Vida Cristiana

Haz el bien en el mundo real: Un llamado a no refugiarte en los videojuegos

Mi esposo no lo entiende, pero a mí me encanta pasar el rato en mi granjita virtual. El juego se llama Stardew Valley y fue desarrollado por Eric Barone, quien diseñó, programó, escribió, compuso y animó el juego por sí mismo en un periodo de cuatro años de intenso trabajo y aprendizaje.

En Stardew Valley, tu abuelo te hereda una finca destartalada que debes hacer florecer poco a poco, con ayuda de tus vecinos. Puedes sembrar, criar animales, ir a las minas por materiales, pescar en el mar y mucho más. En cada estación te enfrentas a nuevos retos y adquieres habilidades para hacer de la vieja granja algo que realmente aporte a la comunidad. Es muy divertido. Así que —mientras mi esposo me mira de reojo— yo doy tap, tap, tap en la pantalla, sembrando mis calabazas en el otoño.

No creo que tenga nada de raro. Después de todo, en el principio de los tiempos, Dios puso al ser humano en un jardín para que lo cultivara… ¿no?

Creados para crear

Tú y yo tenemos un deseo natural de esforzarnos y ver el fruto de nuestro trabajo. Dios nos hizo a Su imagen y nos puso en la tierra, no para estar tirados y ver cómo pasan los días sin que hagamos nada, sino para ser Sus representantes y hacer florecer el mundo que Él diseñó.

Somos llamados a labrar los campos, formar familias, enseñar a nuestros hijos, cuidar del vulnerable, hacer discípulos de todas las naciones. Somos llamados a usar el cuerpo y la mente que Dios nos dio para glorificar Su nombre incluso en las tareas más cotidianas de la vida, emprendiendo con diligencia cada día esas buenas obras que Él preparó para nosotros (1 Co 10:31Ef 2:10).

Desafortunadamente, la visión de Dios para el esfuerzo humano se ha torcido en el corazón de la mayoría de las personas. Muchos son los que se esfuerzan no para exaltar a su Creador y bendecir a las personas —para amar a Dios y al prójimo—, sino para servirse a ellas mismas.

Lo escuchamos desde pequeños: «Hay que trabajar para ganar dinero, estatus y reconocimiento. Esfuérzate para convertirte en un respetado médico o abogado; obtén buenas calificaciones para que algún día logres ganar más de lo que jamás ganaron tus padres».

Quizá tú, como yo, empezaste tus primeros años de adultez con mucho entusiasmo, con esas palabras de ánimo bienintencionadas haciendo eco en lo profundo de tu ser. Estabas expectante de todas las cosas maravillosas que vendrían si tan solo te esforzabas lo suficiente. Sin embargo, se te escapó que la visión torcida del esfuerzo humano ignora dos verdades que la Biblia enseña claramente:

  1. Cuando ponemos cualquier cosa por encima de Dios —incluso algo bueno, como el trabajo y el esfuerzo—, nos volvemos esclavos de esos ídolos, que son amos terribles.
  2. Vivimos en un mundo profundamente afectado por el pecado, que demasiadas veces nos ofrece cardos y espinas como recompensa por nuestro arduo trabajo.

Si olvidamos esas dos realidades, no tardaremos en acabar profundamente decepcionados.

Aunque algunos logran alcanzar con mucho dolor y sacrificio esos sueños de éxito que impulsaron cada esfuerzo,1 son demasiados los que a pesar del mucho dolor y sacrificio no obtienen las recompensas que esperaban. Sienten que fueron engañados. Trabajan duro y apenas logran salir adelante. No reciben el dinero, el estatus y el reconocimiento que les fueron prometidos.

Nos rendimos bien cuando la decepción de la idolatría al trabajo nos lleva a entristecernos para arrepentimiento

 

Terminan atrapados en una oficina aburrida, sin oportunidades para crecer. «¿Es esto lo que haré el resto de mi vida?», se preguntan. Después de correr y correr, simplemente se rinden. «¿Para qué seguir intentándolo, cuando claramente no llegaré a ningún lado?». Cumplen sus labores de manera automática; los días de trabajo se funden entre ellos y se vuelven algo que simplemente hay que soportar.

No vengo a decirte que cambies de estrategia y que no te rindas. De hecho, el problema no es rendirnos… el problema es rendirnos mal.

Nos rendimos bien cuando la decepción de la idolatría al trabajo nos lleva a entristecernos para arrepentimiento (2 Co 7:10); mientras que nos rendimos mal cuando, en su lugar, nos entristecemos para muerte: buscando un ídolo nuevo que traiga alivio a nuestras almas.

Hambrientos de logros… en la pantalla

Los videojuegos como Stardew Valley son un pasatiempo cada vez más común. Como cualquier pasatiempo, tiene sus riesgos. A diferencia de muchos otros pasatiempos, uno de los riesgos es que el diseño cada vez más persuasivo de los videojuegos provoca que algunos de sus usuarios empiecen a jugar y tengan muchas dificultades para parar.

Algunos estiman que alrededor de 60 millones de personas en el mundo llegan a desarrollar «un patrón de conducta de juego […] caracterizado por un deterioro del control sobre el juego, una creciente prioridad otorgada al juego sobre otras actividades hasta el punto de que el juego prevalece sobre otros intereses y actividades cotidianas, y la continuación o intensificación del juego a pesar de la aparición de consecuencias negativas».

No debería sorprendernos que uno de los elementos que hace a los videojuegos poderosamente atractivos sea la facilidad con la que nos hacen sentir que estamos logrando algo. Como explica un análisis de Cureus: Journal of Medical Science [Revista Académica de Ciencias Médicas]:

Como los logros en los videojuegos se consiguen rápidamente, resultan especialmente atractivos para los jugadores jóvenes como método para divertirse. Los juegos dependen de este tipo de sentimientos, ya que suelen deleitar al individuo y darle satisfacción por su logro.

Es probable que lo hayas notado a tu alrededor: cada vez más y más personas entumecen su decepción con el ídolo del esfuerzo y el trabajo volviéndose al ídolo del entretenimiento, como con un videojuego.

Cuando nos rendimos (bien) y reconocemos que trabajamos y creamos para Dios, podemos deleitarnos en Él sin importar los resultados

 

Como nuestro sudor y desvelo en el mundo real no ha dado el fruto que esperábamos, buscamos un sustituto. Sudamos y nos desvelamos delante de la pantalla, donde encontramos recompensas inmediatas, sin riesgos y sin demasiado esfuerzo. Si las cosas salen mal, tengo otra y otra y otra oportunidad. Las consecuencias en el mundo digital son mínimas y jamás lastiman como hemos sido lastimados en el mundo real.

Sé que los videojuegos pueden ser un modo legítimo de pasar el tiempo de descanso y recreación (y es importante reconocer que no todos los videojuegos están diseñados para atrapar a sus usuarios con recompensas rápidas y otras estrategias de diseño persuasivo). Sin embargo, también es cierto que, para muchos, los videojuegos se han convertido en una manera de escapar de la dolorosa realidad de que en este mundo caído podemos esforzarnos mucho sin llegar a ver los frutos que tanto anhelamos.

Es triste pensar que, mientras Eric Barone se esforzó profundamente para crear desde cero una pieza de arte y tecnología como Stardew Valley, algunos usan esta sofisticada pieza de arte y tecnología no para un momento ocasional de descanso, sino como un continuo refugio de la dificultad de la vida real.

Los cardos y espinas no tienen la última palabra

Tú y yo seguiremos teniendo ese deseo de trabajar y crear por el simple hecho de que hemos sido formados a imagen de un Dios que trabaja y crea. Pero eso no significa que ponemos el trabajo y la creatividad en el centro de nuestras vidas y nos derrumbamos cuando los frutos de nuestro esfuerzo no son lo que esperábamos.

Cuando nos rendimos (bien) y reconocemos que trabajamos y creamos para Dios, podemos deleitarnos en Él sin importar los resultados. Si Él nos permite tener abundancia, ¡gloria a Él! Si Él, en Su soberanía, nos mantiene en escasez, ¡gloria a Él!

Podemos seguir labrando los campos (los reales antes que los virtuales), formando familias, enseñando a nuestros hijos, cuidando del vulnerable, haciendo discípulos de todas las naciones, aunque no lleguen las recompensas terrenales, porque sabemos que tenemos la más excelente recompensa celestial que fue ganada para nosotros en Jesús. Podemos seguir sembrando semillas aunque no nos toque ver el fruto.

Los que han confiado en Cristo no necesitan volverse a una pantalla para olvidar su decepción con este mundo lleno de cardos y espinas que estorban nuestras labores. Podemos volvernos a Aquel que llevó espinas sobre Sí mismo para asegurarse de que nuestras labores no serán en vano. En Él confiamos para no cansarnos de hacer el bien (Gá 6:9).


1. El desenlace de los «exitosos» no es mejor que el de los «fracasados», si bien puede que sus vidas luzcan envidiables en el exterior. La idolatría jamás acaba bien, pero las consecuencias en el corazón de los «exitosos» son otro tema que debe ser tratado en otra ocasión. 


Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

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