contemplar el rostro de Dios en justicia (Sal 17:15), aunque solo los rectos podrían hacerlo (Sal 11:7). Este último detalle no solo es relevante sino que hace toda la diferencia. Entender sus implicaciones nos lleva a adorar a Dios aún con más intensidad.

En el Antiguo Testamento nadie podía ver el rostro de Dios debido al pecado (Éx 33:20); sin embargo, hoy nosotros podemos hacerlo con los ojos de la fe (2 Co 3:18). Esta es una realidad absolutamente gloriosa, era la mayor bendición esperada por Israel. ¿Cómo es posible que podamos acercarnos a la presencia de Dios y contemplarlo para descubrir que no hay belleza más grande que Él? La respuesta es solo una: Jesucristo (cp. 2 Co 4:6).

Es por la incomparable cruz de Cristo que hoy tú y yo podemos en libertad levantar nuestra mirada espiritual y contemplar al glorioso Rey de reyes y admirar Su majestuosidad, sabiendo que nuestra alma nunca saldrá igual de Su presencia.

María José Rivera estudió comunicaciones y tiene un maestría en marketing y gestión comercial. Es graduada del Instituto Integridad y Sabiduría y cursa una maestría en el Southern Baptist Theological Seminary. También estudia en el Instituto Reforma de Guatemala. Tiene una compañía de adiestramiento canino y otra de alimentos saludables para perros. Produce material cristiano para las redes sociales y también traduce y hace doblaje de libros y autores cristianos. Es miembro de la Iglesia IBC en Lima, Perú. Está casada con Alonso y tiene dos hijos, Aitana y Salvador. Puedes seguirla en Instagram: @riveramajose.

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