Vida Cristiana

Cuando siento que Dios me olvidó

Sentir que alguien que amamos nos ha olvidado es doloroso. De alguna manera creo que todos hemos experimentado el ser olvidados por alguien: quizás cuando éramos pequeños a nuestros padres se les olvidó recogernos en algún lugar; teníamos una cita con un amigo, pero nunca llegó; o en una relación de matrimonio sentimos que nuestro cónyuge nos ha olvidado porque percibimos que ya no nos toma en cuenta como antes.

La sensación de olvido, o aun de rechazo, la experimentamos en diferentes momentos de este lado de la gloria. Pero, si somos honestos, ese sentir no solo lo tenemos con otras personas. Hay momentos en los que también sentimos que Dios nos ha olvidado.

El Salmo 13 es uno de mis salmos favoritos, por el recorrido honesto que hace David: empieza desbordando su sentir delante de Dios y termina decidiendo confiar y gozarse en el Señor a pesar de las circunstancias difíciles. En este escrito no pretendo analizar este salmo de manera completa, sino que me enfocaré en dos preguntas que David hace en medio de su dolor: «¿Me olvidarás para siempre? / ¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?» (v. 1).

El Dios que no olvida

En este salmo, David comienza haciéndole preguntas a Dios relacionadas con lo que está sintiendo en medio de su aflicción. Entre sus preguntas se encuentra esta: «¿Me olvidarás para siempre?».

David sentía que en medio de su aflicción Dios lo había olvidado. Sentía que a Dios había dejado de importarle la situación de su siervo y por eso él todavía permanecía en ella. Ahora, algo que no debemos perder de vista aquí es que David sabía que podía acercarse a Dios con sus preguntas más honestas, sabía que podía lamentarse delante de Dios y que Él no lo rechazaría por eso.

Dios no se olvida de los Suyos. Que Dios nos olvide implicaría que algo ha cambiado en Su ser. Pero el amor de Dios no depende del recipiente de ese amor

 

Este sentir de David, de que Dios lo había olvidado, muchas veces también se asoma en nosotros en medio de nuestra aflicción. Sentimos que no tenemos aquello que anhelamos o que continuamos en medio de nuestro sufrimiento porque Dios nos ha olvidado. Creemos que nuestras vidas no le importan lo suficiente como para atendernos y responder nuestro clamor de la manera que tanto esperamos.

Ahora, ¿puede Dios olvidar a los Suyos? La respuesta a esa pregunta es un rotundo «no». Fíjate en lo que la Palabra nos enseña:

¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho,
Sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré.
En las palmas de Mis manos, te he grabado;
Tus muros están constantemente delante de Mí (Is 49:15-16).

En medio del dolor por nuestros anhelos insatisfechos, necesitamos cuidarnos de la tentación de definir a Dios de acuerdo con nuestros sentimientos. Dios no cambia. Él es el que es, sin importar nuestras circunstancias. Él es quien es, sin importar nuestros sentimientos. Nuestros sentimientos no definen la verdad. Aquello que es verdad es lo que debe guiar nuestros sentimientos.

Dios no se olvida de los Suyos. Que Dios nos olvide implicaría que algo ha cambiado en Su ser, que de alguna manera Sus afectos hacia nosotros son distintos, que Él ha perdido interés en nuestras vidas. Pero la realidad es que el amor de Dios hacia nosotros es un amor eterno. Un amor que no depende del recipiente de ese amor, sino de Aquel que ama.

El amor del Señor hacia nosotros es un amor incondicional, un amor que busca el bien más grande de aquel al que ama. Un amor de un compromiso total. Jesús nos amó y lo hizo hasta el fin, hasta que no tenía más nada que dar porque lo había entregado todo (Jn 13:1).

Y no rechaza a Sus hijos

Algo más que vemos a David experimentar, en medio de su dolor, es el sentir de que Dios ha volteado Su rostro: «¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?» (Sal 13:1b). Este sentir no es poca cosa porque la idea de que alguien le voltee el rostro a otro implica rechazo. Si Dios solo me ha olvidado, entonces cuando se acuerde de mí, hará algo. Pero si ha ocultado Su rostro, entonces sabe que estoy allí y aun así se aleja conscientemente.

Que Dios no haya rechazado a Cristo es la garantía de que no lo hará con ninguno de Sus hijos, porque si estamos en Cristo somos uno con Él

 

La realidad es que Dios no voltea Su rostro a ninguno de Sus hijos. Jesús, mientras cargaba el peso de nuestros pecados, sin jamás haber cometido pecado alguno, sintió que Dios lo había abandonado, aunque Dios nunca lo abandonaría, porque Él es el Cristo de Dios. Aun así, en la cruz, Jesús sufrió la ira y el dolor que nuestros pecados merecían. «Jesús exclamó a gran voz, diciendo: “Elí, Elí, ¿lema sabactani?”. Esto es: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (Mt 27: 46).

Cuando Jesús pronunció estas palabras en la cruz, estaba citando el inicio del Salmo 22 que se conoce como un salmo mesiánico y que apunta a los padecimientos de Jesús en la cruz y las bendiciones que Su obra trajo. Cuando este salmo se va acercando al final, fíjate lo que dice:

Porque Él no ha despreciado ni aborrecido la aflicción del angustiado,
Ni le ha escondido Su rostro;
Sino que cuando clamó al SEÑOR, lo escuchó (Sal 22:24).

Dios no aborreció la aflicción de Jesús ni escondió Su rostro de Él. ¿Y sabes qué? Que Dios no lo haya hecho con Cristo es la garantía de que no lo hará con ninguno de Sus hijos, porque si estamos en Cristo somos uno con Él y en esa unidad encontramos seguridad.

¡Cuán gloriosa es nuestra unidad con Cristo! Hay momentos de nuestra vida en que, así como David y así como nuestro mismo Señor mientras estaba colgado del madero, podemos sentir que Dios nos ha volteado el rostro, pero qué descanso es saber que Él no desprecia nuestra aflicción, que Él no nos voltea el rostro ni olvida que somos Suyos.

Que Dios no nos conceda aquello que anhelamos no se traduce en Su rechazo. Dios ama cuando extiende Su mano para dar y cuando dice «no». Dios ama cuando nuestras vidas están llenas de alegrías y cuando nuestros anhelos más grandes no son satisfechos. Dios nos ama en todo tiempo. Así que, cuando nuestros corazones duden de esta verdad, apuntemos nuestros ojos a la cruz, la muestra más grande del amor de Dios.


Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana. Patricia es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute. Ama enseñar la Palabra a otras mujeres y está felizmente casada con Jairo desde el 2008 y juntos tienen tres hermosos hijos, Ezequiel, Isaac, y María Ester. Puedes encontrarla en Instagram y YouTube.


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